Capítulo 41

Estuve casi toda la noche sin internet.. perdón chicas! Bueno, les cuento que me voy de viaje y vuelvo el Lunes.. me voy a la casa de mis primas. Llevo conmigo mi compu... no sé si voy a poder subir todos los días, o subir más de 1 cap, pero intentaré por lo menos 1 cap diario. Si pasa que algun dia no pueda subir .. el Lunes, cuando vuelva, les recompenso. :) Disfruten. ♥ besos

-¿De veras lo crees?

Peter selló la boca con una mueca y no dijo nada más. No era necesario.

-Ya te he dicho que jamás te haría eso, y no lo haré, pero su­pongo que sólo te lo creerás cuando compruebes que no apare­ce nada de esto en los periódicos.

Lali lo miró por última vez y salió por la puerta.

Capítulo 41

El sol de Idaho le quemó los ojos y los entrecerró mientras avanzaba por el sendero de Peter, bordeando un coche que no conocía, para salir a la calle. Se había esforzado para no enamo­rarse de él. En lo más profundo de su ser, siempre había sabido que acabaría con el corazón roto. Y así había sido.

Desde el momento en que Peter había visto a Adam a los pies de la cama, su  vida se había ido al infierno.

-¿Qué crees que hará? -le preguntó Eugenia.

-No tengo ni idea -respondió él. Quería creer a Lali. Lo quería de verdad, pero no podía-. Tenemos que decirle a Adam que nunca hemos estado casados. Y hemos de hacerlo an­tes de que llegue a sus oídos a través de otra persona. -Se apre­tó el puente de la nariz como si así pudiera borrar las punzadas que sentía tras los ojos. Le había contado a Lali demasiadas co­sas de su vida. Era una periodista de la prensa sensacionalista que, además, le había mentido-. Tiene que saberlo antes de que vaya a comprar un paquete de chicles al M&S y lo lea en cual­quier periodicucho expuesto.

-Sí, supongo que es hora de decírselo. ¿Crees que hay algu­na posibilidad de que tu novia no lo airee?

Peter la miró. Estaba preocupada por su carrera.

-¿Qué haces aquí?

-He traído a Adam a casa, por si no te has dado cuenta.

-Eso ya lo sé. Pero ¿por qué?

Eugenia cruzó los brazos y respiró hondo.

-¿Recuerdas que en el aeropuerto te dije que tenía que ha­blar contigo?

No lo recordaba, pero eso no significaba que ella no lo hu­biera mencionado.

-Seguramente sabes que he pasado mucho tiempo con Nicolas Cabré -empezó ella, dando por sentado que él seguía pendiente de sus asuntos.

-No, no lo sabía. Es un actor, ¿verdad?

-Sí. Y me ha pedido que me case con él. Le he dicho que sí.

 -¿Y qué piensa Adam de todo esto?

-Bueno... Había pensado que podrías decírselo tú.

Por supuesto. Peter se sentó en el borde del sofá con los co­dos apoyados en las rodillas y la cabeza entre las manos. En cir­cunstancias normales, no le hubiera importado cargar la respon­sabilidad de explicar a Adam que su madre se iba a casar con un maldito actor. Eso le hubiera facilitado el terreno para hablar­le también de Lali, pero ahora no sabía siquiera si tenía, o que­ría, una relación con ella. De Lali sólo sabía dos cosas a ciencia cierta: una, que trabajaba para la prensa sensacionalista; y dos, que él se moría por estar con ella. Esas dos verdades no eran ne­cesariamente excluyentes, pero en su caso lo eran.

Levantó la cabeza para mirar a Eugenia, que seguía allí de pie, co­mo si esperara que su reacción natural fuera encargarse de Adam.

-No -dijo él-. Se lo dirás tú.

-Ya lo he intentado. Nicolas vino a vernos la semana pasada para que Adam lo conociese antes de hablarle de mis proyectos. Pero el niño se portó muy mal y no tuve oportunidad de hablar con él del tema. Intenté hablar contigo por teléfono, pero no es­tabas nunca en casa. -Se sentó en la mecedora y se apretó las manos entre las rodillas-. Dijo que Nicolas era un ma...

-¡Uau! ¿Le dijo a tu novio que era un mamón?

-No. La palabra fue «maricón».

-¡Vaya!

Por lo que Peter había visto en la tele, aquel tío tenía toda la pinta de poder decantarse por una acera o por la otra. Por lo de­más, las veces que había hablado con Adam por teléfono, le ha­bía parecido que el niño estaba como siempre.

-Hablaré con él de eso, pero tú tendrás que contarle tus pla­nes de matrimonio. De todos modos, me parece que ya se lo ima­gina y que por eso actúa como actúa -añadió Peter, reclinán­dose en el sofá-. Le diremos los dos juntos que nunca hemos estado casados. Si lo hacemos bien, no creo que sea nada traumá­tico para él. Podríamos haber buscado un momento más propi­cio, pero no creo que nos queden demasiadas opciones.

Peter se encogió de hombros. ¿Podían aún empeorar las co­sas? Su hijo llevaba en casa menos de una hora, lo había visto en la cama con Lali y su padre lo había arrancado de la silla para mandarlo a su habitación. Las cosas sólo podían mejorar.

-Iré a buscarlo a su habitación -anunció Peter, y de cami­no se detuvo en el baño a tomarse cuatro aspirinas.

Dos horas más tarde, estaba pensando que, para el bien que le habían hecho esas cuatro aspirinas, podía haberse dado de ca­bezazos contra una pared.

Desde la puerta trasera vio cómo el coche alquilado de Eugenia salía del sendero de su casa en dirección al pueblo. No había en­contrado vuelo hasta la tarde siguiente y había dado por supues­to que se quedaría con él y con Adam. Pero después de aquellas últimas horas con ella, no cabía la menor posibilidad de que Peter la dejara quedarse allí. El sheriff había llamado al Sand­man y le había reservado una habitación. Por la mañana, el pue­blo entero se habría enterado del lío, pero, por primera vez en su vida, a Peter le traía sin cuidado. Si tenía que pasar un minuto más con Eugenia probablemente la estrangularía.

Ella le había echado toda la basura encima, haciendo parecer que ella se habría casado si él se lo hubiera pedido. Él nunca se lo propuso porque habían hablado de ello y decidido que tener un hijo no era motivo suficiente para casarse. Lo habían decidido los dos, no sólo él, porque lo cierto era que si ella se hubiera puesto firme, él habría cedido aun sabiendo que era un error.

Peter cerró la puerta trasera y fue a buscar a su hijo. Lo en­contró tumbado en la cama, llorando. Sólo llevaba una zapatilla, los calcetines arrugados en los tobillos y los pantalones cortos desaliñados. Penoso.

-¿Tienes hambre? -le preguntó Peter desde el umbral.

 -No. -Adam se volvió boca arriba; tenía la cara abotargada de tanto llorar-. ¿Por qué está fuera mi mochila?

 -Porque Lali y yo hemos ido al lago Sawtooth.

Adam miró a su padre.

-¿Ha utilizado mi mochila?

-Sí.

-No quiero que toque mis cosas. ¡La odio!

Peter se acercó a la cama.

-Hace sólo unos días te caía bien.

-Eso era antes.

-¿Antes de qué?

Adam volvió la cara hacia la pared y dijo:

 -Antes de que os acostarais juntos.

Hacía alrededor de un año, Peter le había explicado algunas cosas de la vida, pero no habían tocado temas realmente delica­dos. Reflexionó la respuesta, tratando de no equivocarse en la elección de las palabras.

-No hay nada malo en lo que estábamos haciendo. Lali y yo somos adultos y se suponía que tú no volverías hasta el domingo.

Adam se sentó en la cama y lo miró de soslayo.

-Tú ya me tienes a mí. Que ella se busque a otro que le haga un bebé.

-¿Cómo? -Peter se sentó en el borde de la cama-. La gente no practica el sexo sólo para tener hijos, Adam.

-Ah, ¿no? Pues eso es lo que tú dijiste. Dijiste que los hom­bres le meten el pene a las mujeres para tener hijos.

Vale, quizás había simplificado las cosas de la vida más de lo que creía.

-Los hombres también quieren hacer el amor con las mujeres aun cuando no quieren tener hijos.

-¿Por qué?

-Porque... Bueno... -Menudo atolladero, pero ya se había metido de lleno, así que supuso que tendría que salir diciéndole la verdad-. Pues porque te hace sentir muy bien.

-¿Cómo?

¿Cómo se le explica el sexo a un niño de siete años?

-Pues... como cuando te rascas una picadura que llevas que­riéndote rascar todo el día. O como cuando tienes los pies muy fríos y los metes en una palangana de agua caliente -explicó, y se vio caer del pedestal en que lo tenía su hijo.

-¿Y eso es todo?

-Dentro de unos años lo verás diferente.

Adam sacudió la cabeza.

-No te lo crees ni tú.

Peter pensó que era el momento de cambiar de tema.

-¿Por qué no me hablas de tu viaje?

Adam parecía no querer abandonar el tema, pero cedió.

-Estuvo bien.

-Mamá me ha dicho que conociste a su novio, Nicolas.

 -Sí. Hablaba raro.

-Mamá también me ha dicho que lo llamaste maricón. Eso no estuvo nada bien.

-¿Por qué mamá no se puede quedar aquí? –preguntó Adam, desinteresándose del actor.

-No tiene sitio para dormir.

-Puede dormir contigo. Como Lali.

Sí, ciertamente Lali había dormido con él, aunque, a decir verdad, habían dormido muy poco.

-Es diferente. Mamá se va a casar con el actor.

-A lo mejor, en lugar de él, podrías casarte tú con ella -sugirió Adam, quitándose la tirita que llevaba pegada en la rodilla-. Ha dicho que se hubiera casado contigo si se lo hubieras pedido. Pídeselo ahora.

-Es demasiado tarde. Ella quiere a Nicolas. -Peter se dio una palmadita en el muslo y Adam se acurrucó en su regazo-. Hay muchas razones por las que los mayores no se ca­san, pero que tu madre y yo no lo hayamos hecho no significa que no te queramos. O que no nos preocupemos el uno por el otro -añadió, forzando un poco la realidad-. Yo siempre la querré porque, gracias a ella, te tengo a ti. Si no te tuviera, esta­ría muy triste a todas horas.

-Ya. -Adam recostó la cabeza en el hombro de su padre-. Soy tu coleguilla.

-Sí. -Peter lo envolvió con los brazos y lo estrechó-. Es­toy contento de que estés en casa.

-Yo también. ¿Dónde está Mandy?

-La última vez que la vi, estaba cazando pavos reales y tu abuela la perseguía.

El niño se echó hacia atrás con los ojos brillantes. A nadie le gustaban más las historias de perros traviesos que a Adam.

 -¿Y la abuela consiguió atraparla?

-No, pero quizá deberíamos ir a buscarla.

Adam asintió y volvió a recostar la cabeza en el hombro de su padre.

-Cuando mamá se case, ¿me llamaré Adam Cabré?

-No. Tú siempre serás Adam Lanzani.

-¡Yupi!

Al parecer, las cosas empezaban a mejorar. Que mencionara la boda de Eugenia era un paso en la dirección correcta. Puede que Adam estuviera abandonando su sueño de vivir los tres juntos. Eugenia era libre para vivir su vida y, de repente, Peter se sintió li­bre para vivir también la suya. Sí, pero ahora ya era demasiado tarde.

-Y tú no te volverás a acostar con Lali, ¿verdad?

No tan libre, después de todo. Peter no supo qué contestar. Sabía lo que Adam quería oír, pero no podía decirlo. Sería como dar un paso atrás ahora que empezaba a caminar hacia delante. Y  lo más curioso era que no había reparado en las ganas que tenía de ir hacia delante hasta que conoció a Lali.

Sentado en la cama de su hijo, estrechándolo entre sus brazos, se sintió más solo que nunca en su vida. Antes de conocer a Lali sabía que estaba solo, pero ahora la soledad era más inten­sa. De algún modo, ella se había colado en su corazón. Era como si le hubiera insuflado oxígeno renovado en los pulmones y dado nuevo impulso a su sangre. Y ahora que seguramente se había marchado de su vida para siempre, sentía un vacío.

-Vamos por la perrita -propuso. Simplemente no podía decir a su hijo lo que quería oír. Todavía no. No hasta que supiera lo que iba a hacer. No hasta que se hiciera una idea exacta de có­mo se sentía respecto a Lali y a todo aquel enredo.

Continuará...