jueves, 21 de junio de 2012

Capítulo 17


DISFRUTEN. +comentarios = +caps. BESOS ♥ 


Lali le echó un último vistazo al pasillo antes de irse. Sin volver la vista atrás, salió a la calle. Pero mientras se dirigía hacia su coche algo la detuvo. Tuvo la intuición de... ¿de qué?
Se abrió una puerta lateral y ella miró por encima del hom­bro.

Capítulo 17
Peter se detuvo en lo alto de los escalones para ajustarse el cinturón reglamentario. Sin apartar la vista, Lali introdujo la llave en la portezuela de su coche y le vio bajar los peldaños de hormigón y dirigirse al aparcamiento. Él enganchó una especie de micrófono en la charretera de su hombro derecho. Volvió a concentrarse en el cinturón y ni siquiera vio a Lali. Ella no pu­do verle la cara debido a la sombra del ala de su Stetson negro, pe­ro le recordó en gran medida a la primera vez que lo había visto. La camisa marrón, con sus permanentes arrugas, se adaptaba a la perfección a su estómago plano y a su pecho. La estrella lucía en uno de los bolsillos, la placa con su nombre en el otro. Aquellos pantalones con las bandas en los costados... A Lali jamás le ha­bían interesado los hombres de uniforme, pero tenía que admitir que a Peter le sentaba de maravilla. Aunque los Levi's tam­poco le quedaban nada mal.
Sintió de nuevo aquel extraño cosquilleo en la boca del estómago y recordó que todavía no había probado bocado. Se había olvidado de desayunar. Además, se había tomado medio litro de café. Abrió la portezuela del coche. Él debió de oír el sonido, porque finalmente alzó la mirada y la vio.
Se acercó al Porsche y la miró un momento. El moratón bajo su ojo tenía ahora un tono azulado.
-Hola. ¿Cómo te encuentras esta mañana? -le preguntó.
-Bien, pero tú no tienes muy buen aspecto.
-Tendrías que haber visto a Emmett.
-¿Está mal?
-Tiene lo que se merece. -Peter se acercó hasta que sólo la portezuela del coche los separaba. Ese hombre no parecía co­nocer las reglas básicas del espacio personal-. Me sorprende verte antes del mediodía -dijo mirándola con sus ojos verdes.
Que la mirase de aquel modo resultaba un tanto desconcer­tante, de ahí que, instintivamente, se agarrase a la portezuela.
-¿Por qué? ¿Por mi trabajo?
-No, por la resaca.
-No bebí tanto. -Como él no apartó la mirada, se encogió de hombros y admitió-: Bueno, tal vez un poco más de la cuen­ta, pero tengo que verme tirada por el suelo para tener resaca.
-Qué suerte. -Con la punta del dedo índice, echó hacia atrás su Stetson-. ¿En qué andas hoy? ¿Buscando información para tu artículo sobre flora y fauna?
-Esta tarde tenía pensado tomar unas cuantas fotos de la zona.
Él estudió su atuendo, enmarcado por la ventanilla del coche. -¿Vestida así?
-Me cambiaré.
Colocó las manos junto a las de ella en el marco de la portezuela y, muy despacio, volvió a mirarla a la cara. -¿Dónde tomarás esas fotos?
-No lo tengo claro. ¿Por qué?
-Porque no quiero recibir otra llamada como la de anoche.
-¿Estás sugiriendo que lo de anoche fue culpa mía?
-No. Lo que sugiero es que tienes un talento especial para crear problemas, y creo que deberías quedarte un tiempo cerca de tu casa. -Sus manos se rozaron.
Lali se enderezó un poco más e intentó ignorar la sensación que la invadía.
-Me da la impresión de que no está entre tus competencias decirme lo que tengo que hacer.
-Y tal vez tú deberías replantearte esa manera de hablar. -Se inclinó hacia ella-. Jamás le he dicho algo así a una mu­jer, y sólo era una opinión. -Se detuvo, y ella pensó que iba a besarla-. Creo que deberías plantearte la posibilidad de con­vertirte en alcohólica. Eres más agradable cuando has bebido.
-Gracias, sheriff. Pero en el futuro, cuando quiera saber tu opinión, te la preguntaré.
-¿En serio? -Una lenta y maliciosa sonrisa empezó a di­bujarse en su boca-. Cariño, ¿me lo preguntarás por el teléfo­no de carne o debería esperar otra cosa?
Lali frunció el entrecejo. Esa frase ofensiva era más propia de un adolescente. No escuchaba algo así desde la universidad, cuando ella y sus amigas utilizaban esa expresión para referirse al sexo oral. Se dispuso a decirle que creciese de una vez, que ésa no era manera de hablarle a una mujer como ella. Pero entonces recordó la conversación que habían mantenido la noche anterior sobre la rubia pechugona del Buckhorn.
Se maldijo mentalmente y subió al coche.
-Tendrás que esperar otra cosa -dijo intentando cerrar la portezuela.
Peter se lo impidió sin esfuerzo aparente.
-Sólo por si acaso, ¿quieres mi número de teléfono?
Lali dio un tirón más fuerte y finalmente logró cerrar. Sin añadir una palabra más, puso en marcha el motor del Porsche. Ya sabía su número de teléfono, era el 666.
Lali detuvo el Porsche en el aparcamiento de la biblioteca pú­blica de Gospel. Hacía mucho tiempo que no escribía un artículo que no fuese pura ficción, pero siempre le gustaba empezar ho­jeando viejos periódicos. No perdería el tiempo comprobando qué habían guardado los de la biblioteca en referencia al sheriff Don­nelly. A Rochi no parecía entusiasmarle la idea de hablar de Hiram, y Lali no conocía a nadie más en el pueblo... excepto Peter. Pe­ro no tenía la menor intención de preguntarle sobre nada. Ahora no. No quería estar cerca de él, y mucho menos conversar. No después de que le hubiese sugerido que se hiciese alcohólica. Y mu­cho menos después de la humillación a la que la había sometido la noche anterior. Todavía le ardían las mejillas al rememorar lo que ella le había dicho. Ése había sido siempre su problema con la be­bida, de ahí que no acostumbrase a tomar alcohol. Creía que es­taba siendo divertida cuando, en realidad, no lo era en absoluto.
Si lo que quería era información, tendría que confiar en los archivos del FBI. Pero pasaría bastante tiempo hasta que se los hi­ciesen llegar, y ni siquiera tenía claro si deseaba escribir un ar­tículo que nadie le había encargado. Suponía mucho trabajo sin garantía alguna, y aunque decidiese escribirlo, tampoco sabía có­mo enfocar la cuestión; en otras palabras, no sabía si escribirlo pensando más bien en publicaciones como Time o People. Pero cuanto más averiguaba sobre el antiguo sheriff, más intrigada se sentía. ¿Cómo lo habían pillado? ¿Y cuánto dinero había roba­do? La noche anterior, Peter había mencionado unas cintas de vídeo. ¿Las habría visto la gente del pueblo? ¿Qué o quién apa­recía en esas cintas?
El edificio de la biblioteca tenía el tamaño de dos vagones de tren unidos por un extremo, y las estrechas ventanas dejaban pasar muy poca luz natural al interior. Dentro se sucedían las es­tanterías abarrotadas y las mesas, y el escritorio principal estaba cubierto por pilas de libros. Tras ese escritorio estaba sentada Regina Cladis, con su cabello blanco formando una cúpula per­fecta sobre su cabeza. Examinaba unos libros de Goose Bumps acercándoselos a la cara. Luego deslizó sus gruesas gafas por el puente de su nariz y miró a los tres niños que tenía delante.
-Lavaos las manos antes de abrir uno de ésos -les advirtió al tiempo que volvía a ajustarse las gafas-. No quiero más hue­llas en las páginas.
Lali esperó hasta que los chicos se fueron con sus libros an­tes de aproximarse al escritorio. Miró los grandes y ligeramente estrábicos ojos castaños de la bibliotecaria y se percató de que sus iris eran muy grandes y parecían empañados. Lali supuso que aquella mujer no tardaría en perder la visión.
-Hola -saludó-. Necesito cierta información, y espero que usted pueda ayudarme.
-Depende. No puedo prestar material a nadie que no resi­da en el condado de Pearl desde hace seis meses.
Lali no esperaba semejante respuesta.
-No quiero ningún material. Estoy interesada en leer pe­riódicos locales de hace cinco años.
-¿Cuál es el tema que le interesa?
Lali no estaba segura de cómo reaccionaría la gente del pue­blo ante el hecho de que una forastera se inmiscuyese en sus asuntos, pero respiró hondo y dijo:
-Cualquier cosa relacionada con el sheriff Donnelly.
Regina parpadeó, deslizó las gafas por el puente de la nariz y miró a Lali.
-¿Es usted la mujer de California que vive en la vieja casa de Minnie?
Semejante escrutinio resultaba más que incómodo, y Lali tuvo que hacer un esfuerzo para no largarse de allí. -¿Minnie?
-Minnie Donnelly. Estuvo casada con Hiram durante vein­ticinco años antes de que Nuestro Señor se la llevase al cielo.
 -¿Cómo murió la señora Donnelly?
-Cáncer de útero. Algunos dicen que por eso a Hiram se le fue la cabeza, pero yo creo que siempre fue un pervertido. En el colegio intentó tocarme la cosita.
Lali parpadeó.
Regina volvió a colocarse bien las gafas.
-¿Por qué le interesa ese tema?
-Pretendo escribir un artículo sobre el antiguo sheriff.
-¿Es usted escritora?
-Mis artículos se publican en diversas revistas -respondió Lali sin faltar a la verdad, pero hacía mucho tiempo que no sa­lía nada suyo en las principales publicaciones del país.
Regina sonrió.
-Yo también soy escritora. Me dedico a la poesía. Tal vez quiera echarle un vistazo a lo que escribo.
-No tengo ni idea de poesía.
-Oh, no pasa nada. También tengo un cuento sobre mi gato Jinks. Canta cuando oye What's New, Pussycat? de Tom Jones.
Lali sintió un calambre en el cuello. -Qué curioso.
-Es cierto, mi gato canta. -Regina se volvió hacia el archi­vador que tenía a su espalda. Tomó una llave que colgaba de su cin­turón y, tras introducirla en la cerradura, abrió los cajones-. Vea­mos -dijo subiéndose las gafas-. Aquello ocurrió en agosto de 1995. -Inclinó la cabeza sobre un cajón y estudió unas peque­ñas cajitas blancas que había dentro. Después se enderezó y le entregó a Lali dos rollos de microfilme-. El proyector está ahí -dijo señalando la pared más alejada-. Las fotocopias cuestan diez centavos cada una. ¿ Necesitará ayuda con el proyector?
Lali negó con la cabeza.
-No, gracias. Estoy acostumbrada a lidiar con esos cacharros.
Tardó menos de una hora en copiar los artículos de los pe­riódicos. Debido a que la pantalla del proyector producía una imagen granulada, no intentó leerlos allí mismo. Se limitó a echar­les un somero vistazo, pero eso le bastó para enterarse de que el malogrado sheriff se relacionaba con diferentes clubes fetichis­tas a través de Internet. En pocos años había malversado unos se­tenta mil dólares en sus actividades íntimas con otros miembros de dichos clubes. Se reunían en San Francisco, Portland y Seattle, y hacia el final, su gusto por las jovencitas se había ido haciendo más y más caro. A Lali le sorprendía que, a pesar de todos sus devaneos, nadie en el pueblo hubiese estado al corriente del asun­to hasta el fatal desenlace. ¿O no era así?
A Peter lo mencionaban bastante, siempre diciendo: «El FBI está a cargo de la investigación. En este momento no dis­pongo de información.» Por suerte para los reporteros, los ayu­dantes del sheriff no se habían mostrado tan reticentes.

Continuará...

12 comentarios:

  1. Lina (@Lina_AR12)21 de junio de 2012, 0:15

    Q odioso Peter con ella,eso se llana mecanismo de defensa,JAJA...le atrae tanto q intenta molestarla!

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  2. yo si quiero el nro del sheriff jajaja
    beso

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  3. eeeu bueniisima! Seguila me encanta y yo tmb tengo curiosidad por este donelly che..

    Ame lo Laliter dios mio son tan linndos!

    Peter anda medio lanzadito eh..

    Perdon por no comentar antes, no tuve tiempo de leer.. Pero me encanta! Seguime avisando :) @GuadyLlanos

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  4. Peter tenía ganas de joder a Lali jaja:) y creo que siendo un pueblo chico, si hay personas que sabían lo de donelly.
    Masi_ruth

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  5. lo amo a peter ajajjaja quiero otro!

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  6. y Si Yo Tambien Quiero Saber La Verdad De Donelly,
    Espero El Proximo
    Besos
    @DaniiVasqueez

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  7. MAS LALITERRRRR =)
    @BelenCorbera

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  8. Peter siempre metiendo púa y sin perder oportunidad d molestarla.

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  9. Peter va a tener que remar para que Lali lo perdone! Muy bueno el cap! @LuciaVega14

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