Ultimo Capítulo!

FIN :( La nove se termino chicas. Tengo algunas cositas para decirles... GRACIAS! Gracias por los comentarios y todas las cosas lindas y graciosas que siempre me dicen. Espero, de verdad, que ustedes hayan disfrutado de la novela. Acerca de una nueva nove, les cuento que ahora subo 4 argumentos para que ustedes elijan. Les copa? Bueno.. nada, eso .. GRACIAS! ♥ 

Bebió otro sorbo de vino y se acordó del día en que Peter le enseñó a bailar country. Al empezar la lección iban completa­mente vestidos, pero acabaron completamente desnudos. Habían hecho  el amor sobre la piel de oso delante de la chimenea. Le dio por pensar a cuántas otras mujeres habría desnudado Peter mientras bailaba con ellas.

Capítulo 52

Un vaquero alto y delgado la invitó a bailar, pero justo cuan­do dejaba la copa en una mesa vacía, apareció Peter y se plantó ante el joven.

-Largo -dijo, dedicándole una mirada asesina. Y, para sua­vizar las cosas, añadió-: Chico.

Antes de que ella pudiera decir nada, Peter le agarró la ma­no y la condujo hasta el centro de la pista.

Cuando se hubo recuperado de la impresión, Lali dirigió la mirada al rostro de Peter, iluminado sólo por la luz que des­prendía la bola de discoteca sobre sus cabezas. Los destellos de los cristalitos se deslizaban por su pelo y sus hombros, cubiertos por una bonita chaqueta azul marino. Llevaba una camisa de ves­tir blanca y corbata burdeos, y Lali leyó el deseo en sus ojos. Lo había visto encenderse muchas veces por ella. Tras bajar la vista al nudo de su corbata, le dijo con voz compungida, mien­tras él deslizaba las manos por su espalda:

-Eso no ha estado nada bien. El muchacho ha sido muy educado. No tenías que haberle dicho «chico» en ese tono.

-Se llama así. Chico Duncan. Vive en Chalis.

-Ah. -Lali volvió a levantar la mirada hasta la línea de sus labios-. ¿Qué haces aquí? Rochi me dijo que nunca venías al baile.

-Rochi habla demasiado. -Trató de acercarla a su pecho, pero ella se resistió. La deseaba. Lali lo leía en sus ojos y lo sen­tía en las caricias de sus manos en la espalda, pero el deseo no era amor. Y ella quería más que deseo.

-¿Qué haces aquí? -repitió.

-Relájate y te lo diré. –Peter la estrechó con más fuerza y ella perdió la batalla-. Así está mejor -añadió. Entonces incli­nó la cabeza y le habló al oído-: Estoy aquí porque estás tú. Cuando un hombre ama a una mujer, quiere pasar todo su tiem­po con ella, aunque eso signifique ponerse traje y corbata. Sólo quiere estrecharla entre sus brazos y oler el aroma de su cabello.

Aquellas palabras le llegaron al corazón y abandonó su in­tento de poner distancias. Temía respirar. Temía no haber escu­chado bien.

-He pensado en lo que me dijiste ayer –prosiguió Peter, mientras evolucionaban lentamente por la pista-. Eso de que no me habías importado lo suficiente para creerte, y tienes razón. Tenía que haberte creído sin más.

Lali pasó la mirada por su barbilla hasta llegar a los ojos. Por mucho que temiera su respuesta, tenía que saber por qué ahora la creía.

-¿Has descubierto quién llamó a la prensa?

En los segundos que él tardó en contestar, las esperanzas de Lali se desvanecieron. No la había creído: alguien le había dicho la verdad. En realidad, no había cambiado nada.

-Sí -admitió él, y ella volvió a forcejear para él-. Estate quieta o tendré que volver a atarte.

-Déjame, Peter. -Le escocían los ojos de llorar allí mismo, delante de todo el pueblo.

-Cariño, no creo que esto vuelva a suceder. – la estrechó con más fuerza que casi la deja sin aire. - He descubierto que fue Paris la que llamó  a  la prensa pero cuando lo supe ya no era importante. Cuando  amas a una persona, tienes que creer en  tu corazón y soportar mucho sufrimiento innecesario.  -  Rozó la sien de Lali al decirle-: Te quiero, Lali. Mi vida ha sido muy desgraciada sin ti.

Ella había sufrido tanto que necesitaba asegurarse.

-¿De verdad te has sentido desgraciado?

-Sí.

Lali sonrió por primera vez. Tuvo ganas de reír y llorar y acurrucarse en su pecho, todo a la vez.

-¿Muy desgraciado?

Él apoyó la frente en la suya.

-Cada mañana, al despertarme, sentía un vacío infinito en el estómago, como si me faltara algo: el oxígeno o la luz del sol. Algo que necesitaba. Entonces palpaba la almohada de al lado y comprendía que eras tú lo que me faltaba. Y al acostarme me quedaba despierto preguntándome si tú estarías pensando en mí. Si me añorabas tanto como yo a ti.

-¿Peter?

-Qué?

-Yo también te he añorado.

Acabó la canción y, antes de que empezara la siguiente, Tho­mas Dalmau le dio un golpecito a Peter en el hombro y le pi­dió que le cediese la pareja de baile.

-No, joder -replicó Peter-. Búscate otra mujer. ¡Ésta es mía!

Lali dio por sentado que su relación ya era pública, así que puso la mano en la mejilla de Peter e hizo que la mirara.

-Él no sabía que soy tu mujer.

-Pues entonces más vale que se lo demuestre -dijo, y le dio un beso que la dejó sin aliento. La recostó sobre su brazo como habría hecho Rhett Butler y, delante de todo el que quisiera mi­rar, el beso se tornó ardoroso, húmedo y maravilloso. Cuando volvió a enderezarse, le cogió la cabeza con ambas manos y la mi­ró a los ojos.

-Quiero que todo el mundo sepa que te amo, Lali.

-Y yo quiero que todo el mundo sepa que yo también te amo. -Una sonrisa le formó pequeñas arrugas en las comisuras de sus ojos verdes.

-Me alegro de que lo digas, porque pensaba que tendría que llevarte a casa y esposarte a una silla para sonsacarte.

-No hace falta esposarme. Te amo. Te he amado desde el día que me llevaste a ver el lago Sawtooth. Y creo que incluso antes.

Peter frotó su nariz contra la suya.

-Sé que he complicado las cosas entre nosotros, pero si me dejas, me pasaré el resto de la vida haciéndote feliz.

Lali pestañeó pero no pudo contener las lágrimas.

-Entonces ¿qué estamos haciendo aquí? Llévame a casa.

-Cariño, he estado esperando que me lo pidieras desde que llegué a este maldito baile.

De camino a la casa, Lali apoyó la mano en el muslo del she­riff y la cabeza en su hombro. La última vez que había ido con él en la camioneta por la noche le había quitado la ropa, pero de mo­mento se conformaba con ir allí sentada, bajo el resplandor de  las  luces del salpicadero, escuchando el sonido de su voz. Luego ya habría tiempo para quitarle la ropa. Tenía toda la vida para ello. Ahora tenían que hacer algo importante: hablar con Adam.

Lali le besó el hombro y él la rodeó con el brazo. Se sentía como si fueran los únicos habitantes del planeta, como la noche en que se había enamorado de él en el lago Sawtooth. Se le in­flamaba el corazón y la cabeza le daba vueltas como a la pobre Casiopea.

Escuchó a Peter contarle que Myron y Paris se habían mar­chado  juntos y que pensaban empezar una nueva vida como lucha­dores en México. Ella no fue capaz de imaginárselo, pero deseó que les fuera bien para que ninguno de los dos volviera a amar­garle la vida de nuevo.

-Te quiero -susurró Lali.

-Yo también te quiero, pero ya sabes que yo voy con mo­chila. ¿Qué piensas de Adam?

Ella no se lo pensó dos veces.

-Es un niño maravilloso, Peter. Es inteligente y divertido, y me gusta tenerlo cerca.

-Entonces, quédate con nosotros -le propuso él, besándo­le la cabeza-. Para siempre. Ya sé que es pedirte mucho, pero lo hago igualmente. Te pido que dejes tu vida en Los Ángeles por mí, por un hombre con un hijo. No sé qué pensarás de conver­tirte en mamá, y sé que tendrás que reflexionar mucho.

No era pedir demasiado, y tampoco tenía que pensar mucho en lo de ser mamá. No tenía que pensar nada. Ella sería lo que Adam quisiera que fuera: madre, amiga o ambas cosas a la vez.

-¿Le has dicho a Adam lo que sientes por mí?

-Sí, y aunque no pegó saltos de alegría, me dijo que buscaría una piedra especial para ti. Eso significa que le caes bien. -Le le­vantó la mano del muslo y le besó los dedos-. Supongo que yo también tendré que buscarte una piedra especial. Una muy gran­de y brillante.

-No necesito ninguna piedra especial; sólo te necesito a ti. -Lali se incorporó y se volvió para observar el perfil de Peter-. ¿Me estás pidiendo que me case contigo?

-Aún no.

Lali dio por supuesto que sería mejor esperar unos meses y se preguntó si él querría esperar mucho más tiempo.

-Después de hablar con Adam, te llevaré a casa y te haré el amor, y cuando estés relajada, feliz y satisfecha, entonces te lo pediré.

Ella rió, aliviada y radiante.

-¿Y para qué esperar?

-Pues porque he descubierto que después de un orgasmo dices que sí a todo. A la tarta esparcida por el cuerpo, a las espo­sas, al matrimonio...

Lali se encogió de hombros.

-Vale, de acuerdo.

Había ido a Gospel en busca de humanoides peludos y ex­traterrestres, y había encontrado algo más. Algo mucho mejor: el lugar al que pertenecía su corazón. El futuro estaba ante ella y a su lado. Tenía a Peter, a Adam y a Rochi. Tenía su profesión y, justamente aquella mañana, había recibido un e-mail de la re­vista Time. Les había mandado una carta ofreciéndoles su artículo sobre Hiram Donnelly y estaban interesados en leerlo. No era ninguna garantía, pero en los tiempos que corrían las garan­tías sólo se encontraban en las tostadoras. Todo lo demás de­pendía del trabajo duro y de la suerte. Desde que se había insta­lado en Gospel, se había encontrado a sí misma y a un hombre que la amaba. No necesitaba más garantías.

Quizá más adelante escribiera un libro. Un libro sobre un pueblecito donde la gente comía ostras de las montañas Rocosas y se dedicaba al lanzamiento de váteres. Un pueblecito donde dos ancianas gemelas se teñían el pelo y planeaban por separado la dolorosa muerte del marido de la otra.

No, pensó mientras la camioneta enfilaba el sendero de Peter. El relato tendría que ser más realista que la propia reali­dad, de lo contrario nadie se lo creería. Nadie creería que exis­tiera un pueblo como Gospel más allá de su imaginación de es­critora.

Ni siquiera ella era tan buena.

FIN!