DULCE MALDICION
Prólogo
El viento estrellaba la lluvia contra las ventanas de la casa de la calle Filgore. La tormenta había empezado el día anterior con la fuerza de un huracán tropical y el frío de una ventisca de pleno invierno. Peter Lanzani miraba la calle inundada desde la ventana de la habitación, en la segunda planta, con la frente pegada al cristal.
Prólogo
El viento estrellaba la lluvia contra las ventanas de la casa de la calle Filgore. La tormenta había empezado el día anterior con la fuerza de un huracán tropical y el frío de una ventisca de pleno invierno. Peter Lanzani miraba la calle inundada desde la ventana de la habitación, en la segunda planta, con la frente pegada al cristal.
Sabía que el Increíble Lanzani era un barco seguro y que había soportado
tormentas mucho peores que aquella, pero no podía evitar estar preocupado. Pablo
Lanzani era un capitán estupendo, no necesitaba que el guardacostas le
pronosticara el tiempo. Lo presentía, lo olía en el aire y lo adivinaba en las
nubes. Pero el Increíble Lanzani estaba tardando. Y Peter notaba la tensión de
Santiago, Gastón también estaba inquieto.
La pesca había sido mala durante el verano y el Increíble Lanzani se
había visto obligado a prolongar la temporada y adentrarse más y más en el mar
en busca de peces espada. Pero el tiempo se estaba volviendo imprevisible.
Antes de partir, Santiago había tratado de convencer a su padre para que se
dirigiera al sur, tal como hacían tantos pescadores en otoño e invierno.
Aunque suponía dejar solos a los seis hermanos Lanzani durante cinco o
seis meses, Santiago le había asegurado a Pablo que podría hacerse cargo de la
casa mientras siguiera llegando dinero. Desde que su madre se había marchado,
hacía siete años, se encargaba de todo. Santiago cocinaba y limpiaba, ayudaba
con los deberes escolares e imponía disciplina. También hacía lo posible por
ocultar tal circunstancia a profesores, vecinos y quienquiera que considerase
a Pablo un padre negligente. Mucha carga para un chico de catorce años.
Peter giró el cuello. Thiago, su hermano gemelo, ya estaba en la cama,
con la colcha subida hasta la barbilla y la nariz pegada a un cómic. Bautista,
el más pequeño de los Lanzani, se había acurrucado junto a su hermano. Tenía
siete años, había dejado de pedirle a Thiago que le leyera el cómic y
vocalizaba las palabras mientras lo leía él mismo en silencio.
—¡Peter! Echa un ojo a los cubos del pasillo —gritó Gastón desde la
planta de abajo—. Vigila que no se llenen del todo.
Peter suspiró. Algún día tendrían dinero suficiente para arreglar las
goteras del tejado, pintar el porche descascarillado y pagar la factura del
teléfono antes de que lo desconectaran. Pablo siempre soñaba con regresar con
el barco repleto de peces espada y pedir el precio más alto, pero Peter sabía
que los sueños de su padre no solían hacerse realidad.
Aunque no hablaban sobre su afición a beber y hacer apuestas, Peter era
consciente de que sus hermanos mayores hacían todo lo posible por evitar los
despilfarros de su padre. Santiago siempre iba a recibirlo al puerto para
impedir que fuese al pub a emborracharse y pasarse la noche jugando al póquer.
Y Gastón había aprendido a esconder el bote del dinero cuando Pablo estaba en
casa, sabedor de que su padre se lo iría gastando.
—No va a venir esta noche —dijo Thiago—. No atracará con este tiempo.
—¿Papá está bien? —preguntó Bautista.
—Sí —murmuró Peter. Se alejó de la ventana, salió al pasillo y comprobó
la hilera de cubos que Santiago había dispuesto para combatir las goteras.
Luego regresó al dormitorio, se metió en la cama y se cubrió con la colcha
hasta el pecho. Si se dormía, al despertar habría amanecido, la tormenta
habría terminado, su padre volvería y todo estaría bien—. Tienes los pies
helados, Bautista. No me toques, enano.
—Calla —dijo Bautista antes de dirigirse al otro gemelo—. Anda, Thiago,
léeme un poco —insistió.
—Santiago está subiendo —dijo Thiago al oír el crujido de las escaleras—,
Pídeselo a él.
Pero fue Bruno quien asomó la cabeza por la puerta.
—Santi dice que apaguéis las luces. Mañana tenéis que ir al colegio.
—¿Papá vendrá mañana? —preguntó Bautista.
—No lo sé, Bauti —Bruno se obligó a sonreír—. Pero seguro que vuelve
pronto.
—¿Está bien? —Bautista se incorporó y se apartó el pelo de los ojos—. Mi
profe ha dicho que es una mala tormenta.
Bruno se sentó al borde de la cama, agarró los pies de Bautista bajo la
colcha y le hizo cosquillas.
—Claro que está bien. Con papá no hay tormentas que valgan —contestó,
advirtiendo a Peter y Thiago con la mirada para que no lo contradijeran.
—Es verdad —dijo Peter—, cuando salí con papá el verano pasado, me dijo
que había estado en una tormenta de olas de quince metros y un viento capaz de
tirar a un hombre por la borda. La tormenta de ahora no es tan mala, Bauti.
—¿De cuántos metros son las olas? —preguntó Bautista, más preocupado
todavía.
—Nada, son olas pequeñas. Anda, hazme hueco y os cuento una historia —Bruno
se acomodó entre Bautista y Peter, recostándose contra el cabecero—. ¿Cuál
queréis que os cuente?
Aquellas historias eran tradición en la familia Lanzani y, cuando Pablo
estaba en casa, les contaba una distinta casi todas las noches. Eran historias
maravillosas sobre sus legendarios antepasados, los increíbles Lanzani,
hombres valientes e inteligentes que siempre vencían al mal. Pero cuando las
historias las contaba Pablo, nunca faltaban mujeres manipuladoras. Al
principio, Peter no entendía por qué los Lanzani desconfiaban tanto de las mujeres.
Pero luego se dio cuenta de que las historias estaban pasadas por el filtro de
Pablo, cuyas opiniones se basaban en el abandono de su esposa.
Aunque nunca pronunciaban su nombre en presencia del padre, Santiago
hablaba de ella de vez en cuando. Era guapa, de largo pelo negro y bonitos ojos
verdes. A pesar de que se había marchado cuando Peter no tenía más de tres
años, recordaba el mandil de flores rojas que se ponía por las mañanas.
—La de Odran y el gigante —dijo Thiago.
—La de Murchadh Lanzani, el marinero increíble —sugirió Bautista.
—La de Eamon y la hechicera —pidió Peter. Aunque Bruno sólo tenía once
años, era el que mejor las contaba. Sabía envolverlas con imágenes nítidas y
mucha acción, mucho mejores que cualquier libro o película.
—Me acabo de acordar de una historia que nos contó papá a Santi, Gastón y
a mí cuando éramos pequeños —dijo Bruno—. No creo que la hayáis oído. Es sobre
Ramiro Lanzani, el más listo de todos nuestros antepasados. De hecho, Ramiro Lanzani
lo sabía todo.
—Nadie puede saberlo todo —contestó Peter.
—Ramiro sí. Porque era muy observador. No hablaba mucho, pero se fijaba
en todo — Bruno se tocó una sien—. Y era muy inteligente. Como yo. Y un poco
como Bautista.
—¿Vas a contar la historia o no? —se impacientó Thiago.
—Ramiro Lanzani vivía en un pueblo pequeño de la costa irlandesa, en una
casa de piedra sobre un acantilado —arrancó Bruno tras aclararse la voz—. Sus
padres eran personas sencillas, que no sabían leer ni escribir, pero Ramiro aprendió
por su cuenta. Leyó todos los libros del pueblo y, cuando se los acabó, empezó
a visitar los pueblos vecinos para tomar prestados más libros. Pero no le
bastaba. Además, Ramiro hablaba con todos los que pasaban por el pueblo, les
preguntaba por sus viajes, ansioso por conocer el resto del mundo.
—¿Va a ser una de esas historias de las que se supone que tenemos que
aprender algo? —murmuró Thiago—. ¿Como que hay que estudiar y no faltar al
colegio?
—No interrumpas o te toca a ti contar la historia —respondió Bruno—. Y
debes de ser el que peor las cuenta en todo San Clemente del Tuyú.
—¡Sigue! —le pidió Bautista.
—Ramiro y su familia vivían cerca de un gran hechicero llamado Aurelio y Aurelio
tenía dos hijas: Mercedes y Marianella. Aurelio les regalaba todo tipo de
caprichos, les daba cualquier cosa que deseasen, era capaz de sacar de la nada
vestidos preciosos. La bella Mercedes se volvió egoísta y codiciosa. Su hermana
Marianella, en cambio, era sencilla y cándida. Mercedes le exigía más y más
regalos a su padre, dándose aires de princesa, mientras que Marianella se
concentró en sus estudios, aprendió latín y griego, leyó numerosos libros
—continuó Bruno—. Aurelio sabía que algún día tendría que decidir a cuál de
las dos legar sus poderes mágicos. Aunque Mercedes era avara y poco afectuosa, Aurelio
sabía que podía convertirse en una gran hechicera, quizá la mejor de los
alrededores. Pero Marianella tenía buen corazón y era generosa, la clase de
persona que utilizaría sus poderes para hacer el bien. Dividido entre las dos
hijas, el viejo hechicero pasó muchas noches en vela, ponderando su decisión.
Pidió consejo a sus amigos, pero estos no se pronunciaban, por miedo a
equivocarse y a sufrir las consecuencias más adelante. Un día, mientras paseaba
por el bosque, Aurelio se encontró a un campesino y le pidió su opinión. El
campesino sonrió y le recomendó que le preguntara a Ramiro Lanzani, pues él lo
sabía todo y podría darle una respuesta.
—Seguro —dijo Bautista—. Ramiro Lanzani era el chico más listo de
Irlanda.
—Pero no sólo sabía lo que había aprendido en los libros. Comprendía a
los demás, sus defectos y virtudes, pues había hablado con muchas personas en
su búsqueda de conocimiento y había aprendido de todos ellos —prosiguió Bruno—.
Así que Aurelio hizo llamar a Ramiro Lanzani para que fuese a su casa, un
castillo oscuro en medio del bosque. El viejo hechicero no podía creerse que
aquel chico harapiento fuese la persona que buscaba. «He oído que eres muy
sabio», dijo el hechicero. Ramiro asintió con la cabeza. «Entonces dejaré la
decisión en tus manos», dijo el hechicero. «Elige entre mis dos hijas cuál será
una gran hechicera. Pero antes has de decirme cómo piensas decidirlo». Ramiro
se quedó pensando un buen rato. «Les haré tres pruebas», contestó. «Y deberán
responder con sinceridad».
—¿Pruebas?, ¿como los dictados del colegio? Qué historia más tonta. Yo
quiero la de Odran —protestó Thiago.
—Es la forma más justa de decidir —contestó Peter.
—El día de las pruebas se acercaba y al hechicero le daba miedo que Ramiro
no fuese la persona adecuada. Al fin y al cabo, no poseía poderes mágicos. Sólo
era un chico normal y corriente. Quizá fuese mejor recurrir a la magia, a una
poción o un conjuro que lo ayudara a tomar la decisión. Para la primera prueba,
Ramiro colocó tres objetos en una mesa: un rubí, una perla y una simple piedra
alisada por el mar. Cuando les pidió que eligiesen la piedra más bella, Mercedes
no dudó en escoger el rubí, pues era la de más valor. Pero cuando le preguntó
a Marianella, eligió la piedra del mar.
—Marianella es tonta —dijo Thiago—. No puede ser hechicera.
—Eso creía el hechicero también —continuó Bruno—. ¿Cómo iba Marianella a
ser hechicera si ni siquiera era capaz de reconocer el valor de una joya? Pero Ramiro
advirtió que Marianella reconocía la belleza de las cosas sencillas. La
siguiente prueba fue más difícil. Ramiro presentó tres hombres ante las chicas:
un caballero apuesto, un comerciante adinerado y un monje. Le dio una bolsa de
monedas de oro a Mercedes y le pidió que se las diera al hombre que más las
necesitaba. Pero Mercedes no estaba dispuesta a dejarse engañar. Le dio un
tercio al caballero para que la protegiese, un tercio al comerciante a cambio
de una aventura de seda y otro al monje para que velara por su espíritu. Cuando
Marianella entró en la sala y se enfrentó a la misma elección, se quedó con las
monedas de oro. «No puedo dar el dinero a ninguno de estos hombres, pues
ninguno de ellos lo necesita», explicó. «El caballero está protegido por su
linaje. el comerciante se gana la vida con los productos que vende. Y el monje
ha hecho voto de pobreza. ¿Dónde está el campesino pobre que se ha quedado sin
cosecha o la madre sin medios para alimentar a sus hijos?»
Peter se acurrucó en la cama, se cubrió con la colcha hasta la barbilla.
Las ventanas seguían retemblando por el viento, pero, mientras oía la historia
de Bruno, era como si el mundo real desapareciese. Podía imaginarse el castillo
del hechicero, el bosque arbolado. Veía la casita de campo de Roddic junto al
acantilado. Aunque había nacido en Irlanda, no recordaba nada del país. Pero en
esos momentos lo sentía en las venas.
—El viejo hechicero suspiró. Marianella era demasiado compasiva para
manejar los poderes de la magia. Pero Ramiro supo que Marianella era amable,
generosa y comprensiva con los menos afortunados. Sólo le quedaba por
plantearles la última prueba. «Hacedme una pregunta», les dijo. «Sobre lo que
deseéis saber más que ninguna otra cosa». Ambas permanecieron en silencio un
buen rato. «¿Seré la hechicera más poderosa de Irlanda?», preguntó por fin Mercedes.
«¿Encontraré el amor verdadero?», quiso saber Marianella. Lo cual demostró lo
que Ramiro ya sabía: Marianella tenía el corazón más puro. Entonces se giró
hacia el hechicero y le dijo que debía concederle sus poderes a Marianella.
—Qué empalagoso —murmuró Thiago—. Supongo que ahora Ramiro la besará, se
enamorarán y se casarán.
_Todavía no —dijo Bruno—. Porque antes de morir el hechicero. Mercedes
se llevó a Marianella bosque adentro y la abandonó en medio de la espesura,
convencida de que la devorarían los lobos o se moriría de hambre.
—¿Se murió? —preguntó Thiago.
—No. Porque Ramiro ya había imaginado que Mercedes intentaría hacerle
daño. Vigilaba a Marianella y seguía a las hermanas allá donde fueran. Y la
rescató del bosque. La devolvió al castillo y le contó al hechicero la maldad
de Mercedes. Sólo entonces supo el hechicero la respuesta a su pregunta. Ya
podría morir tranquilo. Así que Marianella se convirtió en hechicera. Y Ramiro
en su consejero de más confianza.
—¿Y Mercedes? —preguntó Peter.
—Se convirtió en una rana. Una rana resbaladiza con nariz morada.
Peter rió, Bautista también soltó una risilla. Thiago parpadeó
confundido:
—¿No intentó convertir a Ramiro en sapo?
—No, era demasiado listo para permitírselo —contesto Bruno. Carraspeó y
continuó con la historia—. Al cabo de un tiempo, Marianella y Ramiro se
casaron. Y tuvieron hijos, que tuvieron hijos, que tuvieron hijos. Pero
ninguno de ellos necesitaron poderes mágicos, pues heredaron algo más valioso
de su padre: una mente despierta y sed de conocimiento.
—¿Estás seguro de que Ramiro no tiró a Marianella por el acantilado?
—pregunto Thiago—. Quizá se la llevó al bosque y le cortó la cabeza. Papá
cuenta las historias de otra forma.
—Esta historia es mía, no de papá.
Bruno siempre contaba las historias de los increíbles Lanzani de otra
forma, pensó Peter. En sus versiones, las mujeres no eran siempre las villanas.
—A mí me gusta como la has contado.
—Me alegro. Así que ya sabéis que descendemos de reyes y princesas,
caballeros y damas, campesinos sencillos y hechiceras poderosas — Bruno se
levantó de la cama y tapó con la colcha a los tres hermanos—. Hora de dormir.
Es tarde —añadió justo antes de salir de la habitación y apagarles la luz.
Se quedaron a oscuras. Thiago se dio la vuelta, tirando de las sábanas. Bautista
se volteó también, acurrucándose contra Peter en busca de calor y seguridad. Peter
le pasó un brazo sobre la cabeza y se quedo mirando al techo. Seguía pensando
en la historia de Ramiro Lanzani. Le gustaba: el chico listo y la hechicera
viviendo en el castillo del bosque.
—¿Crees que papá está bien? —preguntó Bautista con timidez.
—Papá es un Lanzani. Es como Ramiro. Es listo —murmuró Peter.
—Tengo miedo. ¿Qué pasa si no vuelve? Vendrán a casa y nos separarán. No
volveremos a vernos —dijo con voz trémula, a punto de llorar.
—Santiago no lo permitiría —dijo Peter al tiempo que acariciaba el pelo
de su hermano pequeño—. Siempre estaremos juntos. No te preocupes, Bauti.
El chiquillo emitió un pequeño sollozo y se hizo un ovillo bajo la
sábana. Peter cerró los ojos. Pero no consiguió conciliar el sueño. Cuando la
casa se quedó en silencio, salió de la cama, agarró el abrigo de invierno y se
lo puso para guarecerse del frío. Mientras pasaba por delante de la otra
habitación, asomó la cabeza y vio a sus hermanos mayores tendidos en sus camas.
Las escaleras crujieron mientras bajaba. Cuando llegó al recibidor, se
sentó frente al televisor portátil que Gastón había rescatado de un
contenedor. Lo encendió, una figura con puntos de nieve iluminó la pieza. La
antena apenas captaba la señal, Peter casi no veía al hombre del tiempo que
estaba de pie frente al mapa.
—En directo Canal WBTN. La tormenta está empeorando. Las olas que golpean
las costas de Argentina han obligado a desalojar sus casas a muchos habitantes.
El barómetro sigue bajando, lo que significa que aún no hemos superado lo
peor. Según informes, centenares de barcos se han soltado de sus amarras o han
quedado destruidos. Muchos botes pesqueros también han sufrido accidentes, un
golpe duro para un colectivo que ya ha pasado un verano desgraciado.
Peter se inclinó hacia adelante, tratando de estudiar el mapa,
preguntándose en qué parte del Atlántico se encontraría su padre. Había trazado
la ruta en el atlas del colegio, pero allí era muy fácil. Ya había montado en
barco y sabía por experiencia que en el mar no era tan sencillo orientarse.
—Mientras tanto, los guardacostas no dejan de recibir llamadas de socorro
de pescadores y marineros atrapados en el mar. El barco Selma B se hundió tras
inundarse, pero un helicóptero logró rescatar a la tripulación. El Willow llegó
a puerto hace unas horas, después de una intensa búsqueda de los guardacostas.
Peter sintió un nudo en el estómago. Todos sabían los peligros a los que
se exponían los barcos pesqueros. Una vez el profesor de Bruno había dicho que
la pesca comercial era la profesión más peligrosa de todas, mucho más peligrosa
que conducir un coche de carreras o pilotar un avión. Nunca se había olvidado
de esas palabras y, de pronto, le pesaban como si un bloque de cemento le
oprimiese el pecho.
Miró al hombre de la pantalla. Si llegaba a ocurrirle algo al Increíble Lanzani,
él sería el primero en saberlo. Sabría si el barco se estaba hundiendo. Si Pablo
estaba vivo o muerto. Como Ramiro Lanzani, el hombre del tiempo lo sabía todo.
Peter apoyó la barbilla sobre las rodillas flexionadas, tembló, se negó a
abandonarse al llanto.
—Algún día yo seré el primero en saberlo todo. Y entonces no tendré que
volver a preocuparme.
Continuará ...
awww pobrecito! espero que el papá este bien u.u muy MUY bueno el cap!!! gracias por subir esta nove @LuciaVega14
ResponderEliminarMUUY Bueno! Recien Empese a Leer esta Novela y si Vos la Escribiste TENES TALENTO♥
ResponderEliminarseguiiii interesante ojala no le aya pasado nada al papa
ResponderEliminarpronto la seguire leyendo me gusta
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