lunes, 11 de junio de 2012

Capítulo 3


Holaaa :) Bueno, si hay comentarios, subo uno más a la noche, qué les parece? Disfruten y firmen chicas. besos


Capítulo 3

Murciélagos sedientos de sangre
atacan a una confiada mujer

Lali Espósito se apeó, cruzó los brazos por debajo de sus pe­chos y apoyó el trasero contra su Porsche plateado. El sol que caía a plomo desde un despejado cielo azul le caldeó los hombros desnudos. La ligera brisa que le acarició el rostro y la piel supu­so todo un alivio. El monótono zumbido de los insectos se sumó a las notas de una balada country proveniente de la casa situada al otro lado de la calle de grava.
Lali entornó los ojos y las Ray-Ban le resbalaron por el puente de la nariz. La casa del número 2 de Timberline era ma­rrón y gris, no había duda. Las partes marrones eran aquellas en que la pintura gris se había desconchado.
La casa se parecía más a la mansión de Psicosis que a la «casa de veraneo» que ella se esperaba. Habían cortado las malas hier­bas recientemente, cierto. Un perímetro de unos seis metros al­rededor de la casa y un sendero que llevaba a la arenosa orilla del lago se veían segados y limpios. El lago ofrecía una gama de tonos verdes que iban de lo brillante a lo oscuro. El sol se extendía so­bre las ondas como si fuesen franjas de papel de aluminio flo­tando en la superficie. Un bote amarrado en la orilla se balan­ceaba al ritmo del suave oleaje.
Lali se subió las gafas de sol y contempló las accidentadas montañas Sawtooth, prácticamente frente a su jardín. La pano­rámica se parecía bastante a las fotografías que le había enseña­do el agente inmobiliario. Tupidos pinos de gran altura y picos montañosos de granito elevándose hasta rozar un cielo infinito. Supuso que la aromática brisa y la majestad de aquellas montañas debía de sobrecoger a todo el mundo. Como una manifestación de la gracia de Dios, una especie de experiencia religiosa.
Lali creía en las experiencias religiosas tanto como en quie­nes afirmaban haber visto al monstruo Bigfoot. Debido a su trabajo, sabía demasiado para creer en leyendas relativas a hu­manoides salvajes y peludos, estatuas que vierten lágrimas o fa­náticos bebedores de estricnina. No creería jamás en nadie que afirmase haber visto al Yeti merodeando por una montaña o que asegurase haber visto nítidamente la cara de Jesucristo en una torta de pan.
Demonios, uno de sus artículos más exitosos, «El Arca de la Alianza encontrada en el Triángulo de las Bermudas», había creado un nutrido culto de seguidores religiosos y había propi­ciado la aparición de otras dos historias igualmente exitosas: «El Jardín del Edén encontrado en el Triángulo de las Bermudas» y «Elvis sigue vivo en el jardín del Edén del Triángulo de las Ber­mudas». Tanto Elvis como el Triángulo de las Bermudas eran dos de los temas con más tirón entre sus lectores.
Pero al contemplar aquellas inmensas montañas y los gran­des espacios que se extendían ante ella, Lali no pudo evitar sen­tirse pequeña. Sola. La clase de soledad que creía haber supera­do. La clase de soledad capaz de absorber todo el aire de aquellas montañas y acabar asfixiándola. Lo único que la salvó de sentir­se como la única persona del planeta fue el irritante rasgueo de guitarra proveniente de la radio de los vecinos.
Lali agarró su bolso Bally y recorrió el irregular sendero que llevaba hasta la puerta de la casa. Una aguzada precaución guiaba los pasos de sus Tony Lamas. Había llevado a cabo cier­tas averiguaciones y sabía que había serpientes en esa parte del país. Serpientes de cascabel.
El agente inmobiliario le había asegurado que las serpientes de cascabel se quedaban en las montañas, lo cual la llevó a ima­ginarse el número 2 de Timberline como el cuartel general de las serpientes de cascabel. Se preguntó si Walter la había enviado allí debido a los problemas que últimamente le había causado tanto a él como a la revista.
Una fina capa de polvo cubría el porche, y los viejos escalo­nes crujieron bajo sus pies, pero la madera era sólida, lo cual la alivió. En caso de quedar atrapada en una grieta del suelo, nadie la echaría de menos en tres días. No hasta que finalizase el plazo de entrega de su siguiente artículo y alguien se pusiese a buscar­la, y tal vez ni siquiera por eso.
Ni el director de la revista ni su editor, Walter Boucher, esta­ban por entonces muy contentos con ella. Lo de su «trabajo de vacaciones» había sido idea de ellos. No escribía nada bueno des­de hacía meses, de ahí que la urgiesen a cambiar de aires. De al­gún modo, eso le proporcionaría inspiración para nuevos artícu­los sobre Bigfoot o extraterrestres. Y, desde luego, también estaba el tema de Micky el Duende Mágico. La historia todavía coleaba.
Encajó la llave en la cerradura y abrió la puerta. No esperaba que sucediese nada especial y, de hecho, nada sucedió. Ni tipos con cuchillos de cocina vestidos como su madre, ni fantasmas ni bestias salvajes dispuestos a aterrorizarla. Nada. Tan sólo olor a cerrado y a polvo, y el sol a su espalda derramándose dentro de la casa e iluminando la estancia de su derecha. Lali encontró un interruptor junto a la puerta. La lámpara del techo parpadeó una vez y a continuación eliminó todas las sombras.
Metió las gafas de sol en el bolso, dejó la puerta abierta por si acaso y se adentró en la casa. En el comedor, a la izquierda, ha­bía un pesado aparador y una vitrina para porcelana muy orna­mentada. Ambos muebles habían sido pulidos con aceite de li­món. Una larga mesa ocupaba la mayor parte del espacio; un taco de madera falcaba una de sus patas. El polvo lo cubría todo.
Si el comedor transmitía una impresión de decadente elegan­cia, el salón, a la derecha, parecía el refugio de un cazador. Recargados muebles de madera rústica, un televisor con antena de cuernos, una piel de oso colgada encima de la chimenea. Sobre ésta, un lince americano disecado, con los dientes y las garras a la vista. Rinconeras y una mesita de café con cubierta de cristal y armazón de asta de ciervo. En las paredes, más cornamentas, im­presionantes cabezas de animales y gruesos estantes rústicos. A Hemingway le habría encantado, pero Lali lo consideró un lugar muy apropiado para sufrir un accidente. Podía imaginarse atravesando la habitación a oscuras, de noche, para trastabillar y morir empalada en alguna cornamenta.
Sus botas resonaron cuando se dirigió a la cocina. A excep­ción de los últimos tres años, Lali siempre había vivido con alguien. Sus padres, las compañeras de piso durante la universi­dad, y después su ex marido. Ahora vivía sola, y a pesar de que lo prefería así, por primera vez en mucho tiempo deseó tener un hombre corpulento que la protegiese de lo desconocido. Un hombre tras el que poder escudarse. Un hombre del tamaño del sheriff que había conocido hacía un rato. Lali medía poco más de medio metro, y el sheriff le sacaba fácilmente quince centímetros; a lo que había que añadir unos anchos hombros, fuerte muscu­latura y un cuerpo magro.
Encendió la luz de la cocina e inspiró incrédula. El linóleo, las encimeras y los apliques... todo salvo las sartenes y los cazos de hierro que colgaban sobre los fogones era de color dorado. Abrió el horno y descubrió un ratón muerto sobre la rejilla. Lo dejó allí y de nuevo pensó en el sheriff y en lo útiles que resulta­ban a veces los hombres.
Antes de ponerse las gafas de sol, los ojos verdes del sheriff Lanzani la habían estudiado con atención. Ella también se había fi­jado en su cara, un rostro más propio de la gran pantalla que del agreste Idaho.
No era el típico guapito. Los guapitos pierden todo su en­canto al llegar a la mediana edad, y al sheriff no había modo de confundirlo con uno de esos jovenzuelos arrogantes. Era un hombre de pies a cabeza, un tipo fuerte con una sonrisa que pa­recía capaz de transformar un no en un sí, de convertir a una mujer indecisa en un fémina lujuriosa, de alterarle el pulso y exa­cerbar su deseo. Lali no se consideraba una mujer coqueta, pero tenía que admitir que mientras habló con él había sido muy consciente de sus propios gestos y postura.
No tenía ni idea del aspecto que tendrían los policías en esa región perdida. Tal vez los había imaginado como aquel ayu­dante delgaducho, o tal vez como Pablo Martinez. Pero tras aquellos ojos verdes y aquella sonrisa natural aso­maba una aguda inteligencia que impedía ver al sheriff como un rudo campesino.
Regresó al salón y se encaminó a la escalera que llevaba al pi­so superior. Pulsó el interruptor junto al primer escalón, pero no sucedió nada. Seguramente la bombilla se había fundido. Per­maneció allí unos segundos, observando las sombras del piso de arriba, pero no tardó en obligarse a subir, a pesar de que el cora­zón se le aceleró.
El sol alcanzaba el pasillo a través de cuatro de las cinco puer­tas  abiertas, y un leve aroma ligeramente familiar que ella asoció a su infancia, algo olvidado mucho tiempo atrás, flotaba en el cá­lido ambiente. Se acercó a la primera habitación y echó un vis­tazo. Las pesadas cortinas estaban echadas, pero pudo otear la silueta de la cama y de una cómoda cubierta con una sábana. También vislumbró un viejo armario con las puertas abiertas de par en par. El aroma se intensificó, y tras reconocer el olor del amoníaco, evocó ciertos recuerdos del verano de 1975, el único año en que había acudido a un campamento de chicas scouts.
Pulsó el interruptor de la luz. En el suelo había manchas que parecían barro reseco, y reconoció lo que había en el interior del armario un segundo antes de oír los agudos chillidos, los araña­zos y el batir de alas.
Dos sombras se abalanzaron súbitamente hacia ella, y tal co­mo si tuviese diez años de nuevo, de pie delante de la cabaña del campamento de Piney Mountain, abrió la boca y dejó esca­par un grito de terror. Pero, al contrario que en aquella ocasión veinticinco años atrás, se dio la vuelta y echó a correr como al­ma que lleva el diablo. Esta vez no iba a esperar a que las alas de aquellos bichos batiesen contra su mejilla o se enredasen en su pelo.
Se precipitó escaleras abajo y se dirigió a la puerta principal. Todavía gritaba cuando cobró impulso y salió al porche dando un grotesco salto. El corazón le retumbaba y no se detuvo hasta cobijarse al otro lado del coche. Sintió dolor en el pecho al arro­dillarse en tierra y aspirar bocanadas de aire caliente.
-Oh, Dios mío, oh, Dios mío... -no dejaba de repetir con la mano en la garganta. Aparecieron pequeñas motitas ante sus ojos y notó hormigueo en los dedos. Si no se calmaba, sufriría un ataque cardíaco o algún órgano vital le explotaría. No quería mo­rir. No allí, arrodillada en el suelo. No en los confines de Idaho.
Respiró hondo e inclinó la cabeza. Pensó en matar al agente inmobiliario. En cuanto recuperase el aliento, montaría en el co­che y se encaminaría a Sun Valley para acabar con él.  Se imaginó la cara que pondría el pobre hombre y, por primera vez, tuvo au­ténticas ganas de reír.

Continuará...

15 comentarios:

  1. Pobre lali,yo me muero!Q aparezca el sheriff para ayudarla!

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  2. Muuuy buena! Jaja vaya casa yo no habría aguantado ni a la cocina jajaja
    Espero el proximoo! Besooos

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  3. Mas, mas, mas :)
    Muy bueno el cap!
    Aunque que asco, yo tambien hubiera salido gritando.... jajajaja
    Un beso
    Buena semana
    juli♥

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  4. Mas, mas, mas :)
    Bueno el cap!
    @joslielove

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  5. Bueno el cap!
    Mas, mas, mas :)
    @Joslielove

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  6. Naaaaaa yo me mueero! yo de por si no hubiese entrado a una casa toda hecha mierda u.u y mucho menos cuando veo las pieles y que se yo.. FAAA salgo al pique!

    Muy buena la nove.. quiero maaaaaaas! seguime avisando eu :) @GuadyLlanos

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  7. me pareció geniaaaaaaal subi otro, quiero mas! ajajaj

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  8. Jajajaj yo haria lo mismo , ME MUERO..

    QUE APARESCA PETER CON TODA SU FACHAAAAAA.

    mas noveeeeeeeeee

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  9. Mas nove es genial la nove.

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  10. MAS NOVE MAS NOVE
    QUE A PARESCA PETER Y LA AYUDE'

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  11. A mi me pasó una vez ,un murciélago entró x la ventana d mi dormitorio(era verano),pero como soy muy tranquila,lo k hice fue encender todas las luces,y abrir la puerta,y así se largó.Pero me la imagino .Y ella imaginándose la cara del agente inmobiliario,y con ganas d reir.

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  12. sdkijldsjvdvl que aparesca Peter y la consuele(? ahh que decia :P jajajajaja ME ENCANTA muy buenaaa!!! y encima ya los dos quedaron muy ipresionados con el otro ya quiero ver como se van conociendo estos dos :D MUY BUENA LA NOVEEEEE @LuciaVega14

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