CAPÍTULO 12

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De haber sido otro hombre el que hubiera estado intentando aleccionarlo, Peter le habría pegado un puñetazo y lo habría mandado al diablo, pero se trataba de su hermano, y sabía que sólo quería lo mejor para él.

CAPÍTULO 12

En ese momento apareció su cuñada Larissa, que entrelazó su brazo con el de su marido, y se lo llevó a la pista de baile, pidiéndole a Peter que la disculpara por interrumpir su conversación. Al verlos alejarse juntos, Peter sintió una punzada de celos.

¿Cómo no iba a hablarle Jake de las virtudes del matrimonio cuando apenas hacía dos semanas que había regresado de su viaje de luna de miel, y nunca se había divorciado? Su matrimonio no estaba basado en el engaño, porque Larissa no le había mentido diciéndole que estaba tomando la píldora para que la dejase embarazada y así cazarlo. Y tampoco su mujer lo había abandonado por una vida más cosmopolita, robándole la voz a su hijo, ni le había quitado la fe en el matrimonio.

Habiendo crecido con el matrimonio feliz de sus padres como ejemplo, Peter siempre había creído que cuando un hombre y una mujer decidían unir sus vidas podía ser verdaderamente hasta que la muerte los separase. Por eso, el que Sheila se hubiese negado incluso a intentar hallar una solución a sus problemas, aunque sólo hubiera sido por el bien de Dylan, el hijo que había llevado en su seno nueve meses, le había dolido muchísimo.

Lógicamente Peter no deseaba que a su hermano le pasara lo mismo que le había ocurrido a él para que lo comprendiera, pero no podía evitar envidiar su situación. Y, dado que le parecía imposible que un día llegase a tener tanta suerte como él, sencillamente había decidido que, antes que acabar otra vez con el corazón roto, era mejor que se olvidase por completo del amor.

—¿Ocurre algo? —le preguntó Lali, al llegar junto a él y verlo tan serio.

Llevaba el cabello recogido con un pasador plateado que semejaba hojas de hiedra entrelazadas, y la expresión ingenua de su rostro, enmarcado por un par de mechones sueltos, parecía indicar que no era consciente de su propia belleza.

Peter sacudió la cabeza, algo aturdido al tenerla tan cerca, y resistió a duras penas el impulso de extender la mano y enredar los dedos en uno de aquellos mechones para comprobar si su pelo era tan sedoso como parecía.

—No, es sólo que me has dejado sin aliento —respondió—. ¿Sería mucho pedirte que te quedaras junto a mí el resto de la noche? Eso disuadiría a las solteras con las que mi madre y mi hermana intenten emparejarme, como cada vez que vengo a Savannah. Desde que mi hermana cayó bajo el influjo de Cupido y dio el sí quiero frente al altar, no ha cejado en sus intentos por hacer lo mismo conmigo.

Lali enarcó una ceja divertida.

—Eres de esos que no creen en flechazos ni pasiones arrolladoras, ¿eh?

¿Quién hubiera pensado que a un hombre que parecía haber nacido sobre una silla de montar, pudiese sentarle tan bien un esmoquin? Si quisiera, Lali estaba segura de que podría ganarse la vida como modelo. Pero no como esos chicos de cara bonita, totalmente depilados, que salían en anuncios de bebidas, jugando al voleibol en una playa. No, Peter aparecería por ejemplo en anuncios de ropa vaquera o calzado de montaña, con las Grand Tetons de fondo, o en un anuncio de los relojes Rolex, en un casino de Montecarlo con ese mismo esmoquin,… o en un anuncio de ropa interior masculina que dejara más bien poco a la invaginación.

De pronto se notaba la garganta seca. No le iría mal una copa de champán, pero cuando se acercó un camarero y le ofreció una, la rechazó. Había conocido a Josef en una situación similar, y en aquella ocasión el champán no había servido más que para enturbiarle la mente y llevarla a tomar por su príncipe azul a aquel lobo con piel de cordero que primero se convertiría en su mentor, y luego en su tormento.

Lo cierto era que no podía estar más de acuerdo con el cinismo de Peter sobre el amor.

—Tendrás que disculpar que me muestre un poco agrio a ese respecto —le dijo Peter.

—No hay nada que disculpar —replicó Lali. No a ella desde luego.

No habiéndose entrometido en ningún momento en la vida privada de Peter, esperaba que él tampoco le preguntase por la suya.

Advirtiendo su cambio de humor, Peter tuvo el buen juicio de cambiar de tema.

—¿Qué tal ves a Dylan en este entorno?

Lali sonrió al recordar al pequeño como lo había dejado: riendo con su primo Thiago y otros niños, sentados en corro ante un teatro de títeres en uno de los salones adyacentes. Como había dicho su hermana Imogene, su tío Abraham se había asegurado de que estuvieran entretenidos.

—Tenías razón en que estar con otros niños le iría bien —le dijo—. Es como si Thiago y él ya se hubiesen hecho inseparables, y parece que sé entienden bien sin palabras.

—Los lingüistas se equivocan en eso de que el lenguaje sirve para comunicarse; muchas veces las palabras no hacen más que enredar las cosas. No impidieron que mi ex mujer abandonara a nuestro hijo, y puedo asegurarte que cruzamos bastantes.

Lali se dio cuenta al instante de que Petter, sin querer, había hablado de más. Sin embargo, aquel arranque airado le hizo comprender muchas cosas, y suavizó aún más su concepto de él.

—No tuvisteis un divorcio amistoso, ¿no es así? —inquirió en un tono quedo.

—Decir que no fue amistoso es quedarse corto —replicó él, riendo con amargura—. La decisión de Sheila de romper nuestro matrimonio destrozó a Dylan. No ha vuelto a pronunciar una palabra desde entonces, a excepción del día en que llegaste.

—Lo siento. Ha debido ser muy difícil para ti —murmuró Lali, con el corazón encogido.

Continuará...