Capítulo 10

Otro cap, sé  que es tarde pero lo prometi. Perdon por no subir antes.. recien llegue a mi casa. Disfruten y comenten. :)

Fue escogiendo, doblando y guardando las prendas de un modo rápido y eficiente mientras hacía una lista mental de las otras cosas que iba a necesitar: maquillaje, cepillo… ¿Tendría su marido un secador de pelo? Por si acaso sería mejor que se llevase el suyo.

Tan absorta estaba en lo que estaba haciendo, que no oyó a su madre entrar en la habitación.

—¿Te importaría darme una explicación?

Capítulo 10

Las manos de Lali se detuvieron y su rostro se contrajo antes de que se volviese a mirar a su madre, Lilah Jensen Espósito, de pie a unos metros de ella, escrutándola con esos ojos azules a los que no se les escapaba nada.

A sus cuarenta y nueve años, su madre todavía era una belleza. Su cabello tenía canas, naturalmente, pero las frecuentes visitas al salón de belleza mantenían su color natural, y lo llevaba en una media melena con un corte que también le quitaba algunos años. Ese día vestía un traje de firma de chaqueta y pantalón de color crema, y una blusa de seda carmesí. Un juego de pendientes y pulseras de oro relucían con un brillo dorado en sus orejas y sus muñecas, y gracias a la estricta dieta que seguía su figura seguía siendo tan esbelta como años atrás, cuando había entrado a trabajar para Carlos Espósito como secretaria.

—Hola, mamá —la saludó Lali irguiéndose y haciendo acopio de valor.

Quería a su madre, pero sabía que habría sido más feliz si nunca hubiese tenido hijos. No era que su madre no sintiese afecto por ellas y su hermano Agustin, sólo que no tenía demasiado instinto maternal. Siempre la habían preocupado más las asociaciones a las que pertenecía y los eventos sociales que el criar a sus hijos. De hecho, Cande, Agus y ella habían estado durante toda su infancia bajo el cuidado de una sucesión de niñeras.

—No te he oído entrar.

—No me sorprende —contestó su madre señalando con un elegante ademán la maleta abierta—; veo que tienes otras cosas en mente.

Lali sintió una punzada de culpabilidad.

—Sí, bueno… querría habértelo dicho, pero estabas en ese acto benéfico y…

—¿Eres consciente de la situación en la que me has puesto con esto?

Lali inspiró profundamente.

—Lo sé, sé que papá se disgustará cuando sepa que no voy a casarme con Benjamin Amadeo, pero…

—No me refería a cómo reaccionará tu padre; eso me da igual —la cortó su madre con aspereza.

Lali se quedó callada. Por supuesto que a su madre no le importaba la reacción que pudiera tener su padre. ¿Cómo iba a importarle cuando hacía años que los dos llevaban vidas separadas aunque viviesen bajo el mismo techo?

Inspiró profundamente, exhaló despacio y le dijo:

—Lo siento, mamá.

De hecho, había muchas cosas que sentía, como que nunca hubiera habido un vínculo estrecho entre ellas. Sin embargo, ya era demasiado tarde como para intentar arreglarlo, y no tenía sentido lamentarse por ello.

—Oh, por favor, Lali, no te burles de mí —le espetó su madre en un tono frío—. Si de verdad hubieras querido que supiera que te ibas a casar me lo habrías dicho. ¿Cuánto tiempo llevabas planeando esto?

—Mmm…

Lali y ella no habían tenido en cuenta aquel particular. ¿Debía decirles a sus padres la verdad?, ¿confesar que había sido una novia «de repuesto»? Si lo hiciera, tendría que soportar durante un año entero sus miradas de desprecio. Además, si quería sobrevivir a la furia de su padre, tendría que convencerlo al menos de que llevaban como mínimo dos o tres semanas pensando en casarse, pero para eso tendría que convencer antes a su madre. Y, por otra parte, si lograba que su madre la creyera, tal vez se pondría de su parte, aunque sólo fuera por la satisfacción de desbaratar los planes de su marido respecto a ella.

—En realidad fue bastante repentino —contestó Lali, diciéndose que al menos en eso no estaba mintiéndole—. Fue como un… bueno, un flechazo, y sencillamente me dejé llevar por mis sentimientos.

Su madre enarcó una ceja.

—Eso me resulta bastante difícil de creer, Lali. Nunca has sido una persona espontánea —le dijo yendo hacia ella y deteniéndose sólo a un par de pasos. Se quedó mirándola y añadió—: Pero en cualquier caso el daño ya está hecho. ¿Has pensado siquiera en la imagen que esto que has hecho dará de mí ante mis amistades?

—¿Qué? —balbució Lali patidifusa.

Miró a su madre, y se fijó en que sus mejillas, normalmente pálidas, estaban teñidas por la irritación.

—Dará la impresión de que no querías que tu madre asistiese a tu boda, Lali —le dijo Lilah por si acaso no lo había captado—. ¿Cómo voy a explicárselo a mis amistades?

—No pretendía molestarte, mamá —le dijo Lali, apretando los puños hasta sentir las uñas clavársele en la carne.

El hecho de que se hubiera casado con un hombre al que no conocía su madre no parecía importarle. Para ella lo realmente grave era que iba a quedar en ridículo ante las otras mujeres de la Liga de Damas de Napa. Por amor de Dios… Lali no sabía si sentirse decepcionada o enfadada.

A pesar de que hacía años que había comprendido que nunca sería el prototipo de madre dedicada y cariñosa que le habría gustado que fuera, una parte de ella ansiaba todavía haber sido una hija deseada y poder tener con su padre y con ella la clase de relación que para otros hijos era simplemente algo natural.

—No te has parado a pensar en mí al tomar esta decisión —la acusó Lilah con el entrecejo levemente fruncido. Y, teniendo en cuenta su propensión a las inyecciones de colágeno, aquello era lo más que podía fruncirlo—. Creo que me merezco que tengas un poco más de consideración hacia mí.

—Tienes razón —se oyó responder Lali. Siempre le ocurría igual cuando tenía una confrontación con uno de sus padres, siempre acababa cediendo, intentando hacer que las aguas volviesen a su cauce.

Y tenía gracia, porque nunca había tenido problema alguno en ponerle los acentos sobre las íes a la gente del catering, ni a los floristas… Tampoco se achicaba a la hora de discutir con su hermano o su hermana, ni desde luego con Peter, a quien le había dejado las cosas bien claritas.

¿Por qué entonces cuando se trataba de defender su posición ante sus padres volvía a convertirse en la pequeña Lali de años atrás, que siempre estaba intentando agradarles, aunque nunca lo consiguiera?

—Ya es tarde para las excusas —masculló su madre levantando una mano para atusarse el cabello. Se quedó mirándola un buen rato en silencio, y añadió—: Espero que sepas lo que estás haciendo, Lali.

—Lo sé —contestó ella.

—¿Eso crees? —le espetó su madre sacudiendo la cabeza, y por un instante Lali creyó ver en sus ojos… ¿Lástima? ¿Comprensión? Fuera lo que fuera se desvaneció en un segundo—. No sé si te das cuenta, pero vas a dejar la casa de un hombre dominante sólo para meterte en la de otro parecido a él.

Lali frunció el entrecejo. Era rico e influyente, sí, pero en esas semanas que había tratado con él para ultimar los detalles de la boda, no había visto en él nada de la frialdad de su padre.

Sin embargo, lo cierto era que no lo conocía, y se preguntó si su madre no tendría razón y no estaría saliendo de Herodes para meterse en Pilatos.

—Te deseo suerte —le dijo su madre.

Y con esas palabras se dio media vuelta y salió de la habitación con la cabeza muy alta y el paso ligero para mostrar su exasperación y su disgusto.

      —Bueno, no ha ido mal del todo —suspiró Lali mirando la puerta, que su madre había dejado abierta, para luego dejarse caer en la cama.

Tenía el estómago revuelto y le dolía la cabeza. Aquel estaba saliendo justo cómo siempre había imaginado que sería el día de su boda, pensó con sarcasmo: riñendo con su madre, evitando a su padre, y haciendo la maleta sola en su dormitorio para abandonar cuanto antes la finca.

—Por Dios, Lali, ¿en qué estabas pensando? —susurró.

De sus labios escapó una risa nerviosa ante lo absurdo de todo aquello. Inspiró profundamente para intentar calmarse, y al ver que no funcionaba, miró en derredor tratando de reconfortarse.

Su habitación no había experimentado demasiados cambios con el paso del tiempo. Bueno, a excepción de que había quitado las muñecas de las estanterías y las había llenado con docenas de libros; libros que había leído y a través de los cuales había vivido, en los cuales se había refugiado de su realidad de pobre niña rica.

Las paredes eran de un verde pastel, una manera de diferenciar su dormitorio del tono beis que su madre se había empeñado en usar para el resto de la casa. Había dejado entreabiertas las puertas cristaleras del balcón, y por entre ellas se colaba el suave viento de marzo, agitando levemente las finas cortinas blancas.

Aquel cuarto era para ella sinónimo de comodidad, de seguridad, y era donde había ido a esconderse de niña cuando los gritos de las discusiones de sus padres alcanzaban tal volumen que se oía hasta en el piso superior. Luego, años más tarde, había sido también el lugar donde había corrido a encerrarse para llorar después de que su padre le dijera que el último novio que había tenido había aceptado dinero a cambio de alejarse de ella.

Sin embargo, también había soñado en aquella habitación: había soñado con encontrar un marido cariñoso, con formar su propia familia…

El marido ya lo tenía, pero era un desconocido, y las circunstancias en las que se habían casado no tenían nada que ver con cómo había imaginado siempre que sería. ¿Tendría razón su madre? ¿Se habría embarcado sin darse cuenta en un matrimonio que no sería sino un reflejo del de sus padres?

Y, si así fuera, ¿cómo podría sobrevivir un año entero como habían acordado? Irguiendo los hombros, se dijo que no tenía por qué hacerlo, que aún podía dar marcha atrás. ¿Qué más le daba a ella que la prensa publicase ríos de tinta sobre Peter y que lo tildasen de ser un matrimonio de veinticuatro horas?

Sin embargo, recordó entonces la amenaza de su padre de casarla con Benjamin Amadeo. Además, habían hecho un trato, y ella nunca faltaba a su palabra. No lo había hecho jamás con nadie, y ésa no iba a ser la primera vez… por mucho que estuviese deseando hacerlo.

—Un día duro, ¿eh?

Lali levantó la cabeza, y vio que Peter estaba de pie, en el umbral de la puerta abierta con una sonrisa en los labios. No sabía cómo acabaría todo aquello, pero de repente para Lali el verlo allí fue como si se encontrara en medio de un mar encrespado y alguien le hubiera arrojado un salvavidas.


Continuará...