domingo, 8 de abril de 2012

Capítulo 2


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—Pero quizá no te ofrezcan los telediarios del fin de semana. Y sabes que el encargado del fin de semana será el que sustituirá a Barto cuan­do se jubile dentro de dos años.
Los rumores se sucedían desde hacía sema­nas, pero Peter trataba de no hacerles caso.


Capítulo 2



—¿Crees que quiero pasarme el resto de mi carrera sentado delante de una cámara leyendo noticias? —preguntó.
—Dar en cámara das de maravilla —respon­dió ella.
No debería haberle extrañado el comentario. Había subido rápidamente en el canal y, aunque quería creer que se debía a su calidad como pe­riodista, sospechaba que tenía mucho que ver con su imagen. Las encuestas eran elocuentes: era el reportero con más tirón para las mujeres de entre veintiún y cuarenta y nueve años. Y tampoco eran malas sus cifras con el público masculino. A ellas les gustaba su físico y a ellos que fuese un hombre corriente de San Clemente del Tuyú. Los habitantes de Argentina confiaban en que Peter Lanzani les contaba la verdad.
—Puede que dé en cámara, pero me falta vo­cación para eso. Me pasa como a ti. Somos igua­les. Nos gusta estar en la calle.
—Si no quieres el ascenso, ¿por qué trabajas tanto?
—Porque me gusta ser el primero en saber las cosas —Peter se encogió de hombros.
—¡Vanesa! Tenemos una alarma de incen­dio en Palermo. Ve a cubrirlo.
Vanesa se giró e hizo una señal a uno de los periodistas jóvenes, que ya corría hacia la sa­lida.
—Nos vamos —dijo y sonrió a Peter—. Cuando tengas la historia, no te olvides de tu diosa de la cámara favorita. Pondré el objetivo tan pegado a la nariz de Soler que podre­mos leer lo que está pensando.
—Cuento contigo —contestó él justo antes de que Vanesa se diera la vuelta y echara a correr hacia el camión de prensa. Luego, abrió el cajón del escritorio y sacó una grabadora de mano. Mientras introducía una cinta nueva, pen­só en las palabras de su compañera.
Sabía que la directiva tenía planes para él, que se estaba convirtiendo en la nueva cara de WBTN. Aunque había disfrutado de su ascenso meteórico, Peter sabía lo que quería y no era un trabajo en los estudios de televisión, por muy bueno que fuese el sueldo. Lo único que de ver­dad le importaba era contar buenas historias.
Al terminar la universidad, se había propues­to trabajar para la prensa escrita. Así que había hecho prácticas con un par de periódicos pe­queños. Pero al ofrecerle un puesto como redactor en plantilla para el canal WBTN, había aceptado sin dudarlo. Nunca había imagi­nado que subiría tan deprisa.
Peter se guardó la grabadora en la chaqueta y sacó del bolsillo de los pantalones las llaves del coche. Mientras caminaba hacia la salida, si­guió dándole vueltas a la advertencia de Vanesa. Llevaba más de un año trabajando con ella y siempre había acertado en sus consejos, profe­sionales o personales. Pero el instinto le decía que, en contra de la opinión popular, su carrera no iba dirigida en esa dirección. Y Peter confia­ba en su instinto.
No le importaba tener que dimitir en ese mo­mento y volver a empezar de cero, encontrar un trabajo en un periódico decente y volver a abrir­se camino. Pero tenía veinticinco años. A esa edad, se suponía que debía ir teniendo la vida en or­den, las prioridades definidas. Claro que no ha­bía crecido en una familia convencional, lo que quizá era una buena excusa.
Vivir bajo el techo de la familia Lanzani había enseñado a los seis hermanos a vivir el momen­to. Su padre, Pablo, casi nunca estaba en casa, pues su trabajo como pescador lo obligaba a pa­sar semanas seguidas enteras en el mar. Y la madre de Peter los había abandonado cuando este sólo tenía tres años. Él y sus hermanos se habí­an criado por su cuenta, teniendo a Santiago, el mayor de los hermanos, como auténtica figura paternal.
Todos se habían metido en más de un lío, pero él y su hermano, Thiago, habían sido los más rebeldes. Se las habían arreglado para conseguir un buen historial de delitos menores, aunque, por suerte, Santiago había empezado a trabajar como policía antes de que se metieran en mayo­res problemas. Los había metido en la cárcel tres días tras robar el coche de un vecino y los había obligado a pasarse las vacaciones de verano pintando la casa del tipo. El castigo había servi­do para que Thiago y él decidieran que no mere­cía la pena seguir por ese camino.
Así que él había centrado sus energías en los estudios y había aceptado un trabajo a media jornada, cargando periódicos en los camiones. Y al finalizar el instituto, se había convertido en el segundo Lanzani en matricularse en la universidad, después de su hermano Bruno. Tenía que escoger una carrera y, al ir a ins­cribirse, le había preguntado a una chica guapa que hacía cola delante de él qué iba a estudiar. Periodismo no había estado entre sus primeras opciones, pero había resultado ser un buen sitio para conocer chicas apasionadas. Y las clases habían resultado sorprendentemente interesan­tes; sobre todo, después de descubrir que se le daba bien contar historias.
Peter echó una carrerita hasta el aparcamiento donde tenía el coche. Con un poco de suerte, conseguiría lo que quería pronto y podría pasar el resto de la noche del sábado en el pub de Lanzani, relajándose con una copa de Guinness y seduciendo a alguna mujer bonita. Peter sonrió. Quizá hasta se dejaba puesto el esmoquin. Se­guro que conseguiría llamar la atención de un buen puñado de bellezas.
—Primero el deber, luego el placer —mur­muró mientras arrancaba.

Continuará..

1 comentario:

  1. Lo que me costo leer este cap, porque mi celu anda bastante mal y cada vez que lo encontraba me sacaba de internet y lo tenia que volver a buscar :( buenisimo! :D @LuciaVega14

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