CAPÍTULO 11
El sol calentaba el sombrero de
paja de Peter mientras tiraba de la cuerda para arrancar
su cortacésped. El motor tosió y se apagó. El sudor había empapado sus axilas y
su espalda. Se sacó el sombrero y lo lanzó a los
escalones.
Los domingos de junio eran para
ir a pescar o para echarse una siesta en una hamaca con el sombrero sobre la
cara, no para correr detrás de un
cortacésped. Por desgracia, la hierba de su jardín había crecido hasta llegarle a los tobillos y los hierbajos junto a la puerta estaban tan tupidos que había
que abrirse paso para llegar al timbre. A decir verdad, no es que eso le
molestase demasiado, pues todo el mundo
entraba siempre por la puerta de atrás.
Pero su madre y su hermana habían pasado a visitarle la semana anterior y le habían dado la tabarra hasta
hacerlo sentir un desastre de hombre.
Como Marty Wiggins, el tipo que vivía al otro lado del pueblo, que aparcaba su vieja camioneta en el jardín delantero de su casa y permitía que sus hijos
correteasen a su alrededor lanzándole
cagarrutas a la cara.
Peter se sacó la camiseta y se
secó el sudor que le corría por el
pecho. Tuvo ganas de darle una buena patada al cortacésped, pero sabía que sólo conseguiría lesionarse el pie.
Apartó la vista del cacharro para fijarse en su hijo, que estaba en
el porche junto a los arbustos más grandes
con unas pequeñas tijeras de podar. La perrita de Adam estaba tumbada a
sus pies.
-No cortes por debajo de donde
te indiqué. -Peter se apartó de la frente el húmedo pelo.
-No lo haré.
Peter nunca dejaba que Adam
saliese de casa sin comprobar que
estaba limpio, se había peinado y cepillado los dientes y llevaba ropa presentable. Unos pocos arbustos no
convertían a un hombre en un dejado, por el amor de Dios.
-Y no te cortes los dedos.
-No lo haré.
Lanzó la camiseta donde había
dejado el sombrero y volvió al cortacésped. En esta ocasión, el motor se puso
en marcha. El ruido acabó con la
tranquilidad y provocó que Mandy
saliese corriendo del porche.
En algunas zonas la hierba
estaba tan tupida que tuvo que levantar las ruedas delanteras
del suelo para que la máquina no se parase.
Los retazos de hierba salían proyectados hacia los lados, y cuando pasó junto
al camino de tierra se alzó una nube de polvo y pequeñas piedrecitas
saltaron disparadas.
En el quinto repaso con el
cortacésped, pasó por encima de algo que
parecía un palo grueso. Miró y vio volar por encima de la hierba unos pedazos de plástico marrón.
Peter detuvo el motor y le echó
un vistazo al cuerpo desmembrado de un muñeco de la Patrulla X. Mirándolo,
rememoró la época, hacía ya diez años, en
que había trabajado como detective de
homicidios en la policía de Los Ángeles. En una ocasión, respondió a una llamada nocturna en Skid Row suponiendo que se trataba de un asesinato común. En
lugar de eso, se topó con un puñado de
agentes de policía formando un semicírculo
y rascándose la cabeza sin apartar la vista de un torso humano que descansaba sobre el banco de una parada
de autobús. No había rastro alguno de
la cabeza, los brazos y las piernas, sólo el torso cubierto con una camisa azul, corbata y una americana Brooks Brothers. Pero encontrar un torso enfundado
en una cara chaqueta en Skid Row no
fue lo más raro del caso. El asesino de aquel hombre también le había cortado las partes. Peter podría haber
entendido que a uno lo desmembrasen, pero ¿qué sentido tenía que le cortasen las pelotas? Era el mayor ensañamiento que había visto en su vida. El caso no llegó a
resolverse durante los tres años que
vivió en Los Ángeles, pero él siempre sospechó que quien había cometido aquella atrocidad tenía que
ser una mujer.
-¿Qué es eso? -preguntó Adam
señalando la maltrecha figura sobre el césped.
-Me temo que era tu Lobezno.
-Le has cortado la cabeza.
-Me temo que sí. ¿Cuántas veces
te he dicho que no dejes tus juguetes por ahí tirados?
-No fui yo. Fue Wally.
Cabía el cincuenta por ciento de posibilidades de
que Adam estuviese diciendo la verdad.
-Eso no importa. Eres el
responsable de tus cosas. Ahora recoge lo
que ha quedado y tíralo a la basura.
-¡Jolín! -se quejó Adam-. Era
mi favorito.
Peter esperó a que su hijo se
alejase para volver a poner en marcha
el cortacésped. Almacenaba en su memoria un puñado de imágenes que habría preferido olvidar para siempre. Esas imágenes seguían atosigándole de vez en cuando, pero al
menos ya no volvería a vivirlas de
primera mano. El peor delito al que había tenido que enfrentarse desde que era
sheriff de Gospel había sido el asesinato de Jeanne Bond
a manos de su marido Hank. Y si bien había sido un incidente
de lo más desafortunado, se trataba de
un único caso en cinco años. Nada de la media de uno cada cinco horas de Los Ángeles.
Peter empujó el cortacésped
hacia el jardín de atrás y segó la hierba que rodeaba el
columpio de Adam. La decisión de regresar a
Gospel había sido casi tan sencilla como la de largarse de allí. Se marchó a los diecinueve años y cursó un
año en la UCLA antes de entrar en la academia de policía. Por
entonces era un muchacho de veintiún
años con la idea fija de atrapar a todos los malos. Quería hacer del mundo un lugar más seguro. Dejó la placa diez años después, harto de que los malos se
saliesen siempre con la suya. Se
había marchado de Gospel siendo un ingenuo chico de campo con bosta de vaca adherida a sus botas. Regresó siendo un tipo maduro y sin
un ápice de inocencia, y con una idea
mucho más positiva respecto a los pueblos y sus gentes. En Gospel todo el mundo
tenía armas, eso era innegable, pero no se dispararían debido a una
discusión provocada por el color de un fular.
Lo más extraño fue que Peter no
se percató de lo cansado que estaba de tratar con todas
esas locuras homicidas hasta el día en que
raptaron al niño de dos años Trevor Pearson en el porche de su casa y luego fue encontrado muerto en un
contenedor de basura. Peter había sabido
mantener las distancias con otros casos en los
que había niños implicados, pero lo de Trevor fue diferente. Encontrar el cadáver de ese niño le cambió la vida.
Al
volver a su casa de Chatsworth aquella noche, le echó un vistazo a Adam, que estaba sentado en su trona con
una taza de Mickey en una mano y los
Cheerios en la otra, y decidió que ya había tenido suficiente. Se irían a vivir a algún lugar donde Adam pudiese jugar tranquilamente en las calles. Un
lugar donde pudiese ser un niño. Un
lugar en el que su casa no necesitase un sistema de alarma.
Por supuesto, a la madre de Adam
no le alegró su decisión. Eugenia le dejó bien claro que
ella no pensaba irse a ningún otro sitio. No la
culpó por ello, pero él también le dejó bien claro que no iba a quedarse. Discutieron sobre la situación de Adam, a pesar
de que nunca se puso en duda que el niño se iría con Peter. Eugenia no era lo
que se dice una madraza, aunque tampoco la culpaba por ello. Ella no había conocido a su propia madre y no poseía esos instintos que todo el mundo supone que
las mujeres poseen de forma innata.
Quería a su hijo, pero no sabía qué hacer
con él.
Y no podía decirse que Adam
hubiese sido un niño fácil. Fue prematuro y sufrió de
cólicos, convirtiendo en un infierno la vida
de aquellos que compartieron con él sus primeros meses de existencia. Cuando no
lloraba, vomitaba como un poseso, y en lugar
de despedir un aroma dulzón como todos los bebés, olía en gran medida como una patata frita requemada.
Era Peter el que se levantaba a las tres de la
madrugada y recorría la casa con Adam en
brazos frotándole la espalda y cantándole
viejas nanas. De ahí que Adam escogiese a su padre cuando fue lo bastante mayor para elegir.
En última instancia, dejar a Eugenia le resultó
bastante sencillo.
Tal vez demasiado, confirmando lo que Peter
sospechaba: había permanecido con ella por
Adam. Para ella las cosas no fueron tan fáciles, pero acabó haciendo lo
más adecuado para los tres.
Firmó la custodia a favor de Peter,
con una única condición: que de todos los años Adam pasase con
ella las dos primeras semanas de julio.
Peter regresó a Gospel con su
hijo de un año, y nunca se había arrepentido de su
decisión. Por lo que sabía, Eugenia tampoco tenía
queja al respecto. Ella disfrutaba ahora de la vida por la que tanto había luchado, la vida que siempre había
soñado tener. Cuando le telefoneaba,
Eugenia parecía más contenta que antes. Ella tenía lo que quería y él también. Él tenía a su hijo, lo que más amaba en el mundo. Un chiquillo que tanto lo hacía
reír como estrujarse el cerebro. Adam era un niño normal y era feliz.
Quería a su perra y estaba obsesionado con
las piedras. Las recogía en
cualquier parte como si se tratase de pepitas de oro. Tenía cajas de zapatos llenas de ellas bajo su cama. Sólo
se las regalaba a los mayores que le
caían bien, o bien a alguna niña del colegio a la que desease impresionar.
Con un sol de justicia sobre
sus hombros y su espalda desnuda, Peter cortó la hierba hasta llegar a la zona
vallada para pastar. Los caballos de Peter y Adam, Atomic y Tinkerbell, descansaban
bajo la sombra de un bosquecillo de pinos, indiferentes al ruido del cortacésped. Traspuso la valla y llevó la máquina hacia el maltrecho granero a la izquierda de la zona
de pastos y lo dejó junto a su tractor John
Deere. Llenó de agua el abrevadero y después apuntó la
manguera hacia sí. Inclinado hacia delante,
dejó que el agua fría le empapase largamente cabeza, nuca y cara. Se enderezó y sacudió la cabeza como un
perro, salpicando agua en todas
direcciones. También resbalaron gotas por su columna y se colaron por la cintura de sus Levi's. Se limpió las botas con el chorro y después cerró el grifo.
Recordó el rato que había pasado esa
misma mañana en la cocina de Gas y Rochi, lavándose las manos al tiempo
que oía hablar a aquella inefable forastera.
-Flora y fauna -dijo en tono
burlón.
¿Quién demonios utilizaba
palabras como «flora y fauna»? Además, habría apostado a que
la idea que ella tenía de sentirse en
comunión con la naturaleza era bajar la capota de su coche mientras
recorría el bulevar Santa Mónica.
Se preguntó si aquella mujer
reía alguna vez. Reír de verdad, con
aquellos ojos brillando y sus carnosos labios trazando una
amplia curva. Se preguntó qué se sentiría al hacerla reír. En otro lugar, en otro momento de su vida, le habría
gustado intentarlo.
Era demasiado perfecta. Su
ropa, su maquillaje... Todo. Era el tipo
de mujer que lo atraía para darle un buen repaso, pero por muchas razones, darle un repaso supondría meterse en
problemas. Una escritora era como un
gran cartel de neón anunciando problemas para él y su hijo.
No era infrecuente que los
escritores pasasen un tiempo en aquella
zona, ya fuese mientras trabajaban en guías de viaje o para escribir artículos
sobre naturaleza. Pero MZBHAVN no tenía pinta de pasar mucho tiempo al aire libre. Peter
no conocía las auténticas razones
que la habían llevado a Gospel, pero dudaba de los argumentos que ella había dado. Lo mejor, por tanto, sería mantenerse alejado de ella. No
dedicarle ni un pensamiento, porque
pensar en ella suponía recordar cuánto tiempo hacía desde la última vez que había tenido sexo con alguien... que no fuese él mismo.
Rodeó la casa hasta el porche
delantero y recogió la camiseta.
Adam había vuelto a olvidarse de los arbustos, pero Peter ya no tenía fuerzas para ocuparse de ello. Se puso la
camiseta. Los hierbajos podrían esperar un
día más.
-¿Has acabado? -preguntó a su
hijo mientras se remetía los faldones de la camiseta
por dentro del pantalón-. Creo que ya es
hora de que nos pongamos a cocinar las truchas que pescamos esta mañana.
Adam se metió las tijeras de
podar en el bolsillo.
-He encontrado una piedra muy
bonita. ¿Quieres verla?
-Claro.
Adam saltó del porche justo en
el momento en que una camioneta Dodge enfilaba el
sendero de entrada.
-Pórtate bien -le advirtió Peter
sin apartar la vista del vehículo de Paris Fernwood.
Ésta frenó y se apeó con un
pastel en las manos.
-No me gusta -susurró Adam
metiéndose la piedra de nuevo en el bolsillo.
-En cualquier caso, sé amable.
-Alzó la vista y le dedicó a Paris una agradable sonrisa - ¿Qué
te trae por aquí?
-Ya te lo dije, os traigo un
pastel Amish.
-Oh, vaya, todo un detalle.
-Sacudió el hombro de su hijo-. ¿No te lo parece?
La idea de Adam respecto a ser
amable consistía en sellar los labios y
no decir una palabra. No le gustaban las mujeres que se sentían atraídas por su
padre. No le gustaban nada de nada. Peter
no sabía por qué, pero suponía que tenía que ver con alguna fantasía de Adam relacionada con que sus padres
volviesen a vivir juntos algún día.
Peter agarró su sombrero de
vaquero y se acarició el pelo con los
dedos.
-Te invitaría a pasar, pero me
temo que has llegado en mal momento -dijo calándose el sombrero-. Adam y yo
estamos cortando hierbajos. -Alargó la mano
y cogió otras tijeras de podar-.
Adam, lleva el pastel que nos ha traído Paris a la cocina. Peter tuvo que insistir un par de veces hasta que
el chico se movió.
-De todas maneras, no podía
quedarme -respondió ella observando cómo se alejaba
Adam. La trenza le cayó sobre el hombro.
Llevaba margaritas en el pelo.
-Paris, te has puesto flores
en el pelo. Me gustan las chicas que
llevan flores en el pelo.
Ella se tocó la trenza y se
ruborizó. -Sólo unas pocas -dijo.
-Oye, pues estás estupenda
-repuso él.
Ella interpretó sus palabras como una invitación a
charlar durante una buena media hora. Para
cuando se fue, Peter había recortado
un buen puñado de matorrales.
Esa noche, mientras cenaban,
su hijo le dijo:
-Si no fueses tan amable con
todas esas mujeres, no vendrían tanto
por aquí.
-Todas esas mujeres? ¿A qué te
refieres?
-A Paris y la señora Chevas y...
-colocó las manos como si sujetase un par de melones- ya sabes quién.
-Ya. -Peter dio un bocado a su
pan de trigo y miró a su hijo-. ¿La señora Chevas? ¿Te
refieres a tu profesora de la guardería?
-Sí. Tú le gustabas.
-Anda ya.
-¡Que sí, papá!
-Pues yo no lo creo. -Apartó
el plato y miró al niño a los ojos.
Era posible que lo que Adam decía fuese cierto, pero él no andaba en busca de esposa. No obstante, lo que
deseaban todas las solteras en cien kilómetros
a la redonda era encontrar un buen marido-. Tienes que dejar de ser tan arisco con las damas. Tienes que ser más amable.
-¿Por qué?
-Porque así debe ser.
-¿Incluso con las más feas?
-Especialmente con las más
feas. ¿Recuerdas que te dije que nunca
tenías que pegar a una chica, ni siquiera aunque te diese una patada en la entrepierna? Pues bien, es algo
parecido. Los hombres tienen que ser
agradables con las mujeres aunque no les gusten. Es una de esas reglas tácitas de las que ya te he hablado en otras ocasiones.
Adam puso los ojos en blanco.
-¿Qué hora es?
Peter miró su reloj.
-Casi las ocho. Lava tu plato y
después puedes ver la tele. -Peter recogió los otros platos
de la mesa y los llevó a la pica. Colocó
bien las cuatro sillas, limpió la sólida mesa de roble y colocó el pastel de Paris encima.
Vivir en el mismo pueblo que
Paris era como pertenecer al club del postre-de-la-semana.
Deseaba que dejase de traerle comida,
pero no sabía cómo decírselo. Conocía muy bien sus intenciones matrimoniales. Demonios, él era el mejor
partido de todo el condado de Pearl, pero
habida cuenta de sus competidores, no
podía decirse que fuese un gran mérito. Y después estaba Dixie Howe. No tenía muy claro si quería casarse o
sólo buscaba un poco de sexo. Ambas cosas
quedaban excluidas de su agenda. El
mero hecho de pensar en ello le ponía piel de gallina.
Incluso aunque quisiese traerse a una mujer a casa
por la noche, no podría hacerlo. Tenía un hijo pequeño y no quería exponer al chaval a esa clase de cosas. No podía
aparcar su coche durante mucho tiempo junto a la casa de una mujer sin
que todo el pueblo se enterase y empezase a
cuchichear a sus espaldas o a especular
sobre fechas de boda. No sólo quería evitar cualquier tipo de rumor por el bien de Adam: también era el
sheriff, elegido oficialmente, y no
podía ser blanco de esa clase de cotilleos. Especialmente teniendo en cuenta que al sheriff Donnelly lo habían pillado con los pantalones bajados.
Peter lanzó el delantal hacia
el fregadero y fue al salón. Apoyó el
hombro contra la pared cuando empezó a sonar el tema musical del programa favorito de Adam, El cielo en la tierra. Nubes
esponjosas, cielo azul y el hermoso rostro de la madre de Adam llenaron la pantalla del televisor. Unos
marcados rizos dorados enmarcaban su cara como
si realmente fuese el ángel que interpretaba
en la ficción. La novia de América, China Bancroft, miró hacia el cielo y una intensa luz apareció por encima de su cabeza.
La Eugenia que él conocía poco
tenía que ver con el ángel que interpretaba.
Por lo que recordaba, cuando vivían juntos ella no hablaba con tanta dulzura, y tampoco pasaba una hora al día en la iglesia. Por otra parte, su pelo era rubio.
-Siéntate conmigo, papi.
Peter lo hizo. Como siempre, Adam se encaramó a su
regazo y apoyó la cabeza en su hombro.
Igual que siempre, Peter se preguntó
si Adam entendía realmente que lo que sucedía en la televisión no tenía relación con la realidad. Que
su madre no era realmente un ángel dedicado a hacer el bien y salvar
almas descarriadas. Habían hablado de ello
muchas veces, y Adam siempre se había
encogido de hombros y asegurado que ya lo sabía. Pero Peter tenía sus dudas.
-¿Te acuerdas de lo que hablamos
la semana pasada? -le preguntó.
-Sí. Que mamá en realidad no es un ángel. Que
simplemente actúa como si lo fuese.
-Tu madre es actriz.
-Lo sé -respondió Adam con los ojos clavados en la
pantalla.
-Te quiero, colega.
-Yo también a ti, papi.
hay que lindo la parte final me encanto!!!
ResponderEliminar<3
Sube otro porfi.
ResponderEliminarGracias por el cap
aaay mas tiernos padre e hijo!
ResponderEliminarEugenia es.. Eugenia Suarez se supone????
Espero con ansias el proximo capitulo!
@GuadyLlanos beso!
Me mató Peter padre...el mejor sin dudas!
ResponderEliminaraaaaaaae que tiernooos!
ResponderEliminarLALITER YA :)
awwwwwwwwwwwwwwwwn, que tiernos que son! @ConEllosSiempre
ResponderEliminarMAAAAAAAAAAAS
ResponderEliminarMÁS MÁS MÁS MÁS !
ResponderEliminarSube uno más hoy, por lo de ayer que no subiste. porfaaaa!
ResponderEliminarLALITERRR, LALITERRR ! mas novee
ResponderEliminarQUE TERNURA QUIERO MAS SUBE PRONTO'
ResponderEliminarq lindosssssssssssss
ResponderEliminarya kiero algo laliter
beso
Felizmente que tiene a buen padre Adam si que hay madres egoístas, me gusta que Peter éste pensando en Lali.
ResponderEliminarMasi_ruth
peter hace sexo consigo mismo???
ResponderEliminarAwwwwww morí de amor con la ultima parte, re tiernos! <3 @LuciaVega14
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