Capítulo 38

HOOOLA. Les dejo el capítulo ahora, si anoche hay fimas subo otro. Besos! Disfruten. 

En esos momentos, Lali era una fantasía para él, una mujer que ocupaba un espacio secreto e inaccesible en su vida. Compartían una pasión increíble. Pero si de verdad quería entender lo que estaba pasando entre los dos, tendría que integrarla en su mundo, hacerle un hueco en la familia.

Capítulo 38

Mientras paseaban por el embarcadero, Peter vio a Bruno sobre la cubierta de un yate nuevo. Lo saludó y agarró una mano de Lali antes de subir a la embarcación.

—¡Vaya!, ¡esto está mejor que el Increíble Lanzani!

Peter se giró hacia Lali, la sujetó por la cintu­ra y la plantó en la cubierta. Cuando Lali puso las manos sobre su pecho para mantener el equilibrio, Peter sintió un fogonazo de deseo, pero lo sofocó devolviendo la atención a su her­mano.

—El caso es que yo sólo había pedido un motor nuevo para el Increíble Lanzani. Pero el padre de Amy decidió comprarnos el yate. No creo que a Andrés Vázquez le gustara la idea de ver a su hija en un barco tan antiguo.

Amy, la mujer de Bruno, salió del camaro­te. Llevaba pantalones cortos, un top, el pelo despeinado, como si acabaran de salir de la cama.

—Cielo, mi padre tiene segundas intencio­nes. Cree que ahora que nos ha comprado el yate, te sentirás obligado a enseñarle a dirigirlo. Luego nos los pedirá prestado y se llevará a sus socios a pasar la tarde en el mar tomando martinis —dijo y le tendió la mano a Lali—. Hola, soy Amy Vázquez. Digo... Amy Lanzani, la mujer de Bruno.

—Amy, Lali Espósito. Lali, mi hermano Bruno —los presentó Peter—. Bruno es es­critor y Amy derrocha dinero —añadió antes de darle un beso en la mejilla.

—La última vez que vi tu cartera, no estaba llena de telarañas precisamente —contesto Amy.

—Bruno y Amy se han casado este mes pa­sado —explicó Peter.

—Otra víctima de la maldición de los Lanzani —bromeó Amy.

—¿La maldición de los Lanzani? —Lali frunció el ceño.

—No creo que a Lali le apetezca que le con­temos las supersticiones de la familia —dijo Peter, rodeándola por la cintura.

—Pues sí me apetece —contestó ella.

—Ya te lo contaré —dijo Peter—. No puedes saber tan rápidamente todos nuestros secretos. ¿O formaba parte del informe?

Peter vio que la sonrisa de Lali se desvanecía y lamentó al instante lo que había dicho. El in­forme había sido un punto de fricción entre am­bos y debería haber evitado mencionarlo. De al­guna manera, Amy intuyó el cambio de humor y agarró una mano de Lali.

—Ven, te enseñaré el yate. Peter dice que querías probar algo típico de Argentina.

—Yo... —Lali pestañeó sorprendida.

—Tranquila. Los chicos se encargan de la co­mida. Nosotras sólo tenemos que tomar refrescos y tostarnos al sol.

Peter las vio desaparecer por el camarote. Luego se giró hacia su hermano, que lo observaba sonriente.

—Es guapa —comentó—. ¿Es ella?

—¿Ella?

—Sí. ¿La has salvado? Corren rumores de que sí.

—¿Quién te lo ha dicho?

—Puede que Thiago se lo comentara a Bautista y Bautista se lo dijese a Elena, que comió con Amy hace unos días —Bruno se encogió de hom­bros—. En esta familia todo se sabe. Como se te ocurra estornudar por la mañana, a la hora de la cena no hay nadie que no sepa que estás resfria­do. Estaba pensando en inaugurar un tablón de anuncios, para colgar los comunicados oficiales.

—Muy gracioso. ¿Estamos listos para zarpar?

—Ocúpate de la cuerda de popa. Luego ve a proa y suelta amarras mientras arranco.

Peter obedeció las instrucciones de su hermano y, minutos después, estaban surcando el agua. Hacía una tarde de sábado perfecta, con una brisa ligera y algún golpe de viento más fuerte. Subió los escalones que conducían a la cabina del timón y se sentó junto a Bruno.

Continuará...