Holaaa chicas. En el proximo aparece Lali... :) Voy a seguir avisando a todas, si hay alguna que NO quiere que la siga avisando, hablame en twitter. Disfruten y firmen. BESOS ♥
En Gospel,
Idaho, existen dos verdades universales. La primera es que Dios dio lo mejor de sí cuando creó la agreste región de Sawtooth. De ahí que Gospel haya sido siempre,
a excepción de los desafortunados
incidentes de 1995, la representación del
cielo en la tierra.
La segunda, una verdad en la
que se cree aún más que en la primera, es que todos los
pecados conocidos del cielo y la tierra tienen
su origen en California. California es la culpable de todo, desde el agujero en la capa de ozono hasta la
plantación de marihuana que se
encontró en el huerto de tomateras de la viuda Fairfield. Después de todo, su nieto había visitado a unos familiares
de Los Ángeles el otoño anterior.
Hay una tercera verdad, más
bien un hecho objetivo, que tiene lugar
cada verano: provenientes de las llanuras, llegan montones de ingenuos
excursionistas que acaban perdiéndose entre los picos de granito de las montañas Sawtooth.
Ese verano, el número de montañeros perdidos que habían tenido que rescatar ascendía
ya a tres. Si a esos tres se le sumaba una
rotura de huesos y dos casos de mal de altura, entonces podía decirse que Stanley Caldwell estaba en
condiciones de ganar el premio de la apuesta sobre
Excursionistas Perdidos. Todo el mundo
sabía que Stanley era un tipo optimista, a pesar de que nadie, ni siquiera su mujer -que había apostado su
dinero en la combinación de ocho extravíos y
siete roturas de huesos, además de
pronosticar varios casos de envenenamiento-, esperaba que le tocase el premio.
Prácticamente todos en el pueblo participaban en la
apuesta, intentando superar a los demás y
llevarse el bote. Dicha apuesta le
daba a la gente de Gospel algo en que pensar aparte de sus labores cotidianas: cuidar reses y ovejas o aserrar
troncos. Con ello enriquecían su
conversación más allá de los chismorreos sobre ecologistas empeñados en abrazar
árboles o la especulación en torno a
quién sería el padre del hijo recién nacido de Rita McCall. Que Rita y Roy llevasen tres años divorciados no
significaba que su ex marido quedase excluido de la competición. Pero por encima de todo, para la gente de Gospel la apuesta
era un modo de pasar los calurosos
meses de verano mientras recaudaban el dinero de los turistas y esperaban la relativa calma del invierno.
En el mostrador de la tienda
M&S, las conversaciones se centraban
en el debate entre los partidarios de la pesca con mosca y los partidarios de los cebos vivos, de los
partidarios de la caza con arco y los partidarios de
la caza «auténtica» y, por supuesto, se hablaba también del enorme ciervo que había cazado el dueño del establecimiento, Stanley, en 1979. La
impresionante cornamenta, expuesta desde hacía
más de veinte años, colgaba de la pared tras la antigua caja
registradora.
En el motel Sandman de
Lakeview Street, Ada Dover seguía contando
que Clint Eastwood se había alojado allí en una ocasión. Al parecer se había mostrado muy amable e incluso había hablado con ella. «Su motel es estupendo», le había
dicho con el mismo acento de Harry el Sucio;
después le había preguntado dónde estaba la máquina de
cubitos de hielo y pedido unas toallas de
más. A ella casi le había dado un pasmo detrás del mostrador de recepción. Se había especulado mucho sobre
la posibilidad de que hubiese concebido a
su hija con Frances Fisher en la habitación número nueve de dicho motel.
A los habitantes de Gospel les apasionaban los
cotilleos. En la peluquería Rizo y Tinte,
el tema central era siempre el sheriff del
condado de Pearl, Peter Lanzani, en gran medida porque la dueña, Dixie
Howe, empezaba a hablar de él a la menor oportunidad mientras le lavaba el pelo a alguna clienta. Dixie le había lanzado el anzuelo al sheriff y pensaba recoger
con fuerza el sedal en cuanto él lo
mordiese, como si de una trucha se tratase.
Por supuesto, Paris Fernwood
también le había lanzado el anzuelo a Peter, pero a Dixie eso la traía sin
cuidado. Paris trabajaba para su padre en
la cafetería Cozy Corner, y Dixie opinaba que una mujer que servía café
y huevos revueltos no suponía una seria
competidora para una mujer de negocios como ella.
Había otras mujeres que también
bebían los vientos por
Peter. Entre ellas, una divorciada con tres hijos que vivía en el condado de al lado, y seguramente alguna más de la que Dixie no estaba al corriente. Pero tampoco le inquietaban. Peter había vivido un tiempo en Los Ángeles y sabría apreciar el estilo y el carácter cosmopolita de alguien como ella. En Gospel no había nadie con más estilo que Dixie Howe.
Peter. Entre ellas, una divorciada con tres hijos que vivía en el condado de al lado, y seguramente alguna más de la que Dixie no estaba al corriente. Pero tampoco le inquietaban. Peter había vivido un tiempo en Los Ángeles y sabría apreciar el estilo y el carácter cosmopolita de alguien como ella. En Gospel no había nadie con más estilo que Dixie Howe.
Con un cigarrillo Virginia
Slims entre los dedos, de centelleantes uñas
rojo sangre, Dixie estaba repantigada en una de las dos sillas de vinilo de la peluquería esperando a la clienta de las dos: tinte y corte.
Un fino tirabuzón de humo
escapó de sus labios mientras le daba
vueltas a su tema favorito. No sólo se trataba de que Peter fuese el único hombre disponible, de entre
veinticinco y cincuenta años, en cien kilómetros
a la redonda. Lo realmente importante
era que sabía cómo mirar a una mujer: inclinaba ligeramente la cabeza hacia atrás y te miraba con aquellos
profundos ojos verdes suyos,
provocándote un cosquilleo en las partes más sensibles del cuerpo. Y cuando sus labios se curvaban lentamente para dibujar aquella sonrisa irresistible, todas
esas partes se derretían sin más.
Peter jamás había puesto un pie en Rizo y Tinte, prefería
ir hasta Sun
Valley para cortarse el pelo. A Dixie eso no le parecía una ofensa a nivel
personal. Algunos hombres tenían ciertos reparos respecto al hecho de entrar en un local de tanto estilo como el suyo. Pero a ella le habría encantado enredar
los dedos en su tupido cabello. De hecho,
le habría encantado acariciarle y besarle todo el cuerpo. Porque una vez que metiese al sheriff en su cama, estaba segura de que él no querría volver a
salir de ella. De Dixie se decía que era la
amante más ardiente de esa mitad del país. Ella aceptaba de buen grado esa calificación, y sin duda tendría oportunidad de demostrárselo también a Peter.
Llegado el momento, el sheriff podría utilizar su fuerte y
sólido cuerpo para algo más que separar borrachos en las trifulcas del bar
Buckhorn.
Una única y pequeña nube de tormenta ensombrecía los
planes de Dixie: Peter tenía un hijo de
siete años al que no le gustaba Dixie. Por
lo general, nunca les caía bien a los niños. Tal vez se debía a que ella los consideraba poco menos que
un molesto grano en el trasero,
aunque con Adam Lanzani se esmeraba al máximo. En una ocasión le había
comprado un paquete de chicles. Él le dio
las gracias, se metió los diez chicles en la boca y después se limitó a
ignorarla. Eso no habría tenido ninguna importancia si a continuación no hubiese decidido instalar su escuálido trasero en el sofá, entre su padre y ella.
Pero Dixie tenía un nuevo
plan. Esa mañana le había oído decir a
Hazel, la secretaria de Peter, que éste le había comprado una perrita a su
hijo. Así pues, después de cerrar la peluquería, Dixie iría a su casa, enfundaría su exuberancia física en un ceñido y corto top y conseguiría un buen hueso para el
chucho. Esto último atraería al niño, y
sus dos grandes atributos atraerían a su padre. Si Peter no captaba el mensaje y no aprovechaba lo que ella le ofrecía, no le cabría duda de que el
sheriff era maricón.
Claro, sabía que no lo era. En la época del instituto, Peter
Lanzani había
sido un ligón incorregible; recorría las calles de Gospel en su camioneta
Dodge Ram negra, con una mano al volante y
la otra en los afortunados muslos de alguna muchacha. En la mayoría de las ocasiones, aunque no siempre, la
afortunada era Kim, la hermana mayor de Dixie. Peter y Kim habían disfrutado
de lo que Dixie denominaba una relación fuego-hielo. O ardiente o helada, sin término medio. Y cuando era
ardiente, la cama de
Kim se convertía en el mismísimo infierno. Por aquel entonces, la madre de Dixie pasaba la mayor parte de su tiempo en uno
de los cinco bares del pueblo, y Kim sacaba el mayor partido posible a sus ausencias; aunque su madre
tampoco se habría enterado de gran
cosa si hubiese estado en casa. Antes de convertirse en una cristiana devota, Lilly Howe había pasado gran parte
de su vida bebiendo, ebria o sin conocimiento.
Dixie tenía unos once años por
entonces, pero sabía muy bien qué significaban los
sonidos que se oían en la habitación de Kim: respiraciones entrecortadas, gemidos, profundos jadeos, chirridos
de la cama, suspiros de placer... A los once años sabía lo bastante sobre sexo
para imaginarse lo que hacía su hermana. Pero
hasta varios años después no pudo experimentarlo en carne propia.
Peter tenía ahora treinta y
siete años, era el sheriff del condado de
Pearl y tenía un hijo que criar. Era un hombre respetable, pero Dixie hubiese apostado su último bote de
tinte rubio a que seguía siendo el mismo de
siempre. Peter Lanzani se había convertido en un miembro
destacado de la comunidad, y los rumores
afirmaban que también destacaba allí donde las cosas importan de verdad. Había llegado el momento de
descubrirlo.
Mientras Dixie soñaba
despierta, el objeto de sus fantasías se caló el sombrero Stetson en la frente y salió de la oficina del sheriff. El calor ascendía en oleadas del asfalto y de
las capotas de los automóviles aparcados en Main Street. El olor de
todo ello anegó sus fosas nasales.
-El excursionista fue visto por
última vez camino de Mount Reagan -informó Peter a su
ayudante, Lewis Plummer, mientras se dirigían al Chevy
marrón y blanco del sheriff-. Doc Leslie ya
va hacia allí, y yo me he puesto en contacto con Parker por radio para pedirle que lleve los caballos al pie
del monte.
-No me apetece nada pasarme el día recorriendo el
bosque -se quejó Lewis-. Hace un calor de mil
demonios.
A Peter no le molestaba echar una mano en las labores de
búsqueda de
los excursionistas extraviados. Le permitía salir de la oficina y olvidarse por un rato del papeleo, tarea que odiaba. Pero había pasado gran parte de la noche
despierto por culpa del cachorro de
Adam, y tampoco estaba de humor para subir a la montaña en busca de los
dichosos excursionistas. Se dirigió al lado
del conductor del Chevy Blazer y metió la mano en el bolsillo de los pantalones. Sacó la piedra
«superchuli» que Adam le había dado
esa mañana y la guardó en el bolsillo de la camisa. Ni siquiera era mediodía y ya tenía la camisa pegada
a la espalda.
-¿Qué demonios es eso?
Peter señaló y Lewis miró por
encima del techo del coche. Un deportivo plateado se acercaba hacia donde ellos
se encontraban.
-Se habrá equivocado de salida
antes de llegar a Sun Valley -supuso Lewis-. Debe de haberse
perdido.
En Gospel, donde los hombres
tendían, por decirlo suavemente, a hacer gala de su
tosquedad y donde los vehículos más frecuentes
eran los tráilers y los tractores, ver un Porsche era algo tan improbable como presenciar el desfile del día
del orgullo gay por la calle principal del
pueblo.
-Si se ha perdido, alguien se
lo hará saber -comentó Peter, e
introdujo de nuevo la mano en el bolsillo del pantalón para sacar, ahora sí,
las llaves-. Tarde o temprano -añadió.
En la turística Sun Valley no
resultaba tan extraño ver un Porsche, pero en esa agreste
región era una absoluta rareza. Muchas
calles de Gospel no estaban siquiera asfaltadas. Y algunas de las que lo estaban tenían baches del tamaño de
pelotas de baloncesto. Si ese pequeño coche hacía un mal movimiento, rompería el cárter o un eje.
El coche pasó lentamente por su
lado, pero los cristales tintados no les permitieron ver
al conductor. Peter le echó un vistazo a la iridiscente matrícula con siete letras azules: MZBHAVN.
Por si eso fuese poco, en la parte superior
de la placa, como si de un cartel de
neón se tratase, podía leerse «California» en letras rojas. Peter deseó con
todas sus fuerzas que el coche diese un giro en redondo, a pesar de ser una maniobra prohibida, y se marchase inmediatamente del pueblo.
Continuará...
Me hice medio un lío entre nombres y ciudades pero bueno, era el primero, ya voy a ir captando ;)
ResponderEliminarPinta linda la historia, espero más!
Yo tmb me hice el re liooo
Eliminarmuy bueno!! :)
ResponderEliminarSube otro porfi.
ResponderEliminarMÁS MÁS MÁS , PORFAAAA!
ResponderEliminarME MARIE UN POCO CON EL PRINCIPIO jajja
ResponderEliminarpero por lo que supongo el auto ese deportivo es lali noo??
MAS NOVEEE
ojala q sea de lali si no me muero
EliminarMuchos nombres pero el q más importa ya esta dicho es el sheriff y el otro q nos interesa si no me equivoco viaja en ese Porshe!Tenemos el comienzo de una buena historia frente a nosotras!Y ya amo a Adam q no le gusta l a peluquera!JAJA
ResponderEliminarAH!ME olvidé...menuda foto elegiste para ilustrar primer cap!FABULOSA!
ResponderEliminarme gusto, pero me hice re lio con TANTA introducción ajja, igual me gusta, srguime informando @ConEllosSiempre
ResponderEliminarNo entiendo mucho, jajaja me hice re lio con tantos nombres. Pero creo que ya voy a ir entendiendo mejor en los proximos caps. más más, subi más! ♫
ResponderEliminarDixie va a terminar agotada,me parece k solo va a pescar una bota vieja,Peter no va a picar ese anzuelo.
ResponderEliminarcreo que no me perdi (? jajajajaja te juro que habia partes que las volvia a leer porque me distraia jajajaja xD muy buena la noveeeee no me lo imagino a Peter tan grande!!!! o.o es como qe no lo imagino :P pero me re gusto la noveeeee @LuciaVega14
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