lunes, 18 de junio de 2012

Capítulo 11

Chicas, chicas.. ayer no pude subir porque no tenia mi compu. Sorry! Estoy re apurada.. les dejo cap y me voy que tengo miles de cosas que hacer. Ahora un poquito de la historia de Peter.  Les cuento algo, Laliter se viene.. se viene. En el proximo ya tenemos un inicio, jajaja. Si hay firmas subo más. Besos. ♥ Chau chau. 




CAPÍTULO 11
El sol calentaba el sombrero de paja de Peter mientras tira­ba de la cuerda para arrancar su cortacésped. El motor tosió y se apagó. El sudor había empapado sus axilas y su espalda. Se sacó el sombrero y lo lanzó a los escalones.
Los domingos de junio eran para ir a pescar o para echarse una siesta en una hamaca con el sombrero sobre la cara, no para correr detrás de un cortacésped. Por desgracia, la hierba de su jardín había crecido hasta llegarle a los tobillos y los hierbajos junto a la puerta estaban tan tupidos que había que abrirse paso para llegar al timbre. A decir verdad, no es que eso le molestase demasiado, pues todo el mundo entraba siempre por la puerta de atrás. Pero su madre y su hermana habían pasado a visitarle la se­mana anterior y le habían dado la tabarra hasta hacerlo sentir un desastre de hombre. Como Marty Wiggins, el tipo que vivía al otro lado del pueblo, que aparcaba su vieja camioneta en el jar­dín delantero de su casa y permitía que sus hijos correteasen a su alrededor lanzándole cagarrutas a la cara.
Peter se sacó la camiseta y se secó el sudor que le corría por el pecho. Tuvo ganas de darle una buena patada al cortacésped, pero sabía que sólo conseguiría lesionarse el pie. Apartó la vista del cacharro para fijarse en su hijo, que estaba en el porche jun­to a los arbustos más grandes con unas pequeñas tijeras de po­dar. La perrita de Adam estaba tumbada a sus pies.
-No cortes por debajo de donde te indiqué. -Peter se apartó de la frente el húmedo pelo.
-No lo haré.
Peter nunca dejaba que Adam saliese de casa sin comprobar que estaba limpio, se había peinado y cepillado los dientes y lle­vaba ropa presentable. Unos pocos arbustos no convertían a un hombre en un dejado, por el amor de Dios.
-Y no te cortes los dedos.
-No lo haré.
Lanzó la camiseta donde había dejado el sombrero y volvió al cortacésped. En esta ocasión, el motor se puso en marcha. El ruido acabó con la tranquilidad y provocó que Mandy saliese co­rriendo del porche.
En algunas zonas la hierba estaba tan tupida que tuvo que le­vantar las ruedas delanteras del suelo para que la máquina no se parase. Los retazos de hierba salían proyectados hacia los lados, y cuando pasó junto al camino de tierra se alzó una nube de pol­vo y pequeñas piedrecitas saltaron disparadas.
En el quinto repaso con el cortacésped, pasó por encima de algo que parecía un palo grueso. Miró y vio volar por encima de la hierba unos pedazos de plástico marrón.
Peter detuvo el motor y le echó un vistazo al cuerpo des­membrado de un muñeco de la Patrulla X. Mirándolo, rememo­ró la época, hacía ya diez años, en que había trabajado como detective de homicidios en la policía de Los Ángeles. En una ocasión, respondió a una llamada nocturna en Skid Row supo­niendo que se trataba de un asesinato común. En lugar de eso, se topó con un puñado de agentes de policía formando un semi­círculo y rascándose la cabeza sin apartar la vista de un torso humano que descansaba sobre el banco de una parada de autobús. No había rastro alguno de la cabeza, los brazos y las piernas, só­lo el torso cubierto con una camisa azul, corbata y una americana Brooks Brothers. Pero encontrar un torso enfundado en una ca­ra chaqueta en Skid Row no fue lo más raro del caso. El asesino de aquel hombre también le había cortado las partes. Peter podría haber entendido que a uno lo desmembrasen, pero ¿qué sentido tenía que le cortasen las pelotas? Era el mayor ensañamiento que había visto en su vida. El caso no llegó a resolverse durante los tres años que vivió en Los Ángeles, pero él siempre sospechó que quien había cometido aquella atrocidad tenía que ser una mujer.
-¿Qué es eso? -preguntó Adam señalando la maltrecha fi­gura sobre el césped.
-Me temo que era tu Lobezno.
-Le has cortado la cabeza.
-Me temo que sí. ¿Cuántas veces te he dicho que no dejes tus juguetes por ahí tirados?
-No fui yo. Fue Wally.
Cabía el cincuenta por ciento de posibilidades de que Adam estuviese diciendo la verdad.
-Eso no importa. Eres el responsable de tus cosas. Ahora recoge lo que ha quedado y tíralo a la basura.
-¡Jolín! -se quejó Adam-. Era mi favorito.
Peter esperó a que su hijo se alejase para volver a poner en marcha el cortacésped. Almacenaba en su memoria un puñado de imágenes que habría preferido olvidar para siempre. Esas imá­genes seguían atosigándole de vez en cuando, pero al menos ya no volvería a vivirlas de primera mano. El peor delito al que ha­bía tenido que enfrentarse desde que era sheriff de Gospel había sido el asesinato de Jeanne Bond a manos de su marido Hank. Y si bien había sido un incidente de lo más desafortunado, se tra­taba de un único caso en cinco años. Nada de la media de uno ca­da cinco horas de Los Ángeles.
Peter empujó el cortacésped hacia el jardín de atrás y segó la hierba que rodeaba el columpio de Adam. La decisión de regre­sar a Gospel había sido casi tan sencilla como la de largarse de allí. Se marchó a los diecinueve años y cursó un año en la UCLA antes de entrar en la academia de policía. Por entonces era un muchacho de veintiún años con la idea fija de atrapar a todos los malos. Quería hacer del mundo un lugar más seguro. Dejó la pla­ca diez años después, harto de que los malos se saliesen siempre con la suya. Se había marchado de Gospel siendo un ingenuo chico de campo con bosta de vaca adherida a sus botas. Regresó siendo un tipo maduro y sin un ápice de inocencia, y con una idea mucho más positiva respecto a los pueblos y sus gentes. En Gospel todo el mundo tenía armas, eso era innegable, pero no se dispararían debido a una discusión provocada por el color de un fular.
Lo más extraño fue que Peter no se percató de lo cansado que estaba de tratar con todas esas locuras homicidas hasta el día en que raptaron al niño de dos años Trevor Pearson en el porche de su casa y luego fue encontrado muerto en un contenedor de basura. Peter había sabido mantener las distancias con otros ca­sos en los que había niños implicados, pero lo de Trevor fue di­ferente. Encontrar el cadáver de ese niño le cambió la vida.
Al volver a su casa de Chatsworth aquella noche, le echó un vistazo a Adam, que estaba sentado en su trona con una taza de Mickey en una mano y los Cheerios en la otra, y decidió que ya había tenido suficiente. Se irían a vivir a algún lugar donde Adam pudiese jugar tranquilamente en las calles. Un lugar donde pu­diese ser un niño. Un lugar en el que su casa no necesitase un sis­tema de alarma.
Por supuesto, a la madre de Adam no le alegró su decisión. Eugenia le dejó bien claro que ella no pensaba irse a ningún otro si­tio. No la culpó por ello, pero él también le dejó bien claro que no iba a quedarse. Discutieron sobre la situación de Adam, a pe­sar de que nunca se puso en duda que el niño se iría con Peter. Eugenia no era lo que se dice una madraza, aunque tampoco la cul­paba por ello. Ella no había conocido a su propia madre y no poseía esos instintos que todo el mundo supone que las muje­res poseen de forma innata. Quería a su hijo, pero no sabía qué hacer con él.
Y no podía decirse que Adam hubiese sido un niño fácil. Fue prematuro y sufrió de cólicos, convirtiendo en un infierno la vida de aquellos que compartieron con él sus primeros meses de existencia. Cuando no lloraba, vomitaba como un poseso, y en lugar de despedir un aroma dulzón como todos los bebés, olía en gran medida como una patata frita requemada.
Era Peter el que se levantaba a las tres de la madrugada y recorría la casa con Adam en brazos frotándole la espalda y cantándole viejas nanas. De ahí que Adam escogiese a su padre cuando fue lo bastante mayor para elegir.
En última instancia, dejar a Eugenia le resultó bastante sencillo.
Tal vez demasiado, confirmando lo que Peter sospechaba: ha­bía permanecido con ella por Adam. Para ella las cosas no fueron tan fáciles, pero acabó haciendo lo más adecuado para los tres.
Firmó la custodia a favor de Peter, con una única condición: que de            todos los años Adam pasase con ella las dos primeras semanas de julio.
Peter regresó a Gospel con su hijo de un año, y nunca se ha­bía arrepentido de su decisión. Por lo que sabía, Eugenia tampoco tenía queja al respecto. Ella disfrutaba ahora de la vida por la que tanto había luchado, la vida que siempre había soñado tener. Cuando le telefoneaba, Eugenia parecía más contenta que antes. Ella tenía lo que quería y él también. Él tenía a su hijo, lo que más amaba en el mundo. Un chiquillo que tanto lo hacía reír como estrujarse el cerebro. Adam era un niño normal y era feliz. Que­ría a su perra y estaba obsesionado con las piedras. Las recogía en cualquier parte como si se tratase de pepitas de oro. Tenía ca­jas de zapatos llenas de ellas bajo su cama. Sólo se las regalaba a los mayores que le caían bien, o bien a alguna niña del colegio a la que desease impresionar.
Con un sol de justicia sobre sus hombros y su espalda des­nuda, Peter cortó la hierba hasta llegar a la zona vallada para pastar. Los caballos de Peter y Adam, Atomic y Tinkerbell, des­cansaban bajo la sombra de un bosquecillo de pinos, indiferen­tes al ruido del cortacésped. Traspuso la valla y llevó la máquina hacia el maltrecho granero a la izquierda de la zona de pastos y lo dejó junto a su tractor John Deere. Llenó de agua el abrevadero y después apuntó la manguera hacia sí. Inclinado hacia de­lante, dejó que el agua fría le empapase largamente cabeza, nuca y cara. Se enderezó y sacudió la cabeza como un perro, salpi­cando agua en todas direcciones. También resbalaron gotas por su columna y se colaron por la cintura de sus Levi's. Se limpió las botas con el chorro y después cerró el grifo. Recordó el rato que había pasado esa misma mañana en la cocina de Gas y Rochi, lavándose las manos al tiempo que oía hablar a aquella inefable forastera.
-Flora y fauna -dijo en tono burlón.
¿Quién demonios utilizaba palabras como «flora y fauna»? Además, habría apostado a que la idea que ella tenía de sentirse en comunión con la naturaleza era bajar la capota de su coche mientras recorría el bulevar Santa Mónica.
Se preguntó si aquella mujer reía alguna vez. Reír de verdad, con aquellos ojos brillando y sus carnosos labios trazando una amplia curva. Se preguntó qué se sentiría al hacerla reír. En otro lugar, en otro momento de su vida, le habría gustado in­tentarlo.
Era demasiado perfecta. Su ropa, su maquillaje... Todo. Era el tipo de mujer que lo atraía para darle un buen repaso, pero por muchas razones, darle un repaso supondría meterse en proble­mas. Una escritora era como un gran cartel de neón anunciando problemas para él y su hijo.
No era infrecuente que los escritores pasasen un tiempo en aquella zona, ya fuese mientras trabajaban en guías de viaje o para escribir artículos sobre naturaleza. Pero MZBHAVN no te­nía pinta de pasar mucho tiempo al aire libre. Peter no conocía las auténticas razones que la habían llevado a Gospel, pero du­daba de los argumentos que ella había dado. Lo mejor, por tan­to, sería mantenerse alejado de ella. No dedicarle ni un pensa­miento, porque pensar en ella suponía recordar cuánto tiempo hacía desde la última vez que había tenido sexo con alguien... que no fuese él mismo.
Rodeó la casa hasta el porche delantero y recogió la camise­ta. Adam había vuelto a olvidarse de los arbustos, pero Peter ya no tenía fuerzas para ocuparse de ello. Se puso la camiseta. Los hierbajos podrían esperar un día más.
-¿Has acabado? -preguntó a su hijo mientras se remetía los faldones de la camiseta por dentro del pantalón-. Creo que ya es hora de que nos pongamos a cocinar las truchas que pesca­mos esta mañana.
Adam se metió las tijeras de podar en el bolsillo.
-He encontrado una piedra muy bonita. ¿Quieres verla?
-Claro.
Adam saltó del porche justo en el momento en que una ca­mioneta Dodge enfilaba el sendero de entrada.
-Pórtate bien -le advirtió Peter sin apartar la vista del vehículo de Paris Fernwood.
Ésta frenó y se apeó con un pastel en las manos.
-No me gusta -susurró Adam metiéndose la piedra de nuevo en el bolsillo.
-En cualquier caso, sé amable. -Alzó la vista y le dedicó a Paris una agradable sonrisa - ¿Qué te trae por aquí?
-Ya te lo dije, os traigo un pastel Amish.
-Oh, vaya, todo un detalle. -Sacudió el hombro de su hi­jo-. ¿No te lo parece?
La idea de Adam respecto a ser amable consistía en sellar los labios y no decir una palabra. No le gustaban las mujeres que se sentían atraídas por su padre. No le gustaban nada de nada. Peter no sabía por qué, pero suponía que tenía que ver con al­guna fantasía de Adam relacionada con que sus padres volviesen a vivir juntos algún día.
Peter agarró su sombrero de vaquero y se acarició el pelo con los dedos.
-Te invitaría a pasar, pero me temo que has llegado en mal momento -dijo calándose el sombrero-. Adam y yo estamos cortando hierbajos. -Alargó la mano y cogió otras tijeras de po­dar-. Adam, lleva el pastel que nos ha traído Paris a la cocina. Peter tuvo que insistir un par de veces hasta que el chico se movió.
-De todas maneras, no podía quedarme -respondió ella observando cómo se alejaba Adam. La trenza le cayó sobre el hombro. Llevaba margaritas en el pelo.
-Paris, te has puesto flores en el pelo. Me gustan las chicas que llevan flores en el pelo.
Ella se tocó la trenza y se ruborizó. -Sólo unas pocas -dijo.
-Oye, pues estás estupenda -repuso él.
Ella interpretó sus palabras como una invitación a charlar durante una buena media hora. Para cuando se fue, Peter había recortado un buen puñado de matorrales.
Esa noche, mientras cenaban, su hijo le dijo:
-Si no fueses tan amable con todas esas mujeres, no vendrían tanto por aquí.
-Todas esas mujeres? ¿A qué te refieres?
-A Paris y la señora Chevas y... -colocó las manos como si sujetase un par de melones- ya sabes quién.
-Ya. -Peter dio un bocado a su pan de trigo y miró a su hijo-. ¿La señora Chevas? ¿Te refieres a tu profesora de la guar­dería?
-Sí. Tú le gustabas.
-Anda ya.
-¡Que sí, papá!
-Pues yo no lo creo. -Apartó el plato y miró al niño a los ojos. Era posible que lo que Adam decía fuese cierto, pero él no andaba en busca de esposa. No obstante, lo que deseaban todas las solteras en cien kilómetros a la redonda era encontrar un buen marido-. Tienes que dejar de ser tan arisco con las damas. Tie­nes que ser más amable.
-¿Por qué?
-Porque así debe ser.
-¿Incluso con las más feas?
-Especialmente con las más feas. ¿Recuerdas que te dije que nunca tenías que pegar a una chica, ni siquiera aunque te diese una patada en la entrepierna? Pues bien, es algo parecido. Los hombres tienen que ser agradables con las mujeres aunque no les gusten. Es una de esas reglas tácitas de las que ya te he hablado en otras ocasiones.
Adam puso los ojos en blanco.
-¿Qué hora es?
Peter miró su reloj.
-Casi las ocho. Lava tu plato y después puedes ver la tele. -Peter recogió los otros platos de la mesa y los llevó a la pica. Colocó bien las cuatro sillas, limpió la sólida mesa de roble y co­locó el pastel de Paris encima.
Vivir en el mismo pueblo que Paris era como pertenecer al club del postre-de-la-semana. Deseaba que dejase de traerle co­mida, pero no sabía cómo decírselo. Conocía muy bien sus in­tenciones matrimoniales. Demonios, él era el mejor partido de todo el condado de Pearl, pero habida cuenta de sus competido­res, no podía decirse que fuese un gran mérito. Y después estaba Dixie Howe. No tenía muy claro si quería casarse o sólo buscaba un poco de sexo. Ambas cosas quedaban excluidas de su agen­da. El mero hecho de pensar en ello le ponía piel de gallina.
Incluso aunque quisiese traerse a una mujer a casa por la no­che, no podría hacerlo. Tenía un hijo pequeño y no quería exponer al chaval a esa clase de cosas. No podía aparcar su coche du­rante mucho tiempo junto a la casa de una mujer sin que todo el pueblo se enterase y empezase a cuchichear a sus espaldas o a es­pecular sobre fechas de boda. No sólo quería evitar cualquier tipo de rumor por el bien de Adam: también era el sheriff, elegi­do oficialmente, y no podía ser blanco de esa clase de cotilleos. Especialmente teniendo en cuenta que al sheriff Donnelly lo ha­bían pillado con los pantalones bajados.
Peter lanzó el delantal hacia el fregadero y fue al salón. Apo­yó el hombro contra la pared cuando empezó a sonar el tema musical del programa favorito de Adam, El cielo en la tierra. Nu­bes esponjosas, cielo azul y el hermoso rostro de la madre de Adam llenaron la pantalla del televisor. Unos marcados rizos do­rados enmarcaban su cara como si realmente fuese el ángel que interpretaba en la ficción. La novia de América, China Bancroft, miró hacia el cielo y una intensa luz apareció por encima de su cabeza.
La Eugenia que él conocía poco tenía que ver con el ángel que in­terpretaba. Por lo que recordaba, cuando vivían juntos ella no hablaba con tanta dulzura, y tampoco pasaba una hora al día en la iglesia. Por otra parte, su pelo era rubio.
-Siéntate conmigo, papi.
Peter lo hizo. Como siempre, Adam se encaramó a su rega­zo y apoyó la cabeza en su hombro. Igual que siempre, Peter se preguntó si Adam entendía realmente que lo que sucedía en la televisión no tenía relación con la realidad. Que su madre no era realmente un ángel dedicado a hacer el bien y salvar almas des­carriadas. Habían hablado de ello muchas veces, y Adam siem­pre se había encogido de hombros y asegurado que ya lo sabía. Pero Peter tenía sus dudas.
-¿Te acuerdas de lo que hablamos la semana pasada? -le preguntó.
-Sí. Que mamá en realidad no es un ángel. Que simplemen­te actúa como si lo fuese.
-Tu madre es actriz.
-Lo sé -respondió Adam con los ojos clavados en la pan­talla.
-Te quiero, colega.
-Yo también a ti, papi.

15 comentarios:

  1. hay que lindo la parte final me encanto!!!
    <3

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  2. Sube otro porfi.
    Gracias por el cap

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  3. aaay mas tiernos padre e hijo!
    Eugenia es.. Eugenia Suarez se supone????

    Espero con ansias el proximo capitulo!

    @GuadyLlanos beso!

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  4. Me mató Peter padre...el mejor sin dudas!

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  5. aaaaaaae que tiernooos!
    LALITER YA :)

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  6. awwwwwwwwwwwwwwwwn, que tiernos que son! @ConEllosSiempre

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  7. MÁS MÁS MÁS MÁS !

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  8. Sube uno más hoy, por lo de ayer que no subiste. porfaaaa!

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  9. LALITERRR, LALITERRR ! mas novee

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  10. QUE TERNURA QUIERO MAS SUBE PRONTO'

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  11. q lindosssssssssssss
    ya kiero algo laliter
    beso

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  12. Felizmente que tiene a buen padre Adam si que hay madres egoístas, me gusta que Peter éste pensando en Lali.
    Masi_ruth

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  13. peter hace sexo consigo mismo???

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  14. Awwwwww morí de amor con la ultima parte, re tiernos! <3 @LuciaVega14

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