lunes, 16 de abril de 2012

Capítulo 16


Hola chicas, les dejo nuevo capi :) Pronto se viene el encuentro... Lo bueno se hace esperar. Si hay firmas subo más hoy, si no.. hasta mañana! besos



Lali gruñó y se dejó caer sobre el sofá mien­tras esperaba la comida. Si de veras controlaba la situación, ¿por qué quería pasar otra noche con Peter Lanzani?, ¿y luego unas cuantas más? ¿Por qué se veía capaz de zamparse una tarta entera? Lali se cubrió la cara con las manos y gruñó.
—¿Qué he hecho?

Capítulo 16
Lali estaba sentada en su despacho de Inver­siones Soler, mirando el horizonte por la ventana. Se levantó de la mesa y se fijó en tráfi­co que congestionaba las calles abajo. Aunque Buenos Aires era una ciudad bonita, no era Chicago. Suspiró. Sólo llevaba fuera de casa tres días y ya sentía nostalgia.
Tras romper con Daniel, había tomado algu­nas decisiones importantes. Había visto una casa vieja en Chicago y, sin pensárselo dos ve­ces, se la había comprado. Había sido un primer paso hacia la independencia. Desde que había salido de la residencia de estudiantes en la uni­versidad, había vivido de alquiler, a la espera de que el hombre ideal apareciera, se casaran y compraran una casa juntos.
Pero, de pronto, tenía una hipoteca que pa­gar ella sola y una casa vieja que necesitaba un tejado nuevo. Conseguir un ascenso de puesto y un aumento de sueldo la ayudarían a pagar las facturas. Si hacía un buen trabajo con Ricardo Soler, Don Dilan tendría que reconocerle su valía.
La casa no había sido el único cambio. Una vez más, pensó en Peter Lanzani. Su pequeña aventura también había formado parte del plan... Plan del que cada vez se arrepen­tía más.
Se apartó de la ventana. ¿Por qué no podía qui­tarse a Peter Lanzani de la cabeza? Sí, había sido una noche de sexo del bueno, de acuerdo. Increí­ble incluso. Pero tenía que creer que lo realmente especial había sido la espontaneidad con que ha­bía actuado. No estaba acostumbrada a hacer el amor en el asiento trasero de una limusina.
Después de lo que había pasado, se había quedado satisfecha con el resultado. Había obtenido justo lo que quería... en un principio. Pero luego no había dejado de rememorar aquel acto apasionado. En ningún momento había imaginado que tendría tantas ganas de volver a verlo.
Se sobresaltó al oír que llamaban a la puerta. Lali respiró profundamente. Estaba muy tensa. ¿Sería un efecto secundario de aquel arrebato lascivo?
—¿Sí?
—El señor Soler quiere verla, señorita Espósito —la informó María, la ayudante que le habían asignado, tras asomar la cabeza por la puerta—. En su despacho.
—Gracias, María.
Lali se alisó la falda, sujetó el cuaderno entre el brazo y el costado, salió de su despacho y re­corrió el pasillo hasta el ascensor. Una vez den­tro, se apoyó contra la pared y miro cómo iban cambiando los números de las plantas. Así era como las mujeres normales se volvían desvergonzadas, musitó. Sólo podía pensar en sexo, sexo y más sexo. Si hubiese habido algún hom­bre atractivo en el ascensor, a saber qué habría ocurrido.
—Necesito un hobby —dijo—. Algo para dis­traerme. Cerámica o kickboxing. Podría apuntarme a clases de canto. Siempre he querido aprender a cantar... Y no estaría mal si dejara de hablar conmigo misma —añadió al ver la cáma­ra de seguridad situada en una esquina del ascensor.
Las puertas se abrieron y Lali avanzó a paso ligero hasta el final del pasillo. La secretaria de Ricardo Soler se levantó al verla llegar.
—Hola, señorita Espósito. ¿Quiere que le traiga algo?
—Un café si es tan amable, señora Navarro —contestó Lali—. Con leche, una cucharada de azúcar —precisó antes de llamar a la puerta, empujarla y entrar.
Ricardo Soler la recibió tras una mesa im­ponente, impecablemente organizada. Apuntó hacia una silla.
—Buenos días, Lali. Supongo que la señora Navarro te ayudó ayer a instalarte.
—Sí. Tengo despacho, una ayudante y he conocido a algunos de sus hombres de confianza —Lali hizo una pausa—. Parece que el departa­mento de relaciones públicas lo está haciendo muy bien. Así que sigo sin entender para qué me necesita
 Soler se apoyó contra el asiento y se cruzó de brazos.
—Hay una operación en marcha que puede generar un poco de revuelo y necesito a alguien con experiencia para manejar la situación cuando estalle. Alguien de fuera, objetivo, para que nos guíe.
—¿Qué clase de operación? —preguntó Lali, advirtiendo la tensión del rostro de Soler.
—Estoy trabajando en un proyecto de desa­rrollo en el puerto.
—El proyecto Marat —dijo ella.
—Como sabes, sacar adelante un proyecto inmobiliario de esta magnitud puede resultar casi imposible. Hay un sinfín de trámites y pa­peleos y, si no llevo el asunto de forma expedi­tiva, se puede generar cierta inseguridad entre los inversores y perdería el proyecto. Estaba a punto de renunciar a él cuando se me ocurrió una forma de llevarlo a cabo.
—¿Y? —preguntó Lali, disimulando el males­tar que empezaba a sentir—. ¿O quizá debería no preguntar?
—Creo que es mejor que lo sepas todo. Di­gamos que, si infrinjo la ley o no, depende de la interpretación que se haga de dichas leyes. Tuvimos que hacer algunas cosas que no eran totalmente éticas. Y algunos medios de comunicación están detrás de mí desde que conseguí el contrato para mi primer centro comercial. Si los detalles de esta operación salen a la luz, mis inversores se retirarán y acabaré en la ruina. In­versiones Soler quebrará y dejará sin traba­jo a centenares de personas. Vi cómo llevaste el caso de soborno para la adjudicación aquella de Chicago. ¿Puedes hacer lo mismo con noso­tros?

Continuará...

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