Capítulo 54

Hola lindaaaaas! Si hay firmas antes de irme a dormir subo uno más! :) Disfruten y firmen .. besos besos ♥ 

—O puede que el ascensor necesite una revi­sión técnica.

No debería estar hablando con él, pensó Lali. Después de todo lo que le había dicho afuera, era un poco hipócrita actuar como si nada hu­biera pasado sólo por el hecho de estar atrapa­dos. Había puesto fin a la relación y le iba a to­car volver a hacerlo.

Capítulo 54

—Tengo hambre —murmuró—. No he cena­do.

Peter sacó del bolsillo una caja de caramelos de menta.

—Esto es todo lo que tengo.

—¿Crees que nos tendrán encerrados mucho tiempo? —volvió a preguntar Lali.

—El vigilante de seguridad ha dicho que el técnico tardará una hora en venir. Podíamos aprovechar el tiempo —Peter sonrió—. ¿Juga­mos a las preguntas de nuevo?

—De acuerdo —se resignó Lali—. Dos cada uno.

—Empiezas tú.

—¿De verdad vas a lanzar el reportaje esta no­che o sólo me lo has dicho para ver cómo reac­cionaba?

—Voy a lanzarlo... si consigo salir a tiempo. Me toca. ¿De verdad vas a acabar con lo nuestro o sólo me lo has dicho para ver cómo reaccionaba?

—Hablaba en serio —contestó Lali. Luego se quedó un rato pensando antes de formular la si­guiente pregunta—. ¿Te arrepientes de algo?

—De algunas cosas, sí —Peter asintió con la cabeza.

—No me vale. Tienes que decir de qué cosas.

—Me arrepiento de no haberte hecho el amor nunca como de verdad quería —contes­to—. ¿Y tú?, ¿te arrepientes de algo?

Lali dudó. Estaban diciendo la verdad. ¿Por qué no ser sincera?

—Estaba pensando que nunca te he visto... desnudo —respondió.

—Eso tiene remedio —Peter empezó a desa­brocharse la camisa y Lali comprendió que la sinceridad no había sido la opción más pruden­te.

—Ni se te ocurra.

—¿Por qué no? Ya que estamos encerrados, por lo menos pongámonos cómodos —Peter se quitó los zapatos y los calcetines. Lali pensó que la estaba provocando, que se detendría ahí. Pero luego siguió desabrochándose la camisa.

Se la abrió, dejando al descubierto sus pecto­rales, cubiertos por una mata de vello que baja­ba desde la clavícula hasta más allá de la cintu­ra. Lali sintió un picor en los dedos, ansiosa por tocarlo. Aunque el corazón se le había acelera­do, trató de aparentar calma, como si estuviese acostumbrada a ver hombres desnudos.

Peter se levantó, empezó a desabrocharse el cinturón. Cuando terminó, lo agitó con un brazo y se lo lanzó a la cara.

—Así me gusta —dijo Lali—. Ahora mira a la cámara.

—¿Qué cámara?

—La de seguridad —Lali apuntó hacia el cristal que había sobre el panel de botones—. Pueden ver todo lo que haces.

Peter sacó una navaja multiusos del bolsillo, desatornilló la cámara. Luego la metió dentro de un calcetín.

—Estamos a solas —dijo Peter un instante antes de que sonara el teléfono.

—Así que a solas —Lali rió.

—Sí, está aquí —dijo él tras contestar. Luego le pasó el móvil a Lali—. Es el vigilante.

—Señorita Espósito, ¿está bien? La cámara de seguridad no funciona.

—Estoy bien —contestó ella. Los ojos se desorbitaron al ver que Peter se despojaba de la camisa y la tiraba al suelo—. Pero sáquenos pronto.

—Tardaremos un par de horas —contestó vigilante—. ¿Seguro que está bien? Si hace falta llamo a los bomberos. Podrían forzar la puerta y...

—No, no hace falta —interrumpió Lali, pensando de repente que quizá le apetecía quedarse. Colgó y le devolvió el móvil a Peter—. Tenemos dos horas por delante.

—En dos horas podemos hacer muchas cosas  -Peter estiró una mano—. Venga. No pienso quitarme la ropa. Podemos bailar. Hay música —dijo al tiempo que la ayudaba a levantarse—. Empezamos bailando, ¿recuerdas?

Claro que se acordaba. Se acordaba perfectamente de lo bien que se había sentido entre sus brazos aquella primera vez, de cómo el baile había sido el preludio del acto de seducción más atrevido de su vida. Peter la apretó contra el pe­cho y, nada más hacerlo, Lali supo que había cometido un error. Se quedó sin respiración y, de pronto, la cabeza le daba vueltas y las pier­nas se le habían aflojado.

Apoyó una mano sobre su hombro y se mo­vieron al compás del hilo musical del ascensor. Aunque solo hacía tres semanas que se conocían, había momentos en que tenía la sensación de que lo conocía desde siempre. Se sentía cómoda en sus brazos, como si aquel lugar le perteneciera. Lali dejó caer la cabeza sobre su hombro. Si pudieran quedarse allí eternamente, solos en el ascensor, todo estaría bien.

La música no terminaba nunca, de modo que siguieron bailando. Peter fue deslizando las ma­nos por su cuerpo, despertando algo nuevo con cada caricia. Era inútil luchar contra el deseo. Tenían dos horas por delante. Si no se entrega­ba en ese momento, acabaría sucumbiendo lue­go.

Pero esa vez dejaría que Peter marcase el rit­mo. Quería que fuese él quien llevara la iniciati­va y estaba segura de que, si lo hacía, le regala­ría una noche inolvidable... aunque fuese en un ascensor.

Continuará...

mmmmm, qué piensan que va a pasar? jajaja