sábado, 30 de junio de 2012

Capítulo 33


Hello hello :) DISFRUTEN chicas! + comentarios = + capítulos. besos ♥ 


-¿Me perdonas lo del desayuno?
-Mmm... Todavía estoy ahíta de tanta tarta.
Peter sonrió. Terrible, pero le gustaba.

 Capítulo 33
Lali escogió la fotografía de una abuela de aspecto normal de entre las que guardaba en sus archivos informáticos. Le puso el pelo púrpura y le pintó los labios. Mientras hacía los ojos al­go más redondos bajo la ceja púrpura y le alargaba un poco los dedos, se preguntó si Walter no pensaría que se había pasado con el púrpura y se lo haría cambiar todo. Jamás hubiese imaginado que algún día tendría que maquillar a un personaje como Eden Hansen.
Ni siquiera ella era tan buena.
Ya había mandado dos artículos de extraterrestres a su editor. Le habían gustado y quería más. Pinchó «enviar» en la pantalla del ordenador y mandó su tercera historia al ciberespacio.
Su primer artículo acababa de publicarse y, según Walter, ha­bía suscitado una respuesta positiva de los lectores. La revista quería alargar la serie el mayor tiempo posible, cosa que a Lali ya le iba bien. Tenía bastante material para tirar una buena tem­porada. Y cuando se le acabara, sólo tendría que bajar al pueblo.
Estaba escribiendo algunos de los mejores artículos de su carrera y no necesitaba ningún psicólogo que le dijera que era porque ya no se sentía vacía ni trataba de crear a partir de un po­zo vacío.
Al instalarse en Gospel, sin darse cuenta había dado impulso a su carrera y a su vida. Dormía más y se sentía mejor que en mu­cho tiempo. Su vida y su creatividad estaban tan interrelaciona­das que cuando una sufría, la otra se resentía. Llegó a la conclu­sión de que, durante un tiempo, simplemente había intentado ignorar la realidad. Se había centrado en algo que pensaba que podría controlar, su carrera, pero se había encontrado caminan­do por la cuerda floja.
Ahora tenía vida social y algo totalmente diferente de las his­torias para el Weekly News of the Universe en que trabajar. Cuan­do los extraterrestres empezaban a provocarle dolor de cabeza, se ponía con el artículo de Hiram Donnelly. No sabía si llegaría a venderlo, pero escribirlo le proporcionaba otra vía de escape.
Tomó el grueso sobre que había recibido por correo hacía unos días y sacó el informe del FBI. De las partes que no estaban tachadas, leyó que el FBI recibió notificación y pruebas de mal­versación desde dentro de la oficina del sheriff. Un topo que te­nía acceso a los registros. Lali se preguntó si ese alguien sería Hazel Avery. O quizás el propio Peter.
Se reclinó en la silla y observó el teléfono que tenía al lado de la pantalla. Peter le había dicho que la llamaría. Cuando la ha­bía dejado en casa por la mañana, dijo que tenía cosas que hacer en el rancho Doble T, pero que la llamaría por la noche. Miró el reloj del monitor: las cinco y cuarto de la tarde.
Retiró la silla y se levantó. Cada vez que pensaba en la noche anterior, sentía emoción y miedo a partes iguales. Quería reír y al segundo siguiente, desaparecer. Se sentía como una esquizo­frénica. Dividida en dos. Maravillosamente viva y muerta de miedo. Buscaba el sentido a una aventura sin sentido. Intentaba protegerse a la vez que corría hacia algo que seguramente la he­riría. Había perdido todo autodominio.
Él le había lamido el azúcar glaseado de su cuerpo y habían compartido toda la intimidad que pueden compartir dos aman­tes, pero, antes de llevarla a casa por la mañana, le había dado una gorra de béisbol y la había ayudado a remeterse el pelo debajo. También le había dejado una de sus enormes chaquetas Levi's pa­ra que se la pusiera y nadie del pueblo pudiera reconocerla y em­pezar a esparcir rumores. Al menos eso le había dicho, y ella se preguntaba si sería cierto o era que en el fondo le daba vergüen­za que lo vieran con ella.
Peter le había preguntado por la cicatriz. Al final, la había visto mientras la enjabonaba en la ducha. Le dijo que su ex ma­rido le había regalado una operación de estética, porque no era ni el momento ni el lugar para contar la verdad. Pero entonces él le había besado la cicatriz de su vieja histerectomía y la había he­cho sentir mal por mentirle.
Le había doblado la ropa. Una cosa tan sencilla y que, sin em­bargo, significaba tanto. Mientras ella dormía, él había doblado su sujetador y sus bragas pulcramente y los había dejado encima de la falda y la camiseta, en un perfecto montoncito, como recién salido de la lavandería. Y, mientras ella intentaba apartarse de él, poner un poco de distancia, él la había estrechado y le había he­cho sentir que, después de todo, el sexo de la noche anterior no había sido una aventura trivial.
Enamorarse de Peter sería fácil. Tan fácil como estúpido. Ya le había dicho una vez que lo último que necesitaba era una no­via, y ella le había creído. Si hubiera querido una mujer en su vi­da, seguro que la habría tenido mucho antes de que ella llegase al pueblo. En Gospel tenía un montón para elegir. No quería nin­guna relación. Lo había dejado claro. Quería sexo y, aunque ella también quería sexo, sabía que al final querría algo más. Sabía que empezaría a preocuparse por él más de lo que ya se preo­cupaba, y le haría daño que él no sintiera lo mismo. Peter no te­nía la culpa. Nadie tenía la culpa de nada. Simplemente, así esta­ban las cosas entre ellos.
Era mejor ponerle fin ahora, antes de que saliera perjudi­cada.
Cuando llamara, si es que llamaba, tendría que decirle que no volvería a verlo. Tenía que reunir fuerzas para decir que no.
Al final, cuando sonó el teléfono, no descolgó. No confiaba en sí misma. Desde que Peter la había besado la noche del inci­dente en el Buckhorn, su fuerza de voluntad había desaparecido y no confiaba en que ahora reapareciera. No después de la noche que habían pasado untándose el cuerpo con el azúcar glaseado. No cuando sólo tenía que cerrar los ojos para sentir su boca recorriéndole el cuerpo. No cuando recordaba con perfecta cla­ridad el seductor tono con que, antes de meterle la cabeza entre las piernas, le había dicho: «Reláj ate, cariño, sólo me voy a comer este melocotoncito que tienes aquí.
No, su fuerza de voluntad estaba bajo mínimos.
Tendría que evitarlo tanto como pudiera, aunque evitarlo por completo sería imposible en un pueblo tan pequeño. La próxima vez que lo viera, simplemente actuaría con naturalidad. Como una mujer moderna que hubiera tenido un montón de aventuras en su vida.
Se fue a la cama hacia medianoche, pero cualquier sonido la sobresaltaba. Empezó a preguntarse si él aparecería por su casa e incluso si habría sido él quien había llamado. Podía haber sido Rochi. O Walter. O un televendedor. Seguramente ni siquiera había sido él. El muy tonto...
Al día siguiente, poco antes de las diez, Rochi estaba llaman­do a la puerta de Lali. Ella acababa de vestirse y todavía tenía el pelo mojado de la ducha.
-Me acaba de llamar Peter -explicó Rochi, siguiéndola hasta la cocina-. Quería que viniera a ver si estabas bien. Dice que te llamó anoche, pero que no estabas.
-No contesté las llamadas. -Lali cogió la cafetera y llenó dos tazas-. Estaba ocupada trabajando.
-Dice que ha vuelto a llamarte esta mañana.
Lali levantó su taza y sopló el café para evitar reírse. No había oído el teléfono; seguramente estaba en la ducha cuando sonó.
-¿Pasa algo entre vosotros?
-Nada. ¿Leche y azúcar?
-No. –Rochi levantó también su taza y sopló el café. Las dos mujeres se miraron por encima del humo.
-¿Sabías que un topo en la oficina del sheriff dio informa­ción sobre Hiram Donnelly al FBI?
-Me lo imaginaba.
-¿Y te imaginas también quién puede ser? ¿Hazel?
-Incorrecto.
-¿Peter?
-Incorrecto de nuevo.
-¿Tú lo sabes?
-Sí -contestó Rochi con una sonrisa-. Pero no te lo diré. ¿Y sabes por qué? Porque sé guardar un secreto. Nadie lo sabe más  que yo y el FBI. Si alguien me dice que guarde un secreto, lo guardo. Soy una buena amiga -añadió, y miró a Lali como si quisiera sugerir que ella no lo era.
-Vale, de acuerdo. – Lali se ablandó y lo soltó todo en una frase-. Está bien, pasé la noche del Cuatro de julio en casa de Peter.
-¡Lo sabía! Cuando Gas me dijo que Peter te llevaba a casa, supe que utilizaría sus viejos trucos contigo.
Lali estaba demasiado avergonzada para admitir que él no había tenido que utilizar ningún truco.
-Esto no se lo puedes contar a la gente. No sé qué pensar de lo que pasó y Peter no quiere que todo esto se convierta en el chismorreo del mes.
-Ay, este Peter... -se burló Rochi, agitando la mano ma­la-. Igual se cree que todo lo suyo es sagrado o algo, que él es más intocable que los demás. Se piensa que todo el mundo se muere por saber lo que hace. -Se encogió de hombros-. Y por supuesto es así, pero juro que no diré una palabra.
Lali sopló su café y bebió un sorbo. Cuando levantó la vis­ta, Rochi la estaba mirando fijamente.
-¿Qué? ¿Quieres detalles?
-Si no quieres darlos, no.
-Sólo te diré que me lo pasé francamente bien. -Dio otro sorbo y añadió-: Francamente muy bien.
Ambas se sonrieron. Dos mujeres completamente distintas que se reconocían como buenas amigas.
-¿Cómo tienes la mano? -preguntó Lali.
-Bien. -Rochi se miró la mano-. Este esmalte pone cachondo a Gas, pero ya empieza a perder brillo.
-Venga, vamos a hacernos la manicura.
Lali reunió todos sus utensilios y los colocó en la mesilla del café de la sala. Ella propuso el Rojo Rebelde, mientras que Rochi se decantó por el Arándano Montaña.
-¿Volverás a verlo?
Lali negó con la cabeza.
-No. No creo que sea buena idea.
-¿Por qué?
Lali cogió un bote de quitaesmalte y una bolsita de bolas de algodón.
-Pues porque no puedo llegar muy lejos; me voy dentro de cinco meses. -La sola idea de marcharse le provocó un súbito malestar. Allí se sentía tan viva y había encontrado tantas cosas... Pero no era su hogar. Simplemente no se veía viviendo allí para siempre, aunque tampoco lo había intentado. Quitó el tapón del quitaesmalte y empapó un algodón-. Peter no quiere una no­via, y acabaría haciéndome daño.
Rochi se tomó un momento para pensar y le dio su opinión:
-Quizá sí. Es una pena que no puedas limitarte a pasártelo bien. Ya sabes, a usarlo a tu antojo mientras estés aquí.
A Lali también le parecía una pena.
Cuando Rochi se fue, Lali se recogió el pelo y se puso un corto y ligero vestido azul de verano con los hombros al descu­bierto. La falda le llegaba hasta el medio muslo. Cuando se hu­bo maquillado a la perfección, con los labios rojos y brillantes, fue en coche al pueblo. Se detuvo primero en el M&S a comprar algunas cosas frescas y una tableta de chocolate Hershey.
Echó también un vistazo a una pequeña selección de dis­cos compactos, que estaban expuestos al lado de las postales y la goma de mascar. La música country no le entusiasmaba, pe­ro, como vivía en un pueblo donde todo lo que no era vaquero no era guay, eligió un CD de Dwight Yoakam y lo metió en la cesta. Nunca había escuchado nada suyo, pero lo había visto ac­tuar en El otro lado de la vida. Pensó que alguien que podía ha­cer tan bien de malo, también tenía que tener talento para otras cosas.
Stanley estaba detrás del mostrador, como siempre, con un ejemplar del Weekly News of the Universe abierto frente a él.
-¿Ya vuelves a leer cosas de extraterrestres? -le preguntó Lali, mientras dejaba la cesta al lado de la caja registradora.
-Sí, y esta vez dice que hay unos cuantos en el noroeste. Aquí pone que están camuflados como humanos y que van ju­gando malas pasadas a la gente.
-¿De veras? Vaya...
-Pone que son los responsables de la desaparición de ex­cursionistas y de otras desgracias.
Lali abrió los ojos como platos.
-Uau...
-Pone que hacen apuestas.
-Eso es terrible.
-No está bien apostar con la desgracia ajena. -Stanley giró la revista y señaló el centro de la página-. Llámeme loco, pero esto parece el lago de Gospel.
Lali miró más de cerca la foto que había hecho el día en que fue con Rochi y los niños a la playa. No creía que nadie pudiese reconocer el lugar.
-Yo creo que se parece al Eugene de Oregón -dijo.
-Puede. A un extraterrestre le sería muy fácil camuflarse entre esos fanáticos del ecologismo que andan por el Eugene. -Stanley sacudió la cabeza y empezó a vaciar la cesta de Lali-. De todos modos, podría ser Gospel.
Lali era muy buena actriz cuando se lo proponía, y se mos­tró muy interesada en lo que él decía.
-¿De veras lo crees?
-No, pero es divertido jugar a adivinar quién de este pueblo podría ser extraterrestre.
Ella sonrió.
-Podría ser la mujer que regenta el motel Sandman.
-¿Ada Dover? -Se rió mientras sacaba las naranjas de la cesta-. Puede. Es bastante rara.
-Sí, tiene un aire un tanto fantasmagórico.
-No se preocupe. -Le dio una palmadita en la mano-. Yo la protegeré de los extraterrestres.
-Gracias, Stanley -dijo ella.
Cuando salió del M&S todavía sonreía. Dejó unos carretes de fotos de las montañas, tomadas desde el patio de su casa, y prosiguió hacia el autoservicio Chevron. Los surtidores todavía no habían entrado en el nuevo siglo y, tras llenar el depósito, tuvo que entrar para pagar con la tarjeta de crédito.
Cuando salió, vio a Peter al otro lado de los surtidores, apo­yado en su camioneta mientras llenaba el depósito. Llevaba la camiseta negra remetida en los vaqueros negros, y el Stetson ne­gro calado hasta las cejas. Parecía salido de una película en blanco y negro -el irresistible malo- en misión de acoso y derribo de los corazones de las buenas mujeres.
Lali ralentizó el paso y su corazón se saltó un latido. No le veía los ojos bajo el sombrero, pero sentía su mirada. Como siempre, la alcanzó y la envolvió. Cuando ella se acercó al coche, él se enderezó y una sonrisa le curvó los labios.
-Parece que te hayan envuelto en un pañuelo -le dijo con una voz aterciopelada que la atraía hacia él como un imán invi­sible, tentándola con el recuerdo de sus manos recorriéndole el cuerpo.
Ella se miró el vestido, pero no se le ocurrió nada inteligente que decir.
-Ah -fue lo único que logró replicar. Volvió a mirar los ojos verdes y la sonrisa seductora del sheriff y, como la cobarde que era, agachó la cabeza y subió a su coche. Puso en marcha el Porsche y se alejó a toda prisa, dejando la tentación con el rastro de polvo que levantaron las ruedas.
«Ah.» Sólo eso. «Ah.» Se le pusieron blancos los nudillos so­bre el volante y las mejillas le ardieron durante todo el camino a casa. «Ah.» Peter habría pensado que era idiota de nacimiento. Y eso que ella pretendía mostrarse moderna y sofisticada.
Guardó los comestibles. No dejaba de darle vueltas a qué es­taría pensando Peter de ella ahora que se había comportado co­mo una boba.
No tuvo que esperar demasiado. Tan sólo había escuchado un par de canciones del CD de Dwight Yoakam cuando alguien lla­mó a la puerta.


Continuará... 

18 comentarios:

  1. Me encantaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa
    mas laliter
    sklndlasd

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  2. Como se va a querer alejar de peter
    y si te miran esos ojos verdes es obvio q lo unico q va a decir es ah!
    quiero otro capitulo
    beso

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  3. asdfghhjjkhkjgg estos dos!.. MAS MAS MAS MAS MAS!!!! :)

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  4. aaaaaaaaaaaaa espero sea peteeeeeeeeeer

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  5. AH dijo jajajaj..

    yo tmb me pondria dura si me dice eso ajajaa

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  6. me encanta esta novela

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  7. maas maas maas meee encantaa laa novee estaa re bna seguilaa :DD!!

    @FernandaLazaroG

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  8. #lectoraobsesiva


    BESOS @FOREVERLALITERR

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  9. "Ah" =/
    No puedes dejarlo ahi! Por dios quiero saber como sigue!
    Jajajaaj que penso peter?

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  10. aii quiero más novela !! me encanto el capítulo
    espero más
    besos

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  11. no puedes dejarnos así.... es inhumano!!!!

    ESPERO que subas otro capítulo PRONTITO, hoy claro esta.

    Un beso, y enhorabuena por la novela es increíble!!

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  12. Dios q tonta es!!!!!!!!!!Q aproveche y ya verá cómo le cambia la vida a los dos!

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  13. MMAS MAS MAS MAS MAS PORFAAAAA

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  14. Es Peter? ojala ojala! Quiero másssss!!!

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  15. <>
    ya claro y luego seguro que aprovecho para acer algo mas ;)

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  16. lewfjwelfjewlfjlrwjfw quien sera!!!!!! ya quiero que aclaren todo y esten juntos los dos se merecen ser felices :D <3 @LuciaVega14

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