Capítulo 45

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Peter sacudió la cabeza y se reclinó en la silla. Pensó que no debía sorprenderle lo que acababa de leer. Por supuesto, Lali no había mencionado la orden de alejamiento, pero había otras cosas importantes que tampoco había mencionado.

Capítulo 45

Durante la semana siguiente, Lali se negó a quedarse en­cerrada en casa. Fue en coche a Sun Valley para comprar en las tiendas más modernas y también pasó mucho tiempo con Rochi. Aprendió a hacer cebolletas en conserva y a buscar arándanos. También trabajó en sus artículos. Acabó unos cuantos para el Weekly News of the Universe y dejó casi listo el borrador para su artículo sobre Hiram. Después de tanto tiempo escribiendo ficción, la no ficción le estaba planteando más dificultades de las esperadas, pero le gustaba el reto.

Lali supo por Rochi que los Donnelly siempre habían mos­trado un perfecto retrato de familia. Los tres hijos eran mayores que Rochi, pero recordaba que jamás se habían metido en pro­blemas y eran más bien retraídos. Dos chicos y una chica, cria­dos por el sheriff y su buena esposa temerosa de Dios. Los dos, Hiram y Minnie, habían sido un ejemplo para la comunidad: la familia perfecta. No obstante, cuando se marcharon de casa, sus hijos jamás regresaron para visitarlos. Algo horrible tenía que haber en aquel retrato familiar. Pero ¿qué?

Lali necesitó varios días para encontrar más información sobre los hijos de los Donnelly. Aunque ninguno de ellos habló directamente con ella, lo que descubrió fue suficiente para res­ponder sus preguntas y aportar una nueva dimensión al artícu­lo. El hijo mayor había muerto de alcoholismo, el menor estaba en la cárcel por violencia doméstica y la hija era asesora de mu­jeres maltratadas. Lali no necesitaba los detalles para hacer­se una idea de lo que había ocurrido a puerta cerrada: la familia perfecta padecía un desequilibrio de mil demonios. Lali se asombró de que hubieran conseguido mantener la fachada en un pueblo donde los rumores se alimentaban de los asuntos de todo el mundo.

Lali se empeñaba en olvidarse de Peter, pero no lo con­seguía demasiado. Se le aparecía en sueños, de noche y de día. Incluso hizo aparición en su trabajo. (En su último artículo de extraterrestres, introdujo un giro en la historia: un personaje nuevo, un alienígena disfrazado de sheriff travestido, al que bau­tizó como Dennis Taylor.)

La mañana que la historia tenía que llegar a los quioscos, Lali se dirigió al M&S y cogió un ejemplar del último número del Weekly News of the Universe. Lo abrió por la página central y, sí, de nuevo su artículo ocupaba el lugar del reportaje especial. Era el primero en que salía Dennis, y lo presentaba como un travestido de cuello musculoso con una estrella dorada en su body con marabú. Con aquello había buscado hacer justicia, pero ni ella lo creyó así.

Charló un poco con Stanley mientras le pagaba la revista y salió de la tienda. Mientras se dirigía al coche, buscó la sección de cotilleos. Escudriñó las columnas pero no había nada de Eugenia ni de Adam. Seguramente aparecería en el número de la se­mana siguiente.

Lali dobló la revista y sacó las llaves del bolsillo de los va­queros. Sus artículos estaban funcionando mejor de lo que hu­biera imaginado, pero no sentía nada especial. No estaba conten­ta ni triste, sólo indiferente. En la vida había muchas más cosas que unos cuantos artículos con éxito. Como vivirla, por ejemplo. Como abrirse, enamorarse y acabar con el corazón apisonado bajo una bota vaquera del 43.

Le pareció oír a alguien gritando su nombre y miró al otro la­do del aparcamiento. Le llamó la atención una gran pancarta que alguien paseaba. Ponía: «Que Micky sea un supermacho.» No se veía quién la llevaba, por debajo sólo asomaban unas minúsculas zapatillas deportivas. Pero Lali no necesitó más datos. Sabía quién era, y se le atragantó el corazón en la garganta.

Myron la había encontrado.

Subió al coche y salió disparada del aparcamiento, asustando a una familia que iba en bici. Mientras recorría Main Street, le temblaban las manos y el pulso le latía en los oídos.

No sabía si su orden de alejamiento tenía efecto en Idaho o si Myron disponía allí de total libertad para acosarla. No supo qué hacer hasta que aparcó detrás de la oficina del sheriff. Necesita­ba respuestas y ayuda, pero no quería meter a Peter  en aquello. Quizá pudiera hablar con uno de los ayudantes. Aparte de Peter, alguien podría decirle lo que necesitaba saber.

Buscó el Chevy del sheriff y lo vio delante de la puerta trase­ra. Peter estaba en su despacho. Su acelerado corazón se saltó un par de latidos. Peter le había dicho que se alejara de su vida, y lo había dicho en serio. Y por mucho que le doliera, por mucho que pensara en él cada minuto del día, ella estaba decidida a olvidar. A olvidarlo. Ojalá no se lo encontrase por casualidad. El perro cancerbero que él tenía por secretaria le facilitaría las cosas: por mucho que ella cediese a un impulso repentino, dudaba que Hazel la dejara pasar al despacho del sheriff. No la dejaría aun­que se le estuviera quemando el pelo y Peter fuera el único que tuviera un extintor.

Lali respiró hondo y miró por el retrovisor. Se retocó el carmín de los labios y deseó haber llevado algo más bonito que aquella camisa blanca de algodón abotonada por delante, unos vaqueros y un cinturón negro. No es que eso no fuera bonito, pero tampoco iba a lograr que nadie perdiera el resuello por ayu­darla.

Lali se acercó al mostrador y esperó a que la agente levantara la cabeza.

-Necesito información sobre una orden de alejamiento -empezó Lali.

-¿Es urgente?

-Me parece que sí.

-¿La han agredido?

-Todavía no.

La agente descolgó el teléfono y pulsó un botón.

-Hazel, tengo aquí una señora que necesita obtener una or­den de alejamiento.

-No. -Lali sacudió la cabeza antes de que la agente co­metiera el error de involucrar en el asunto a Peter y su secreta­ria-. Ya tengo una orden de alejamiento. La obtuve en Califor­nia, pero acabo de ver a mi acosador en la tienda M&S.

-Un segundo, Hazel. -La mujer pulsó el botón de espe­ra-. ¿Está segura de que era él?

-Sí. Es inconfundible. Se parece un poco a Patrick Swayze, pero más bajito.

-¿Cuánto más bajito?

-Es enano.

La agente parpadeó y levantó el dedo del botón.

-Hazel, la señora dice que la está acosando un enano veni­do de California. Quiere información sobre una orden de aleja­miento.

-Ay, Dios mío -gruñó Lali.

-Un segundo. Se lo pregunto. -La agente la miró de arriba a abajo-. ¿Es usted la mujer de las botas de pavón?

-Sí.

-Sí -le confirmó a Hazel, y señaló la doble puerta de cris­tal que llevaba al despacho de Peter-. Entre ahí y Hazel la ayu­dará.

Hope miró la estrella dorada pintada en las puertas, y el mie­do de ver a Peter sustituyó al que sentía por Myron.

-Sólo quiero información. ¿No puede ayudarme usted?

La agente negó con la cabeza.

-Si un acosador la ha seguido hasta aquí desde California, el sheriff tiene que estar informado.

Continuará...