CAPÍTULO 9

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Lali no podía estar más de acuerdo. En ese momento, mientras escuchaba a Peter, vio por el rabillo del ojo algo moverse a su izquierda, y cuando giró el rostro en esa dirección sintió que un escalofrío le recorría la espalda. Debajo de un enorme roble, había una mujer vestida con ropajes antiguos. Estaba demasiado lejos como para distinguir mucho más que el color oscuro de su pelo y la ropa de otros tiempos, pero no había duda de que aquella mujer que parecía tan apenada estaba apuntándola con un dedo. 

CAPÍTULO 9

Y entonces, de pronto, en un abrir y cerrar de ojos, desapareció.

Lali se aferró al brazo de Peter.

—¿Qué ocurre? —inquirió él, cubriendo su mano con la suya.

La joven, que se había quedado helada, agradeció el calor humano que le transmitió su contacto. Estuvo a punto de preguntarle si él también había visto a aquella misteriosa mujer bajo el árbol, pero se contuvo. No quería que su familia y él la tomasen por una lunática.

Tras detener el coche frente a la mansión, el chófer se bajó para abrirle la puerta a Lali. Se dirigió luego a la de Peter, pero éste ya había salido, pues nunca le había gustado que lo sirvieran, y no había querido esperar.

—Gracias de todos modos —le dijo al hombre, dándole una generosa propina—. Que tenga un buen día.

Lali aún no se había recuperado de aquella visión fantasmagórica. Tenía la sensación de que alguien estuviese observándola, pero intentó desechar esos pensamientos diciéndose que debía ser sólo su imaginación. Dejándose envolver por el chirrido de los grillos y el canto de los pájaros, se frotó los brazos para disipar los efectos del susto, que le había puesto la carne de gallina y había hecho que se le erizase el vello.

Dylan ya estaba esperándolos en la puerta con el resto de los miembros de la familia, que rodearon a Peter cuando Lali y él se acercaron, como si fuese el hijo pródigo que volvía a casa. Contrariamente a lo que Lali había esperado, no la ignoraron, sino que le dieron una calurosa acogida.

No había duda de que los Lanzani eran una «tribu» alegre que prefería dar fuertes abrazos en vez de remilgados y farisaicos besos en la mejilla, como sus padres. Le estaba costando esfuerzo retener el nombre de cada persona que se le iba presentando, y estaba empezando a sentirse algo abrumada, pero mientras entraban todos en la mansión, Peter le rodeó los hombros con un brazo, como para hacerle saber que no se había olvidado de ella.

Lali alzó el rostro hacia él, y Peter agachó la cabeza para susurrarle al oído:

—No te preocupes, no voy a dejarte sola.

Al sentir el aliento de Peter sobre su cuello, Lali se derritió, y un cosquilleo delicioso recorrió su cuerpo desde la nuca hasta la planta de los pies.

Acostumbrada a que Josef se desentendiera de ella para atender a sus admiradoras, y dorarle la píldora a sus mecenas en los eventos sociales a los que habían acudido juntos, la sorprendió que Peter se preocupara porque no se sintiera abandonada. ¿Por qué estaba siendo tan amable con ella?

Al levantarse esa mañana había pensado ponerse pantalones cortos y una camiseta por el proverbial calor húmedo de Savannah, pero a la vista de tanta elegancia y distinción, se alegró de haberse decantado finalmente por unos pantalones largos de vestir y una blusa sin mangas.

Aliviada por no ir demasiado formal ni demasiado informal, sonrió al hombre que la había llevado allí en calidad de empleada, pero se estaba esforzando por que se sintiera como una invitada.

En el vestíbulo, como si se tratase de la división de las aguas del Mar Rojo, los Lanzani se hicieron a un lado y a otro para dejar pasar a una mujer.

Llevaba el cabello rubio en un sencillo recogido, y a excepción de los ojos, verdes como los de Peter, era como una versión de Imogene con unos treinta años más.

—¡Mamá!

Lali observó cómo el rostro de Peter se iluminaba de alegría antes de acercarse a la mujer y darle un fuerte abrazo. El cariño entre ambos parecía tan sincero, que Lali  sintió una punzada de celos mientras los miraba. No podía recordar una sola vez que su propia madre la hubiese saludado de esa manera tan afectuosa, ni que se hubiese sentido jamás querida por ella.

El padre de Peter apareció justo detrás de su esposa.

—¡Hijo!

Parecía imposible que una simple palabra pudiera transmitir el mismo orgullo y afecto que se leía en los ojos del hombre, pero así era. Menos efusivo que su mujer, no abrazó a Peter, sino que le estrechó la mano entre las suyas. Aquel apretón de manos, sin embargo, y el modo en que se miraron sonrientes, decía tanto del respeto y el cariño entre ambos, que Lali, sintiendo de nuevo que el monstruo de ojos verdes se apoderaba de ella, bajó la vista.

—Gracias por venir —le dijo Harold Lanzani a Peter—. Siento no haber podido avisarte con más antelación; sé lo ocupado que has estado.

Peter le dio un cálido abrazo, y por un instante el tiempo pareció detenerse.

—No me perdería una reunión familiar por nada del mundo.

Incómoda ante aquellas manifestaciones de afecto paterno—filial cuando su única familia le había dicho que no quería volver a verla, Lali se preguntó si no podría escabullirse, perderse por los corredores de la enorme mansión… y estar a solas un rato para poder desenmarañar las contradictorias emociones que tan confundida la tenían.

—Y esta joven tan bonita, ¿quién es? —inquirió Harold Lanzani, girándose hacia ella e impidiéndole cualquier posibilidad de huida.

Bajo unas cejas pobladas y entrecanas, sus ojos verdes la escrutaron con una expresión amable.

—Es la niñera de Dylan —la presentó Imogene adelantándose— Lali Espósito. Su nombre tiene que sonarte: tomó parte en el recital de piano que se celebró en el Centro Cívico hace unos años; ése al que fuimos mamá, Jake, tú y yo, y todos comentamos cuánto talento tenía. Claro que entonces era bastante más joven.

La propia Lali casi había olvidado aquello, y le sorprendió por tanto que la hermana de Peter, que a tantos eventos de ese tipo habría asistido, la recordara. Azorada, saludó a Harold con una inclinación de cabeza y una sonrisa tímida.

Harold Lanzani, a diferencia de su padre, que era más bien enclenque y de temperamento adusto, era alto, aunque no tanto como sus hijos, y tenía un aspecto de hombre tranquilo y bonachón.

—Es un honor conocerlo, señor Lanzani.

—Nada de eso, el honor es mío —replicó el hombre.

Si las hubiera pronunciado otra persona, aquellas palabras habrían sonado falsas, meramente corteses, pero de boca del padre de Peter resultaron sinceras.

—Por lo que me ha dicho mi hijo, está haciendo un gran trabajo con Dylan.

Ante esa mención de Dylan, automáticamente Lali lo buscó con la mirada. No andaba muy lejos; seguía de la mano de su tía Imogene, observando con curiosidad a los niños que correteaban por el vestíbulo.

De pronto los pensamientos de Lali fueron interrumpidos por un gritito infantil, y al girar la cabeza vio a un chiquillo aproximadamente de la edad de Dylan, deslizándose por el pasamano de la escalera en espiral. Sobresaltada, se apartó temiendo acabar siendo su colchoneta de aterrizaje, pero Peter dio un paso adelante y agarró al niño al vuelo.

—¿Quién te crees que eres, pequeño pillastre?, ¿Peter Pan? —le preguntó divertido.

Al mirar la carita del chiquillo se sintió transportado atrás en el tiempo. Era la viva imagen de su hermano Jacob a esa edad.

El niño se rió.

—Peter Pan no, Thiago.—contestó.

Jake se adelantó y, revolviéndole el cabello, le dijo a su hermano:

—Peter, permite que te presente a tu sobrino, Thiago Lanzani.

Por el tono de su voz era evidente lo mucho que quería al niño, y lo orgulloso que estaba de él.

           Lali, que no sabía que Jacob había descubierto no hacía mucho la existencia de ese hijo, imaginó simplemente que, por la distancia y sus infrecuentes visitas a Savannah, Peter no había podido conocer a su travieso sobrino hasta ese día.

Continuará...