martes, 12 de junio de 2012

Capítulo 6


HOLA :) Disfruten y firmen chicas. Si hay comentarios, subo uno más antes de irme a dormir.

-Si una mujer anda por ahí en tanga, tengo que conocerla.
-Eres muy malo, sheriff -repuso lona con malicia de ado­lescente.

Capítulo 6
Él recorrió el linóleo rojo y blanco del suelo hasta el reser­vado.
Al ver que ella no alzaba la vista, dijo:
-Qué tal. He oído decir que ha tenido un día difícil.
Ella le miró con los más hermosos ojos que él había visto nunca.
-¿Ha oído eso?
-Me hablaron de murciélagos.
-Ya veo que las buenas noticias corren rápido.
No lo invitó a sentarse, pero a él no le hizo falta. Se sentó en­frente de ella.
-Mi hijo es uno de los chavales a los que les pagó para que recuperasen su bolso.
Ella lo observó un instante y dijo:
-Adam, supongo...
-Así es, señora. -Se reclinó en el respaldo y cruzó los bra­zos. El rostro de ella se volvió totalmente inexpresivo. Lo tenía todo bajo control.
-Espero que no le moleste.
-Claro que no, pero creo que les pagó demasiado por algo muy sencillo. -Advirtió que su presencia la ponía nerviosa, pe­ro eso no significaba nada especial. Su placa solía poner nervio­sa a la gente. Tal vez no había pagado alguna multa de aparca­miento. Aunque también podía significar que ocultaba algo. No obstante, siempre que no crease problemas, podía tener todos los secretos que quisiese. Demonios, él sabía muy bien lo que era guardar secretos: tenía su propio gran secreto-. También he oído que busca hombres jóvenes que le ayuden a adecentar la casa.
-No especifiqué la edad. A decir verdad, recibiría con los brazos abiertos a su bisabuelo si estuviese dispuesto a acabar con esos malditos murciélagos.
Peter estiró las piernas y los pies de ambos se tocaron. Había cruzado la frontera del espacio personal y, tal como esperaba, ella retiró los pies y se sentó más tiesa. Él no se esforzó por ocultar una sonrisa.
-Los murciélagos no van a hacerle daño, señora Espósito.
-Le tomo la palabra, sheriff -repuso ella, y miró a Paris, que en ese momento le sirvió un vaso de té helado y un platito con rodajas de limón.
-No hay nada más fresco que esto. -Paris frunció sus gruesas cejas-. Acabo de cortarlas yo misma.
La señora Espósito esbozó una sonrisa de escepticismo. -Gracias.
Peter había crecido junto a Paris. Habían jugado a Red Ro­ver y a béisbol en el colegio, habían compartido la mayoría de las clases del instituto y él había escuchado el discurso de Paris la noche de su graduación. Podía decir que la conocía bastante bien. Era una mujer de trato afable pero, por alguna razón, MZBHAVN había conseguido irritarla.
-La señora Espósito es nuestra nueva vecina -le explicó Peter-. Por lo visto, va a quedarse en la casa de Donnelly.
-Eso he oído.
De niño, había sentido cierta lástima por Paris, de ahí que siempre se esforzase por mostrarse amable con ella. Tenía una bonita cabellera larga que solía llevar recogida en una trenza. Era tímida y no hablaba demasiado, y si bien ésa es una característi­ca que algunos hombres valoran, por desgracia tenía el mismo cuerpo que su padre Jerome: era alta, corpulenta y de manos grandes. Un hombre puede pasar por alto muchas imperfeccio­nes en el cuerpo de una mujer. Una nariz grande y los hombros de un jugador de rugby son una cosa, pero las manos anchas y los dedos gordezuelos son algo que un hombre no puede sosla­yar. A eso había que añadirle un ligero bigotillo. A ningún hom­bre le agrada besar a una chica con vello facial, por no mencionar el mero hecho de imaginar aquellas masculinas manos trajinando en su entrepierna.
-¿Te traigo algo mientras esperas tu pedido, Peter? -le preguntó.
-No, gracias, cariño. Mis hamburguesas no tardarán. -Tam­poco había ayudado mucho que la madre de Paris fuese apenas un  poco más femenina que su padre.
-¿Os gustó la tarta de frambuesa que preparé el otro día? - Peter y su hijo detestaban cualquier clase de fruta con semillitas de las que se remeten entre los dientes. Con sólo echarle un vistazo, Adam había dicho «puaj » y la tiraron a la basura. - Adam y yo nos la comimos con helado -contestó.
- Mañana es mi día libre y prepararé unos pasteles Amish. Te llevaré uno.
-Eres muy amable, Paris.
A ella le brillaron los ojos.
-Estoy deseando que llegue el mes que viene para la feria -dijo.
-¿Tienes pensado ganar unas cuantas cintas azules este año?
 -Por supuesto.
-Paris - explicó entonces a aquella morocha espléndida - gana más cintas azules que ninguna otra mujer del condado. - La señora Espósito cogió el vaso de té.
-Oh, genial -murmuró antes de beber un trago. Paris volvió a fruncir el entrecejo.
-Tengo trabajo -dijo y se alejó.
Peter torció ligeramente el gesto y sonrió.
-Lleva aquí menos de veinticuatro horas y ya ha empezado a granjearse amistades.
-No creo que en el pueblo hayan organizado un comité de bienvenida para recibirme. -Lali dejó el vaso en la mesa y se pasó la lengua por los labios-. Bueno, a lo mejor sí, pero como yo no estaba en la casa... Estaba en la recepción del motel Sand­man, sufriendo el acoso de una mujer de grotescos rizos.
-¿Ada Dover? ¿Qué le hizo?
Ella se reclinó y se relajó un poco.
-Quiso conocer la historia de mi familia al completo antes de acceder a alquilarme una habitación. Me preguntó si había cometido algún delito, y cuando le dije si quería una muestra de orina, me contestó que tal vez no me mostraría tan impertinen­te si mis vaqueros no me apretasen tanto.
Peter recordó los vaqueros. Le iban ceñidos, eso era cierto, pero en el pueblo había mujeres que lucían sus Wrangler como si se tratase de una segunda piel.
-No creo que fuese nada personal. A veces Ada se toma su trabajo demasiado en serio. Para ella es como si alquilase las ha­bitaciones de la Casa Blanca.
-Con suerte, me habré marchado de ahí mañana por la tarde.
Él se fijó en sus carnosos labios, y por un segundo se preguntó si sabrían tan bien como parecía. Y cómo sería lamerles el carmín y hundir la nariz en aquel pelo.
-¿Todavía piensa quedarse seis meses?
-Por supuesto.
Él seguía dudando que aguantara más de unos días, pero si pensaba quedarse, supuso que debía informarle acerca del pueblo.
-Entonces le daré un consejo que sin duda no desea y que seguramente no seguirá. -Alzó la mirada y puso fin a sus erráticos pensamientos. - Esto no es California. A la gente de aquí le importa bien poco si viene de Westwood o de South Central y si conduce un Mercedes o un viejo Buick, y no le importa en absoluto dónde compra. Si quiere ir al cine tendrá que conducir hasta Sun Valley, y a menos que disponga de antena parabólica sólo podrá ver cuatro canales de televisión. También hay dos tiendas de alimentación, tres gasolineras y dos restaurantes. Ahora estamos en uno de ellos. El otro está en esta misma calle, pero le advierto que es como comer en un establo; el año pasado cerraron dos veces por problemas con las normativas de sani­d. Tenemos dos iglesias diferentes y un club Four-H. Gospel bién tiene cinco bares y cinco tiendas de armas y aparejos. Como comprenderá, eso significa algo.
Ella cogió el vaso de té y se lo llevó a los labios.
-¿Que me he mudado a un pueblo de alcohólicos a los que encantan las armas y las ovejas? -dijo tras beber un sorbo. -Dios mío -repuso él meneando la cabeza-. Me lo temía.
- Va a ser usted como un grano en el trasero, ¿no es así?
-¿Yo? -Dejó el vaso en la mesa y, con fingida inocencia, se llevó la mano al pecho-. Juro ante Dios que ni siquiera va a notar mi presencia.
-Permita que lo dude. -Se puso en pie y la miró-. Si ne­cesita ayuda con la casa de Donnelly, pregunte por los hermanos Dalmau. Rondan los dieciocho y no trabajan este verano. Vi­ven frente a su casa, en Timberline, pero vaya a buscarlos antes del mediodía o se habrán ido al lago.
Lali miró a aquel hombre de profundos ojos verdes y un mechón de pelo castaño que le caía sobre la frente. La luz de las ventanas destacaba en su cabello mechas doradas, y Lali hu­biese apostado su Porsche a que se trataba meramente del sol y del trabajo de una peluquera. No ayudaba que el sheriff no tuviese sentido del humor, pero para alguien con su aspecto tam­poco resultaba esencial.
-Gracias -le dijo.
Él sonrió y Lali se percató de que, a pesar de que podía in­tervenir en el reparto de una película del Oeste, sus dientes no eran  los de una estrella de cine. Eran bastante blancos, pero de­masiado apretados.
-Buena suerte, señora Espósito -repuso el sheriff.
Ella supuso que se refería a que la iba a necesitar para encontrar a alguien que le solucionase el asunto de los murciélagos, pero deseó no tener que encomendarse a la suerte. Él se encaminó hacia el otro extremo del restaurante y ella lo siguió con la mi­rada.
Su camisa color habano se adaptaba perfectamente a la espal­da, remetida por dentro de unos pantalones también habano con franjas más oscuras en las perneras. Aquellos pantalones po­drían constituir una pesadilla para cualquier amante de la moda, pero a él le acentuaban las nalgas y las largas piernas. Llevaba el revólver colgando del cinturón, así como unas esposas y toda una serie de compartimentos de cuero.
A pesar de toda la parafernalia, aquel hombre sabía moverse con gracia, como si no tuviese prisa por llegar a ninguna parte y se sintiese a gusto justo donde se encontraba. Destilaba la con­fianza y la autoridad de un hombre que sabe cuidar de sí mismo y de la mujer de su vida. Un cóctel de testosterona que cualquier mujer encontraría irresistible, menos Lali.
Lo vio recoger su sombrero de vaquero con los mismos mo­vimientos fluidos con que se mesaba el cabello. Se ajustó el som­brero y conversó con la vieja camarera que estaba cerca de la caja registradora. Aquella mujer de imposible peinado rió tonta­mente como una muchachita y Lali apartó la mirada. En cier­ta época de su vida, también habría sido algo normal que ella se hubiese derretido bajo el influjo de aquella sonrisa ligeramente imperfecta. Pero ya no.
Le echó un último vistazo al sheriff y vio cómo la ruda ca­marera de la larga trenza le entregaba una bolsa de papel. La pe­riodista que llevaba en su interior empezó a hacerse preguntas. El sheriff no llevaba alianza de boda, aunque eso no quería decir nada, pero el tono de la conversación que estaba manteniendo con la camarera la hizo pensar que no estaba casado. Obviamen­te, también entendió que la camarera sentía algo por el buen she­riff. Lali se preguntó si estarían liados, pero le pareció que no. Por lo poco que había podido apreciar observándolos, cualquier sentimiento más allá de la amistad no era recíproco y tenía un ca­riz más bien patético. Si la camarera hubiese sido amable con ella, tal vez habría sentido lástima. Pero no lo había sido, y Lali te­nía otras cosas en que pensar.

Continuará...

15 comentarios:

  1. ME ENCANTO QUIERO MAS QUIERO MAS
    ME ENCANTA ESTA LALI POR DIOS'

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  2. me encanta, te juro! Este Peter me puede, y Lali, sin palabras jajajaja buenisima!

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  3. Ya comenzó a ejercer d periodista,jajaja,como se fija en todos los detalles.

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  4. GENIAL, LO AMOOOOOOOOOOO quiero mas! @ConEllosSiempre

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  5. le salio la periodista de adentro a lali
    quiero mas nove
    besos

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  6. me he repido con las descripciones de la camarera jaja:).
    Lali si que es buena periodista.
    Me cambie de nombre de cuenta antes Ruthy_lu ahora Masi_ruth

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  7. Lina (@Lina_AR12)13 de junio de 2012, 6:46

    Bueno me he puesto al día!Muy buenos cap,se va montando una linda historia!JAJA

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  8. dale dale, mas nove!!!

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  9. Muuy bueno! Espero el proximo! Besitooos

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  10. Me encanta, por fin me pude poner al día :)
    espero el siguiente capi.
    @jeissymori

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  11. CHAN CHAN CHAN!!!!!!!!!! MUY BUENO EL CAP @LuciaVega14

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  12. a mi todavia me faltan un par de meses para ponerme al dia(?

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