Capítulo 39

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-Esto es lo que quería enseñarte. Es el lugar más bonito que he visto en mi vida. -Le tomó la mano y la apretó levemente-. Me recuerda a ti -añadió.

Fue entonces cuando Lali lo oyó. El corazón se le hinchó como un globo y se le aceleró el pulso. Sintió que caía al vacío, tal como él le había explicado. Y se enamoró perdidamente de Peter Lanzani, sin que pudiera hacer nada para remediarlo.

  

Capítulo 39

-Ahí está la Osa Mayor. -Peter señaló el cielo estrella­do-. Y ahí, la Osa Menor.

Peter tenía razón con lo del saco de dormir: de alguna manera se las habían apañado. Era estrecho pero confortable, y había espacio suficiente para que los dos pudieran tumbarse de lado. Salvo por los zapatos, se habían metido dentro completa­mente vestidos: con vaqueros y sudaderas. Peter le aseguró que lo agradecería a la mañana siguiente, cuando no tuviera que en­fundarse la ropa fría. Como ella nunca había acampado, lo creyó.

Estaba con la cabeza recostada en el hombro de Peter, cuyo cuerpo parecía un horno por el calor que desprendía. Él había inflado una colchoneta de aire para extenderla bajo el saco y, aunque a Hope se le estaba congelando la nariz, no tenía ningu­na queja.

-Allí está la Estrella Polar -anunció él, y señaló hacia el oeste-. Y Casiopea.

Lali no era nada experta en constelaciones, por lo que tam­bién tuvo que creerlo.

-Está encadenada boca abajo en su trono y tiene que reco­rrer la bóveda celeste del revés. -Se llevó la mano de Lali a los labios y le besó la punta de los dedos-. Me alegro de que hayas venido aquí conmigo.

-Y yo de que me hayas traído. -De todos los lugares mara­villosos que Lali había visto en su vida, o en los que podría es­tar en aquel preciso instante, ninguno contaba con el atractivo de yacer en un saco en medio del agreste Idaho con Peter Lanzani: el hombre al que amaba con toda el alma.

Él se incorporó sobre un codo y ella miró su rostro oscuro, recortado contra el cielo atestado de estrellas.

-¿Lali?

-¿ Sí?

-Quiero decirte una cosa. -Puso la palma abierta de Lali contra su áspera mejilla sin afeitar-. En mi vida he estado con mujeres que no me han importado nada y con mujeres que me han importado mucho, pero nunca con ninguna que me haga sentir lo que tú. -Bajó la cabeza y le susurró ante los labios-: A veces, cuando te miro, se me hace difícil respirar. Cuando me tocas, ni siquiera recuerdo que tengo que respirar. -La besó dulce y lentamente, y con cada roce de sus labios y caricia de su lengua, el corazón de Lali se inflamaba. Era maravilloso, ex­traordinario, nuevo... Entonces Peter añadió-: No sé cómo va a salir esto, pero quiero estar contigo. Para mí eres importante.

No era precisamente una declaración de amor imperecedero, pero la emoción hizo mella en los ojos de Lali. Metió las ma­nos por debajo de la sudadera de Peter y empezó a peinarle el sedoso vello pectoral. Notó la brusca entrada del aire en sus pulmones y el fuerte latido de su corazón.

-Yo también quiero estar contigo -afirmó ella, con el co­razón de nuevo inflamado.

Entonces, con su cuerpo, sin palabras, le demostró a Peter cómo se sentía. Y a pesar del engorro de la ropa y las limitacio­nes del saco de dormir, él la acarició como si se sintiera igual, co­mo si ella fuera frágil y muy importante para él. Le hizo el amor bajo  las estrellas fugaces como si fueran los únicos habitantes del planeta. Bajo la mirada de Casiopea, Lali se sintió como si ella también viajara boca abajo por la bóveda celeste.

Se olvidó de los bichos y los escarabajos, y permaneció en­vuelta en los brazos de su amado. Y aunque aquello le daba un miedo atroz, también era increíble. Por primera vez desde su lle­gada ya no veía tan clara su partida. Se preguntó qué haría si él le pidiera que se quedara. Se había enamorado del sheriff de un pue­blo sin grandes almacenes, ni cines, ni siquiera una sola tienda abierta las veinticuatro horas. Se preguntó también cómo logra­ría vivir sin él, en caso de que no le pidiese que se quedara.

Por la mañana, Peter preparó un desayuno terrible con ha­rina de avena y huevo deshidratado, que fue ligeramente mejor que la cena de ternera deshidratada que había preparado la noche anterior. Él se rió y le besó el pelo alborotado, recordándole que no se había peinado.

Después recogieron todo y descendieron por la ladera de la montaña en la mitad del tiempo que habían tardado en subir. Cuando llegaron a casa de Peter, hacia mediodía, se despojaron de la ropa y se metieron directamente en la cama, sin molestarse siquiera en ducharse para quitarse el polvo.

Con lo agotada que estaba, Lali no tuvo conciencia de ha­berse dormido hasta que volvió a abrir los ojos. Algo desorien­tada al principio, volvió la vista a la mesita de noche y recono­ció el reloj de Peter. Y sintió el pecho del sheriff pegado a su espalda y la mano apoyada entre sus pechos desnudos. A través de la fina seda de sus bragas notaba el caliente miembro apoyado contra su trasero; seguramente la había despertado su contacto, pensó.

Los ojos se le estaban cerrando, pero los abrió, con la desgra­dable sensación de que alguien la estaba observando. Se incorpo­ró sobre un codo y miró a los pies de la cama. Entonces vio los grandes ojos verdes de Adam Lanzani. La estaban mirando con ex­presión de asombro, como si no acabara de entender lo que veía.

-Peter -susurró Lali-. Despierta.

Su única respuesta fue acariciarle los senos y estrujarla más contra su pecho.

Lali apartó la mirada del niño, miró a su padre por encima del hombro y le dio un codazo en el tórax.

-Peter, despierta.

-Mmm... -Abrió los párpados-. Cariño, estoy demasia­do cansado -gruñó con voz pastosa. Pero no lo estaba tanto co­mo para no deslizarle la mano por el vientre hasta la cadera y de nuevo hasta el vientre-. Aunque, pensándolo mejor, nunca es­toy demasiado cansado.

-¡Peter! -Le sujetó la mano por encima de la sábana-. Adam está aquí.

-¿Qué? -Peter se incorporó de golpe y se produjo un largo silencio mientras padre e hijo se sostenían la mirada-. Adam... -dijo incrédulo, antes de aclararse la garganta-. ¿Quién te ha traído?

-Mamá. -Señaló a su izquierda y, tanto Lali como Peter volvieron la mirada hacia la alta rubia que se apoyaba contra el marco de la puerta. Llevaba pantalones de piel color crema y una blusa de seda del mismo tono. A Lali le sonaba de algo, pero no creía que hubieran coincidido nunca.

-Supongo que teníamos que haber llamado -dijo la rubia, incorporándose-  Esperaré en la sala mientras os vestís. -Le tendió la mano a Adam-. Vamos. Esperaremos a papá fuera.

Adam siguió mirando a su padre y a Lali unos segundos y, al final, salió de la habitación.

Continuará...