Capítulo 16

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Sin embargo, en ese momento quedaba mucho tiempo aún para que finalizase ese plazo, y estaba en la bañera… con su esposa. Quizá no pudiese hacer nada para disipar las preocupaciones que ocupaban su mente, pero con muy poco esfuerzo sí podría conseguir que las dejara a un lado por un rato.

Capítulo 16

Estiró las piernas, y le rozó la cadera con el pie.

Lali dio un respingo, permitiéndole un breve pero tentador atisbo de los pezones sonrosados de sus senos, y volvió a sumergir su cuerpo bajo el agua mirándolo irritada.

—¡Eh! ¡No invadas mi espacio!

—Estamos en una bañera, Lali —replicó él muy calmado—. No hay espacios privados en una bañera.

—Hay espacio de sobra; es una bañera grande —insistió ella.

—En eso tienes razón… sí, es lo bastante grande.

Lali entornó los ojos.

—¿Lo bastante grande para qué?

—Para todo tipo de cosas.

—Muy bien, la hora del baño se ha acabado —anunció ella—. Cierra los ojos.

Peter sonrió. Apoyó un brazo en el borde de la bañera, y levantó su copa para tomar otro sorbo.

—Me parece que no.

—¿Qué?

—Que no pienso cerrar los ojos.

Lali resopló, y Peter se dijo que si las miradas matasen ella lo habría fulminado en ese mismo momento.

—No eres muy caballeroso, ¿verdad?

—No —respondió él.

Los hombres caballerosos no se divertían como se estaba divirtiendo él con todo aquello.

Lali masculló algo que probablemente fuera mejor que no hubiera podido entender, y lanzó una mirada a su albornoz, que estaba a más de dos metros, colgado de una percha detrás de la puerta. Según parecía estaba considerando salir de la bañera y correr a ponérselo.

—Además, ¿a qué viene tanta prisa? ¿Por qué no te quedas aquí sentada conmigo un rato más y nos relajamos? —le dijo moviéndose lentamente por el borde de la bañera para acercarse a ella.

—Te estás acercando —lo acusó Lali.

—¿Quién, yo?

Sí, decididamente estaba disfrutando con aquello, pensó esbozando una sonrisa maliciosa.

Lali volvió a resoplar, y apuró el vino de su copa para luego extender el brazo y decirle en un tono arrogante:

—Ponme más.

Peter dejó su copa en el suelo, tomó la botella y, aprovechando la excusa de llenarle de nuevo la copa, se acercó un poco más. Lali estaba volviéndolo loco sin siquiera darse cuenta; estaba comportándose como una virgen temerosa y poniéndolo en el papel de villano típico de los dibujos animados. ¿Cómo no iba a encontrarlo divertido?

—Has vuelto a acercarte, Peter —dijo ella mirándolo recelosa mientras él volvía a dejar la botella en el suelo—, y acordamos que nos daríamos una semana para conocernos.

Peter le dirigió una sonrisa irónica, y lo satisfizo verla morderse el labio inferior.

—¿Y qué mejor manera de conocernos que tomar un baño juntos?

—Oh, pues no sé… ¿ir a jugar una partida de bolos, por ejemplo?

Peter se rió y se acercó aún más.

—No estamos vestidos para ir a la bolera.

—Peter, en serio, no te acerques más o…

—¿Por qué tenemos que ponernos serios ahora? —inquirió él inclinando la cabeza hacia la de ella.

Acarició sus labios suavemente con los suyos, y aquel ligero beso hizo que el pulso se le acelerara. El cuerpo se le puso rígido de excitación, y vio que la vena de la base del cuello de Lali palpitaba con fuerza.

—Porque… —comenzó ella echando hacia atrás la cabeza y apoyándola en su hombro—… porque hicimos un trato y…

—Pero el trato sólo era que nada de sexo en una semana.

—¿Te importaría dejar de interrumpirme?

Peter sonrió.

—Perdona. ¿Qué ibas a decir?

—Mm… —balbució Lali. Intentó recordarlo, pero al mirar a Peter a los ojos todo pensamiento lógico se desvaneció de su mente—. No me acuerdo.

Peter introdujo la mano libre bajo el agua. Quería tocarla; necesitaba sentir bajo sus dedos el tacto de su piel. Lo necesitaba tanto como respirar; lo deseaba más de lo que había deseado ninguna otra cosa en toda su vida, y no habría podido contenerse aunque le hubiesen apuntado a la sien con una pistola.

Tocó uno de sus senos, frotando el pezón con la yema del pulgar, y Lali suspiró, arqueándose hacia él y dejando caer en el agua el vino que quedaba en su copa. —Peter…

—Esto no es sexo —le dijo él, apartando la mano un momento para tomar la copa de su mano y dejarla en el suelo, junto a la bañera—. Sólo te estoy tocando —añadió, comenzando a acariciarla de nuevo.

—Sí —murmuró ella con un suspiro—, pero…

—Deja que te toque —le susurró él, bajando la cabeza hacia su seno, que sobresalía por encima de la superficie del agua.

Tomó el pezón dentro de su boca y lo lamió con la lengua, queriendo darle placer, pero pronto se dio cuenta de que no sólo estaba atormentándola a ella, sino que estaba atormentándose a sí mismo también, porque sabía que no podría conformarse con aquello, que querría hacerle aún más cosas.

—Oh, Peter… no pares… - Su voz temblorosa y jadeante lo excitó, y succionó mientras su mano recorría su cuerpo bajo el agua y ella se retorcía y gemía. Quería agarrarla por las caderas y hundirse en ella para llevarlos hasta las cumbres más altas, pero reprimió su deseo y se concentró en la suave piel de Lali, en las curvas y los valles de su cuerpo, en sus suaves suspiros…

Succionó con más fuerza, y sintió que la mano de Lali se deslizaba hasta su nuca para apretarlo contra sí, como si temiese que fuese a parar. No podía hacerlo; no quería hacerlo; quena más… lo quería todo.

Las caderas de Lali se arquearon cuando su mano se introdujo entre sus muslos. Cubrió su monte de Venus con la palma, y sintió la oleada de calor que se desató en ella. Jadeó, y mordisqueó con cuidado el pezón. Lali volvió a retorcerse, y parte del agua de la bañera se desbordó, salpicando el suelo.

Peter introdujo un dedo entre sus pliegues, y de la garganta de Lali escapó un suave gemido. Introdujo otro y fue más adentro acariciándola al tiempo con el pulgar hasta que la joven comenzó a temblar.

Su otra mano había subido a su espalda, y sus cortas uñas estaban hincándosele en la piel a Peter. Lali volvió a jadear, arqueándose hacia él y sacudiendo las caderas, ascendiendo por la cima por la que él la estaba llevando.

Peter la notó estremecerse, pero no se detuvo hasta que la llevó al límite y gritó su nombre mientras caía por el precipicio del placer.

Lali tenía toda la piel arrugada del tiempo que había estado en el agua, un cardenal en la rodilla por haberse pegado en ella con el borde de la bañera, y una contractura en el cuello, pero nunca se había sentido mejor.

Había bajado las escaleras prácticamente flotando, envuelta en su albornoz. Se sentía maravillosamente relajada, y aunque debería sentirse avergonzada de cómo había pasado la última hora, no lo estaba.

¿Por qué habría de estarlo? Después de todo estaban casados, ¿no? Si su marido quería llevarla a las estrellas mientras estaban sentados en una bañera del tamaño de una piscina olímpica, ¿qué motivo tendría para negarse? Dios, quería volver arriba y repetir.

«Lali, no tienes vergüenza», se reprendió esbozando una sonrisa traviesa. «Y qué suerte mujer que no la tengas».

Peter se había quedado en el baño dándose una ducha para enjuagarse la espuma, así que se dirigió a la cocina a por unos platos, porque su marido, que tanto talento tenía con las manos y que estaba en todo, había pedido una pizza. En ese momento tenía tanta hambre que sería capaz de comerse la camioneta del repartidor, se dijo.

Iba por el pasillo, camino de la cocina, deleitándose en el cosquilleo que recorría su cuerpo cuando pensaba en lo que Peter le había estado haciendo, cuando oyó el timbre de la puerta. Se detuvo, y giró sobre los talones.

—Vaya —murmuró sorprendida—. Cuando dicen que van a tardar menos de treinta minutos lo dicen en serio…

El timbre volvió a sonar, insistente, así que se apresuró, preguntándose por qué el repartidor tendría tanta prisa.

Al llegar al vestíbulo volvió la cabeza y le gritó a Peter:

—¡El repartidor está aquí, mi príncipe, baja con la cartera!

Sin embargo, cuando abrió la puerta, con quien se encontró fue con otra persona.

Continuará...