sábado, 9 de junio de 2012

Capítulo 1


Holaaa chicas. En el proximo aparece Lali... :) Voy a seguir avisando a todas, si hay alguna que NO quiere que la siga avisando, hablame en twitter. Disfruten y firmen. BESOS ♥



Capítulo 1

En Gospel, Idaho, existen dos verdades universales. La pri­mera es que Dios dio lo mejor de sí cuando creó la agreste región de Sawtooth. De ahí que Gospel haya sido siempre, a excep­ción de los desafortunados incidentes de 1995, la representación del cielo en la tierra.
La segunda, una verdad en la que se cree aún más que en la primera, es que todos los pecados conocidos del cielo y la tierra tienen su origen en California. California es la culpable de todo, desde el agujero en la capa de ozono hasta la plantación de ma­rihuana que se encontró en el huerto de tomateras de la viuda Fairfield. Después de todo, su nieto había visitado a unos fami­liares de Los Ángeles el otoño anterior.
Hay una tercera verdad, más bien un hecho objetivo, que tie­ne lugar cada verano: provenientes de las llanuras, llegan mon­tones de ingenuos excursionistas que acaban perdiéndose entre los picos de granito de las montañas Sawtooth.
Ese verano, el número de montañeros perdidos que habían tenido que rescatar ascendía ya a tres. Si a esos tres se le sumaba una rotura de huesos y dos casos de mal de altura, entonces po­día decirse que Stanley Caldwell estaba en condiciones de ganar el premio de la apuesta sobre Excursionistas Perdidos. Todo el mundo sabía que Stanley era un tipo optimista, a pesar de que nadie, ni siquiera su mujer -que había apostado su dinero en la combinación de ocho extravíos y siete roturas de huesos, además de pronosticar varios casos de envenenamiento-, esperaba que le tocase el premio.
Prácticamente todos en el pueblo participaban en la apuesta, intentando superar a los demás y llevarse el bote. Dicha apues­ta le daba a la gente de Gospel algo en que pensar aparte de sus la­bores cotidianas: cuidar reses y ovejas o aserrar troncos. Con ello enriquecían su conversación más allá de los chismorreos sobre ecologistas empeñados en abrazar árboles o la especulación en torno a quién sería el padre del hijo recién nacido de Rita McCall. Que Rita y Roy llevasen tres años divorciados no significaba que su ex marido quedase excluido de la competición. Pero por enci­ma de todo, para la gente de Gospel la apuesta era un modo de pa­sar los calurosos meses de verano mientras recaudaban el dinero de los turistas y esperaban la relativa calma del invierno.
En el mostrador de la tienda M&S, las conversaciones se cen­traban en el debate entre los partidarios de la pesca con mosca y los partidarios de los cebos vivos, de los partidarios de la caza con arco y los partidarios de la caza «auténtica» y, por supuesto, se hablaba también del enorme ciervo que había cazado el due­ño del establecimiento, Stanley, en 1979. La impresionante cor­namenta, expuesta desde hacía más de veinte años, colgaba de la pared tras la antigua caja registradora.
En el motel Sandman de Lakeview Street, Ada Dover seguía contando que Clint Eastwood se había alojado allí en una oca­sión. Al parecer se había mostrado muy amable e incluso había hablado con ella. «Su motel es estupendo», le había dicho con el mismo acento de Harry el Sucio; después le había preguntado dónde estaba la máquina de cubitos de hielo y pedido unas toa­llas de más. A ella casi le había dado un pasmo detrás del mos­trador de recepción. Se había especulado mucho sobre la posibi­lidad de que hubiese concebido a su hija con Frances Fisher en la habitación número nueve de dicho motel.
A los habitantes de Gospel les apasionaban los cotilleos. En la peluquería Rizo y Tinte, el tema central era siempre el sheriff del condado de Pearl, Peter Lanzani, en gran medida porque la dueña, Dixie Howe, empezaba a hablar de él a la menor oportu­nidad mientras le lavaba el pelo a alguna clienta. Dixie le había lanzado el anzuelo al sheriff y pensaba recoger con fuerza el se­dal en cuanto él lo mordiese, como si de una trucha se tratase.
Por supuesto, Paris Fernwood también le había lanzado el anzuelo a Peter, pero a Dixie eso la traía sin cuidado. Paris tra­bajaba para su padre en la cafetería Cozy Corner, y Dixie opina­ba que una mujer que servía café y huevos revueltos no suponía una seria competidora para una mujer de negocios como ella.
Había otras mujeres que también bebían los vientos por
Peter. Entre ellas, una divorciada con tres hijos que vivía en el
condado de al lado, y seguramente alguna más de la que Dixie no estaba al corriente. Pero tampoco le inquietaban. Peter había vi­vido un tiempo en Los Ángeles y sabría apreciar el estilo y el ca­rácter cosmopolita de alguien como ella. En Gospel no había na­die con más estilo que Dixie Howe.
Con un cigarrillo Virginia Slims entre los dedos, de centellean­tes uñas rojo sangre, Dixie estaba repantigada en una de las dos sillas de vinilo de la peluquería esperando a la clienta de las dos: tin­te y corte.
Un fino tirabuzón de humo escapó de sus labios mientras le daba vueltas a su tema favorito. No sólo se trataba de que Peter fuese el único hombre disponible, de entre veinticinco y cin­cuenta años, en cien kilómetros a la redonda. Lo realmente im­portante era que sabía cómo mirar a una mujer: inclinaba ligera­mente la cabeza hacia atrás y te miraba con aquellos profundos ojos verdes suyos, provocándote un cosquilleo en las partes más sensibles del cuerpo. Y cuando sus labios se curvaban lentamen­te para dibujar aquella sonrisa irresistible, todas esas partes se de­rretían sin más.
Peter jamás había puesto un pie en Rizo y Tinte, prefería ir hasta Sun Valley para cortarse el pelo. A Dixie eso no le parecía una ofensa a nivel personal. Algunos hombres tenían ciertos reparos respecto al hecho de entrar en un local de tanto estilo co­mo el suyo. Pero a ella le habría encantado enredar los dedos en su tupido cabello. De hecho, le habría encantado acariciarle y be­sarle todo el cuerpo. Porque una vez que metiese al sheriff en su cama, estaba segura de que él no querría volver a salir de ella. De Dixie se decía que era la amante más ardiente de esa mitad del país. Ella aceptaba de buen grado esa calificación, y sin duda ten­dría oportunidad de demostrárselo también a Peter. Llegado el momento, el sheriff podría utilizar su fuerte y sólido cuerpo pa­ra algo más que separar borrachos en las trifulcas del bar Buck­horn.
Una única y pequeña nube de tormenta ensombrecía los pla­nes de Dixie:  Peter tenía un hijo de siete años al que no le gus­taba Dixie. Por lo general, nunca les caía bien a los niños. Tal vez se debía a que ella los consideraba poco menos que un molesto grano en el trasero, aunque con Adam Lanzani se esmeraba al má­ximo. En una ocasión le había comprado un paquete de chicles. Él le dio las gracias, se metió los diez chicles en la boca y después se limitó a ignorarla. Eso no habría tenido ninguna importancia si a continuación no hubiese decidido instalar su escuálido tra­sero en el sofá, entre su padre y ella.
Pero Dixie tenía un nuevo plan. Esa mañana le había oído de­cir a Hazel, la secretaria de Peter, que éste le había comprado una perrita a su hijo. Así pues, después de cerrar la peluquería, Dixie iría a su casa, enfundaría su exuberancia física en un ceñi­do y corto top y conseguiría un buen hueso para el chucho. Es­to último atraería al niño, y sus dos grandes atributos atraerían a su padre. Si Peter no captaba el mensaje y no aprovechaba lo que ella le ofrecía, no le cabría duda de que el sheriff era maricón.
Claro, sabía que no lo era. En la época del instituto, Peter Lanzani había sido un ligón incorregible; recorría las calles de Gos­pel en su camioneta Dodge Ram negra, con una mano al volan­te y la otra en los afortunados muslos de alguna muchacha. En la mayoría de las ocasiones, aunque no siempre, la afortunada era Kim, la hermana mayor de Dixie. Peter y Kim habían disfruta­do de lo que Dixie denominaba una relación fuego-hielo. O ardiente o helada, sin término medio. Y cuando era ardiente, la ca­ma de Kim se convertía en el mismísimo infierno. Por aquel en­tonces, la madre de Dixie pasaba la mayor parte de su tiempo en uno de los cinco bares del pueblo, y Kim sacaba el mayor parti­do posible a sus ausencias; aunque su madre tampoco se habría enterado de gran cosa si hubiese estado en casa. Antes de con­vertirse en una cristiana devota, Lilly Howe había pasado gran parte de su vida bebiendo, ebria o sin conocimiento.
Dixie tenía unos once años por entonces, pero sabía muy bien qué significaban los sonidos que se oían en la habitación de Kim: respiraciones entrecortadas, gemidos, profundos jadeos, chirridos de la cama, suspiros de placer... A los once años sabía lo bastante sobre sexo para imaginarse lo que hacía su hermana. Pero hasta varios años después no pudo experimentarlo en car­ne propia.
Peter tenía ahora treinta y siete años, era el sheriff del con­dado de Pearl y tenía un hijo que criar. Era un hombre respeta­ble, pero Dixie hubiese apostado su último bote de tinte rubio a que seguía siendo el mismo de siempre. Peter Lanzani se había convertido en un miembro destacado de la comunidad, y los ru­mores afirmaban que también destacaba allí donde las cosas im­portan de verdad. Había llegado el momento de descubrirlo.
Mientras Dixie soñaba despierta, el objeto de sus fantasías se caló el sombrero Stetson en la frente y salió de la oficina del she­riff. El calor ascendía en oleadas del asfalto y de las capotas de los automóviles aparcados en Main Street. El olor de todo ello ane­gó sus fosas nasales.
-El excursionista fue visto por última vez camino de Mount Reagan -informó Peter a su ayudante, Lewis Plummer, mien­tras se dirigían al Chevy marrón y blanco del sheriff-. Doc Les­lie ya va hacia allí, y yo me he puesto en contacto con Parker por radio para pedirle que lleve los caballos al pie del monte.
-No me apetece nada pasarme el día recorriendo el bosque -se quejó Lewis-. Hace un calor de mil demonios.
A Peter no le molestaba echar una mano en las labores de bús­queda de los excursionistas extraviados. Le permitía salir de la oficina y olvidarse por un rato del papeleo, tarea que odiaba. Pero había pasado gran parte de la noche despierto por culpa del cachorro de Adam, y tampoco estaba de humor para subir a la montaña en busca de los dichosos excursionistas. Se dirigió al lado del conductor del Chevy Blazer y metió la mano en el bol­sillo de los pantalones. Sacó la piedra «superchuli» que Adam le había dado esa mañana y la guardó en el bolsillo de la camisa. Ni siquiera era mediodía y ya tenía la camisa pegada a la espalda.
-¿Qué demonios es eso?
Peter señaló y Lewis miró por encima del techo del coche. Un deportivo plateado se acercaba hacia donde ellos se encon­traban.
-Se habrá equivocado de salida antes de llegar a Sun Valley -supuso Lewis-. Debe de haberse perdido.
En Gospel, donde los hombres tendían, por decirlo suave­mente, a hacer gala de su tosquedad y donde los vehículos más frecuentes eran los tráilers y los tractores, ver un Porsche era algo tan improbable como presenciar el desfile del día del orgullo gay por la calle principal del pueblo.
-Si se ha perdido, alguien se lo hará saber -comentó Peter, e introdujo de nuevo la mano en el bolsillo del pantalón para sa­car, ahora sí, las llaves-. Tarde o temprano -añadió.
En la turística Sun Valley no resultaba tan extraño ver un Porsche, pero en esa agreste región era una absoluta rareza. Mu­chas calles de Gospel no estaban siquiera asfaltadas. Y algunas de las que lo estaban tenían baches del tamaño de pelotas de balon­cesto. Si ese pequeño coche hacía un mal movimiento, rompería el cárter o un eje.
El coche pasó lentamente por su lado, pero los cristales tin­tados no les permitieron ver al conductor. Peter le echó un vista­zo a la iridiscente matrícula con siete letras azules: MZBHAVN. Por si eso fuese poco, en la parte superior de la placa, como si de un cartel de neón se tratase, podía leerse «California» en letras rojas. Peter deseó con todas sus fuerzas que el coche diese un giro en redondo, a pesar de ser una maniobra prohibida, y se marchase inmediatamente del pueblo.

Continuará...

13 comentarios:

  1. Me hice medio un lío entre nombres y ciudades pero bueno, era el primero, ya voy a ir captando ;)
    Pinta linda la historia, espero más!

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  2. MÁS MÁS MÁS , PORFAAAA!

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  3. ME MARIE UN POCO CON EL PRINCIPIO jajja

    pero por lo que supongo el auto ese deportivo es lali noo??

    MAS NOVEEE

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  4. Lina (@Lina_AR12)10 de junio de 2012, 0:07

    Muchos nombres pero el q más importa ya esta dicho es el sheriff y el otro q nos interesa si no me equivoco viaja en ese Porshe!Tenemos el comienzo de una buena historia frente a nosotras!Y ya amo a Adam q no le gusta l a peluquera!JAJA

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  5. Lina (@Lina_AR12)10 de junio de 2012, 0:09

    AH!ME olvidé...menuda foto elegiste para ilustrar primer cap!FABULOSA!

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  6. me gusto, pero me hice re lio con TANTA introducción ajja, igual me gusta, srguime informando @ConEllosSiempre

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  7. No entiendo mucho, jajaja me hice re lio con tantos nombres. Pero creo que ya voy a ir entendiendo mejor en los proximos caps. más más, subi más! ♫

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  8. Dixie va a terminar agotada,me parece k solo va a pescar una bota vieja,Peter no va a picar ese anzuelo.

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  9. creo que no me perdi (? jajajajaja te juro que habia partes que las volvia a leer porque me distraia jajajaja xD muy buena la noveeeee no me lo imagino a Peter tan grande!!!! o.o es como qe no lo imagino :P pero me re gusto la noveeeee @LuciaVega14

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