martes, 19 de junio de 2012

Capítulo 14


Foto del abrazo Laliter en el Rex ♥ Bueno bueno, no sé lo que ustedes esperan, pero les cuento que lo que se viene no es el Rock Laliter JAJAJAJAJA En el proximo se viene algo :) Lo bueno se va llegando de a poco. Ahora vamos a leer las "fantasias" de Peter. jajaja Disfruten y firmen. Se viene el 15. jajaa besos!


-Dos horas. - Y se apeó pese a que él aún no había apaga­do el motor-. Tendría que haber cenado algo antes de beber - añadió mientras recorría el sendero hacia la casa.

Capítulo 14
Peter lanzó el sombrero sobre el asiento del pasajero y la siguió. La casa estaba a oscuras. No había luz alguna, ni en el jardín ni en el porche. La luna llena era la única iluminación, y destellaba sobre el cabello de Lali. Ella se detuvo en lo alto de los escalones y observó la fachada de su casa.
-¿Y las llaves? -preguntó Peter.
-No pensaba pasar mucho rato fuera, así que no dejé nin­guna luz encendida. -Rebuscó en su riñonera y dijo-: Menu­do aspecto siniestro tiene a oscuras.
Peter desenganchó la linterna de su cinturón y enfocó la puerta. Estaba ligeramente entreabierta.
-¿Dejó la puerta abierta?
Ella alzó la vista y, con las llaves en la mano, dijo:
-No, siempre cierro con llave cuando salgo.
-La cerradura está echada, así que probablemente no cerró del todo la puerta. -Dio un paso atrás y dirigió el haz de luz hacia las ventanas y la fachada. No había nada roto-. Quédese aquí. Vuelvo en un minuto.
Rodeó la casa y examinó todas las ventanas. Comprobó tam­bién la puerta trasera, cerrada con llave. No parecía haber nada anormal.
-Sí, seguramente no cerró del todo la puerta -dijo cuando regresó a su lado.
-Es posible. -Y con un rápido movimiento, se colocó tras él-. Usted primero.
Ya tenía pensado recorrer la casa para tranquilizarla, pero no había previsto que ella le agarrase por la parte de atrás del cin­turón y se situase a su espalda utilizándolo como un escudo humano. En ciertas ocasiones de su vida, a Peter no le había im­portado que las mujeres utilizasen su cuerpo, pero en dichas oca­siones siempre habían estado desnudos. No supo qué pensar res­pecto a que Lali lo utilizase como carnaza para poder salir corriendo si algo le daba a él primero.
Notó la presión de sus nudillos en la zona lumbar animán­dolo a avanzar. Entró en la casa y encendió la luz.
-¿Hay algo fuera de lugar?
Ella se puso de puntillas y sus pechos se apretaron contra la espalda del sheriff al tiempo que observaba por encima de su hombro.
-Creo que no -dijo junto a su oído izquierdo, acaricián­dole el cuello con el aliento.
-Dios -musitó él.
Lali volvió a empujarlo con los nudillos. Fueron hasta el comedor y él encendió la luz. La habitación estaba limpia y recogida, y sobre la larga mesa reposaban un ordenador portátil, una impresora, un escáner y un fax. Había una pila de libros y revistas y periódicos junto al ordenador. Cosas que Peter su­puso necesarias para una escritora. Aunque la pregunta clave era: ¿para escribir qué?
-¿Todo en orden?
Esta vez ella se inclinó hacia la derecha para mirar por enci­ma de su hombro.
-Sí -dijo.
Le presionó de nuevo con los nudillos y se encaminaron ha­cia la cocina. Al igual que el comedor, estaba inmaculada. Las cacerolas y los cacharros colgaban del estante, el suelo brillaba y las ventanas estaban limpias. Los muebles eran nuevos.
Una de las últimas veces que Peter había estado en esa coci­na, lo había hecho acompañado por agentes del FBI, poco después de que Hiram se suicidase. Se habían llevado la mayor parte de las cosas que había por allí. Peter se preguntó qué pensaría Lali si le contase que cuando encontraron el cadáver también encontraron bragas rojas sin entrepierna y látigos colgando de ese mismo estante. El uso de aquellos objetos había quedado bien claro después de ver las fotografías y las cintas de vídeo que el propio Hiram Donnelly había grabado.
El taconeo de las botas de Peter y el roce de las  zapatillas de deporte de Lali era lo único que se oía mientras se dirigían a la puerta trasera. Para tranquilizarla, él comprobó de nuevo que estuviese cerrada, y después fueron hacia el salón. Cuando encendió la luz, ella volvió a ponerse de puntillas para mirar por encima de su hombro. Él sintió un quemante estallido en la entrepierna y el miembro se le quedó tieso en un segundo. Se preguntó cómo reaccionaría ella si le rodease la cintura y le metiese la lengua hasta la garganta. La sangre le ardía en las ve­nas y se preguntó si ella aceptaría fundirse con él. Si le permiti­ría sobarle los pechos y deslizar la mano entre sus muslos. Si ella le apretaría aquella tremenda erección con la palma de la mano...
-Todo parece en orden -dijo ella-. Vamos a la planta de arriba.
Peter sabía que tenía que alejarse de ella, largarse de allí an­tes de que todo acabase en un desastre, pero no podía hacerlo. Todavía no.
-Quédese aquí -le ordenó.
-¿No cree que debería subir con usted?
La miró por encima del hombro. Observó su despejada fren­te y sus perfectas cejas para después centrarse en sus grandes ojos. Estudió la línea de su labio superior y dijo sin apartar la mirada:
-¿Quiere que compruebe su cama?
-Sí, claro -dijo ella, y a él le flaquearon las rodillas-. Y mi­re también en el cuarto de baño. No me gustaría estar dándome una ducha y acabar acuchillada por Norman Bates.
-Dios santo... Quédese aquí. -Sacudió la cabeza y apartó la mano de Lali de su cinturón-. No se mueva.
Subió las escaleras y se puso a buscar al posible intruso. No habría sabido decir por qué, pero le alegró comprobar que Lali no había elegido el dormitorio principal. Le gustó que no dur­miese en la misma cama en que habían atado y azotado al viejo Hiram. Si no hubiese visto los vídeos, las caras de aquellas ado­lescentes, tal vez no se habría sentido tan conmocionado por aquella muestra de perversión.
Cuando entró en el dormitorio que ella había elegido, se de­tuvo. Por el modo en que lo había decorado, le quedó claro que estaba acostumbrada a vivir sola. Todo estaba cubierto de enca­jes blancos y flores púrpura, como si durmiese en una especie de jardín saturado. Dudó que esa clase de detalles fuese cosa del agente inmobiliario.
Cerró la puerta justo antes de empezar a imaginársela desnu­da, sobre el blanco cubrecama, con el cabello suelto, los labios entreabiertos y húmedos debido a sus besos, y las piernas entre­lazadas con las suyas. Recorrió el pasillo camino del baño y lo inspeccionó. Luego se volvió hacia el espejo y se examinó el car­denal bajo su ojo izquierdo. En el centro del mismo empezaba a crecer una mancha azulada. Se la tocó y después echó el párpa­do hacia abajo para observar el globo ocular.
Si bien no tenía problemas para imaginar a Lali desnuda, cualquier relación entre ellos quedaba descartada de plano. Era una mujer muy hermosa, y el modo en que su cuerpo moldeaba la licra era incluso pecaminosa, pero había millones de mujeres hermosas en el mundo. Mujeres que no suponían una amenaza para su estilo de vida ni para la tranquilidad de su hijo.
Sabía muy poco acerca de Lali más allá del extraño talento que poseía para sacar a la gente de sus casillas y del hecho de que, con muy buenas maneras, le hubiese mentido respecto a sus mo­tivos para alojarse en Gospel. Lali Espósito era un misterio que Peter no tenía intención de resolver. Si no metía la nariz en nin­gún asunto turbio, le importaba bien poco que tuviese secretos. Y lo mismo haría él: mantendría su nariz a una distancia prudencial de Lali.
Esa noche, él había sido testigo de otra de sus curiosas facetas. Estaba más relajada, menos estirada, más accesible. Más sua­ve. Había bebido. Y tenía que admitir que la prefería un poco ebria. La atracción que sentía por ella era puramente física y ge­neraba en su mente un torrente de tórridos pensamientos, hú­medas fantasías que no llegarían a materializarse. El modo en que su cuerpo había reaccionado al roce de Lali no le preocupaba. Le había hecho sentirse incómodo, es cierto, pero eso no signi­ficaba que fuese a hacer nada al respecto.
Peter volvió al pasillo. Habría apostado cualquier cosa a que por la mañana todo el mundo en el pueblo estaría al corriente de que él la había acompañado a su casa. Seguro que empezarían a apostar sobre el tiempo que habría permanecido allí. Peter tenía que ser extremadamente cuidadoso con dónde aparcaba el coche, de ahí que no lo aparcara en ningún sitio desde hacía mu­cho tiempo.
Cuando era un muchacho, su reputación no había sido pre­cisamente buena. Sin duda se la había ganado a pulso, pero ahora era el sheriff. Y el padre de un niño pequeño. No podía alentar cotilleos o especulación alguna sobre su vida sexual. Él también debía acarrear con su pasado, así como con el del antiguo sheriff. A veces se preguntaba si los habitantes de Gospel le observaban en secreto esperando que cometiese algún error.
Cuando bajó las escaleras, encontró a Lali en la cocina, en­volviendo unos cubitos de hielo en una servilleta.
Le daba la espalda, así que pudo echar un buen repaso a su cuerpo, en particular su trasero. Tal vez Lona estaba en lo cierto. Tal vez MZBHAVN acostumbraba llevar tanga.
Ella se dio la vuelta y le sonrió, y él sintió que le faltaba el aire.
-¿Cómo va ese ojo?
Obviamente, era el momento de regresar a casa.
-Duele lo suyo.
Ella le tendió la servilleta, y él pensó que si se había tomado esa molestia por él, bien podía quedarse un par de minutos.
-Esto le aliviará -dijo Lali Espósito.
Peter se apoyó en la encimera y cruzó los tobillos.
-Ha hecho una limpieza concienzuda -comentó-. Tiene muy buen aspecto.
Ella se encogió de hombros.
-Me llevó varios días librarme de todo el polvo y la suciedad.
 Él apoyó la servilleta sobre el morado. -Y los murciélagos.
-Y los murciélagos -asintió ella-. Rochi me contó sobre esa mancha de sangre. ¿Conoció usted al sheriff Donnelly?
-Claro. Fui uno de sus ayudantes.
-Entonces sabrá por qué se suicidó.
-Ya.
Al ver que no añadía nada más, ella insistió:
-Bueno... ¿por qué lo hizo?
Él supuso que, dijese lo que le dijese, ella querría llegar al fondo del asunto.
-Tenía unas peculiares aficiones sexuales. Rollos sadoma­soquistas. Le gustaba que las mujeres se vistiesen con lencería ro­ja y tacones de aguja, y se grababa en vídeo mientras le ponían el trasero como un tomate.
-Es peculiar, sí, pero no motivo suficiente para suicidarse.
-Usted no conoció a Hiram. -El viejo sheriff se había com­portado siempre como un auténtico defensor de la ley-. ¿Pien­sa escribir un artículo sobre él?
-Ya veremos. -Arrugó el entrecejo-. Habitualmente no suelo escribir sobre personas reales, pero sí, tal vez... ¿Podría proporcionarme el informe policial?
-No podré ayudarla con eso. El FBI se hizo cargo del caso. Nosotros le dimos carpetazo en cuanto Hiram murió.
Ella suspiró.
-Así que tendré que hacer una solicitud a los federales, y eso podría llevar semanas o incluso meses.
Por lo visto, sabía muy bien cómo funcionaba el sistema.
-Llame por teléfono e incórdielos -le aconsejó. A Peter no le importaba que centrase su atención en la historia del viejo sheriff. De ese modo, no andaría por ahí buscando nuevo mate­rial. El viejo sheriff seguía siendo uno de los temas favoritos entre las gentes del condado, y si descubrían que ella estaba escri­biendo sobre Hiram, todos harían cola para contarle miles de de­talles hasta volverla loca-. Pregunte por ahí. Obtendrá buena información de la gente que conoció a Hiram.
-No creo que la gente quiera hablar conmigo. No se han mostrado muy amables hasta ahora.
-Deles otra oportunidad. Con esto seguro que colaborarán.
-¿Y usted?
-Haré todo lo que esté en mi mano -se ofreció, pero de­cidió cambiar de tema-. Por cierto, ¿existe un señor Espósito?
Lali ladeó la cabeza y estudió al alto vaquero que tenía en la cocina de su casa. Su ojo izquierdo empezaba a inflamarse y la sombra de la barba cubría ya su mentón y su mandíbula. Eso le añadía un plus de atractivo; ella se preguntó si era un truco de la luz o el efecto de las Budweiser. Se sentía cómoda y ligera, y sa­bía que había algo más allá de los efectos de la bebida. Estaba un poco achispada, no había duda, pero no como para que la habi­tación diese vueltas o para que su estómago se rebelase. Tenía el punto adecuado para sentirse a gusto. Como en los sueños, don­de todos los problemas pasan a un segundo plano y un hombre apuesto y musculoso puede alegrarte la noche. La clase de sue­ño en que aparece un vaquero guapo en mitad de la cocina y se ofrece para ayudarte a escribir un artículo. Nada de aquello le pa­recía auténticamente real.
-Lo hay -respondió al fin - …..

Continuará... 

15 comentarios:

  1. Nah, las ganas que se tienen ellosmsi que no son normales, tanto tiempo a pan y agua no le sienta bien a nadie jajaja que le preguntes al sheriff jajaja es cuestión de tiempo que las chispas prendan fuego xD
    Espero el próximooo! Ya mañana leere si los subes hoy!
    Buenas noches besitoos

    ResponderEliminar
  2. Quiero Ya El Proximo Cap
    Max Max Max
    Besos
    @DaniiVasqueez

    ResponderEliminar
  3. Peter que no púede más..
    Llega el 15, llega el 15, llega el 15! MAAAASSSSS

    ResponderEliminar
  4. Peter explota en cualquier momento aunq hace lo imposible para resistirse y ella es brava!
    Seguimos?

    ResponderEliminar
  5. AMEE EL CAPITULOO... MUYYY BUENOOOO =)
    ESPERO EL SIGUIENTEE
    @BelenCorbera

    ResponderEliminar
  6. más más más, quiero Laliter. Por lo menos un besoooo!

    ResponderEliminar
  7. X mucha fuerza d voluntad k ponga Lanzani,pronto va a caer.

    ResponderEliminar
  8. Peter ya no puede más y si lali lo seduce estarán juntos y revueltos.
    Masi_ruth

    ResponderEliminar
  9. lali se muere por chaparlo y ha peter se e cae la baba por ella

    ResponderEliminar
  10. Definitivamente los dos están onfire y porque Lali le dijo que había un señor esposito!?!?! -_- nooooooooo porque!!! @LuciaVega14

    ResponderEliminar