Capítulo 49

Se acerca el final ....  Disfruten y comenten! Besos ♥ 

Lali tuvo la ligera sospecha de que le habían tomado el pe­lo, de que le habían mentido con absoluta desfachatez. Suponía que a Peter no le haría ninguna gracia y estaba convencida de que le diría algo al respecto. Algo como «Te dije que te alejaras de mi hijo», temiendo que ella hubiese pretendido sonsacar alguna in­formación a Adam para enriquecer la historia.

Lali se puso a trabajar de nuevo en el parterre debajo de la ventana y esperó a que Peter viniese a recriminarla.

 Capítulo 49

 No tuvo que esperar más de diez minutos. A excepción del cinturón de servi­cio, todavía llevaba el uniforme de sheriff y las gafas de espejo.

Lali se incorporó y extendió una mano como si quisiera de­tenerlo.

-Antes de gritarme escúchame: antes de contratarlos para arrancar los hierbajos le he dicho a Adam que te pidiese permiso. Él y Wally fueron a llamarte y luego dijeron que tú habías dicho que sí. -Se quitó los guantes y los sostuvo en una mano-. Y si te estás preguntando si he intentado sonsacarle alguna información sobre vosotros, que sepas que no lo he hecho. Francamen­te, me da igual lo que pienses. -Lo último era una mentira ab­soluta, pero lo dijo pensando que algún día sería cierto.

Peter apoyó todo su peso sobre una pierna y la miró a través de las  gafas de sol.

-¿Has acabado?

-Creo que sí.

-He venido a preguntarte si te ha llamado el agente Mullins.

-Sí, me ha llamado alguien hoy.

-Entonces ya sabes que creemos que Myron ha abandonado el pueblo.

-Sí, ya sé que eso es lo que creéis.

Peter arqueó una ceja.

-¿Tú no lo crees?

-Sé que no se ha ido. Me ha estado llamando.

 -¿Y qué te dice?

-Nada. Sólo respira pesadamente.

Una mueca curvó los labios del sheriff, y con dos dedos se le­vantó el ala del sombrero.

-¿Has reconocido su respiración?

-Ya lo había hecho antes y, a menos que en el pueblo haya alguien que le guste respirar pesadamente por los teléfonos, es Myron.

-Las llamadas podrían hacerse desde fuera del pueblo.

Ella se encogió de hombros.

-Puede. -Pero lo dudaba-. Espera que vaya por la cartera. Adam se ha ido corriendo y no he podido pagarle.

-Olvídalo. Adam te ha mentido como un cosaco. Ni me llamó ni me pidió permiso para trabajar en tu jardín. No va a re­cibir ninguna recompensa por mentir. Su castigo será haberte arrancado los hierbajos gratis.

-¿Estás seguro? Ha trabajado muy duro.

-Sí, estoy seguro, pero en el futuro no necesitará mi permi­so para trabajar para ti.

-¿Me estás diciendo que le das permiso?

-Sí. Independientemente de lo ocurrido entre nosotros, y a pesar de lo que has hecho, no creo que quieras interrogar al ni­ño para luego publicarlo en esa revista.

Lali supuso que aquello era una especie de cumplido. Se­guramente el muy capullo creía que estaba siendo amable. Arro­jó  los guantes al suelo, se acercó y se detuvo a tan sólo unos cen­tímetros de él.

-¿Por qué me castigas? No he hecho nada, y algún día te da­rás cuenta de que eres un... un... -Estaba tan enojada y frustra­da que no encontraba la palabra justa.

Los labios de Peter se curvaron repentinamente.

-¿Un qué?

Se estaba burlando de ella. Le había roto el corazón y encima se burlaba. Lali cruzó los brazos y dijo:

-Un patán que ni siquiera es capaz de encontrar a un ena­no. Lo entendería si en el pueblo hubiera una convención nacio­nal de enanos, pero no es el caso. -Peter apretó los labios y ella tentó la suerte-: ¿Tan difícil es encontrar a un hombre que no levanta ni un metro veinte del suelo? No puede haberse evapo­rado.

-Ya te he dicho lo que hay, cariño. Además, si no tuvieras tanta facilidad para granjearte enemigos, ahora no te acosaría ningún enano.

La había llamado «cariño», y eso la enfadó aún más.

 -Fuera de mi jardín.

-Y si no ¿qué harás? ¿Llamarás al sheriff? Saca un boli y apúntate el número. Es el nueve-uno-uno.

Lali le plantó las manos en el pecho y lo empujó. Él no se movió y ella insistió, empujando tan fuerte que hasta se le le­vantaron los talones del suelo. El impulso hizo que su cuerpo se desequilibrara y sus manos resbalaron por la camisa de Peter. Lali se empotró contra aquel sólido su pecho y se quedó sin aire.

Peter la cogió por la cintura y, durante unos largos segun­dos, la sostuvo como si fuese a empujarla hacia atrás. Lali se vio reflejada en las gafas y captó su propia conmoción y sorpresa. Pero entonces él la rodeó con los brazos y la obligó a ponerse puntillas. Dijo algo sobre marcharse, pero en lugar de eso acer­có la boca y la besó. Como siempre, le provocó un escalofrío y le crispó los nervios. Las manos del sheriff le frotaron la espalda mientras la estrechaba contra su cálido cuerpo. Había pasado tanto tiempo y ella lo había echado tanto de menos... Las lenguas se tocaron y el beso se volvió fuego.

Peter gimió desde lo más hondo de su garganta, un sonido de pura lujuria y desesperación. Fue una artimaña vil por su par­te, pero ella se defendería. Y así, antes de que su cuerpo pudiera responder, hizo algo que nunca había hecho antes: encontró el valor suficiente para deshacerse de su abrazo antes de que él vol­viera a besarla.

Se secó los labios e inspiró hondo. Se sentía aturdida y confusa. Por mucho que se esforzara en ocultarlo, Peter la deseaba.

-Eres un mentiroso, Peter Lanzani.

-¿Yo? ¿Yo un mentiroso?

No era justo. No era justo que, por fin, se hubiese enamora­do de un hombre y que él no la correspondiera.

-Y un hipócrita.

Peter se quitó las gafas y se las metió en el bolsillo.

-¿De qué demonios estás hablando?

-Estás enfadado porque te mentí sobre para quién trabajo. Fue una mentirijilla que se fue haciendo cada vez más grande y cobró una importancia que no merecía. Y sí, tienes razón, debí decírtelo antes de que te enteraras por tu cuenta, pero es que tú también me mentiste, Peter. Me mentiste cuando me dijiste que la madre de Adam era camarera.

-Tenía una buena razón para mentir.

-Sí, que nunca confiaste en mí.

-Evidentemente, hice bien en no confiar.

Lali recogió los guantes del suelo.

-Estoy harta de defenderme ante ti por algo que no he hecho. Por última vez: yo no llamé a la prensa.

Él la miró como un experto que puede detectar una confesión verdadera a simple vista.

-Eso nunca lo sabré a ciencia cierta, ¿no te parece?

-No -dijo ella, sacudiendo la cabeza-. Nunca lo sabrás, porque eso significaría que tendrías que creerme sin pruebas. Significaría que tendrías que tener fe en mí, pero tú jamás la ten­drás, porque jamás te he importado de verdad.

-Te equivocas. -Apartó la mirada y añadió-: Me has im­portado.

-No lo suficiente. -Miró por última vez al hombre que amaba con todo su ajado corazón-. Y yo me merezco algo más que un hombre al que no le importo lo suficiente.

Continuará...