viernes, 29 de junio de 2012

Capítulo 31


DISFRUTEN :)) ♥   + comentarios = + caps. besos besos



-Para tu próxima noche de dos por uno -le dijo Peter. Era la primera vez en su vida que un hombre le regalaba un trofeo barato de feria. El gesto le caló más hondo de lo normal, y dio por hecho que era un reflejo más del nuevo rumbo de su vida.

Capítulo 31
-Es el momento de decidirse -dijo él, pasándole la mano por la cintura. Se apartaron de la caseta y les envolvió la oscu­ridad-. Basta de juegos, Lali -le advirtió mientras seguían alejándose de los tenderetes-. O te llevo a casa o vienes a la mía. Y si es esto último, te llevo a mi cama. -Iban en dirección con­traria a las parejas que se dirigían a la orilla del lago, donde se iban a lanzar los fuegos artificiales-. No creo que duermas mu­cho -añadió.
-He venido con Gas y Rochi.
-Ya lo sé. -Se detuvo en la entrada del aparcamiento para que ella pudiera tomar una decisión-. Ya les he dicho que te lle­vo  yo a casa.
-¿Cuándo se lo has dicho?
-Cuando llegué.
Lali miró el rostro de Peter. ¿Podía hacerlo? ¿Podía pasar la noche con él y sentirse bien al día siguiente?
 -¿Tan seguro estabas de ti mismo?
Él sacudió la cabeza.
-No. Esperaba que me dejaras quitarte la ropa, pero no es­taba seguro de nada. Aún no lo estoy. -Su mano se desplazó hasta el hombro desnudo de ella-. No tenía previsto venir hoy. No pensaba volver al pueblo en un par de semanas.
¿Podría? ¿Podría dejar de lado los sentimientos y tratar una aventura como los hombres? ¿Podría ella comportarse como un hombre?
-¿Recuerdas cuando has preguntado si tenía un deseo irre­frenable? -añadió él, dejando resbalar la mano por el brazo para apretar la suya-. Pues sí, lo tengo. Tengo un deseo irrefrenable de ti.
Sí, sí que podría, y sus últimos vestigios de raquítico autodo­minio se fundieron allí mismo, en los confines del agreste Idaho. Allí mismo, con su tatuaje falso y su casco de plástico.
-Vale -susurró-. Quiero ir a casa contigo.
-Gracias, Dios bendito -musitó él.
Ella pensó que la besaría. Un beso romántico bajo la luna y las estrellas. Pero no la besó y, en cambio, casi la arrancó de sus sandalias. Atravesaron varias filas de coches, camionetas y jeeps. Tiró de ella hasta que llegaron a una camioneta azul marino. Tras abrir la puerta, la metió dentro casi de un empujón. En menos de diez segundos, Peter había puesto en marcha la camioneta y ya estaban dejando atrás la feria. Sólo algunos reflejos del salpi­cadero iluminaban el rostro de Peter. Lali observó su perfil desde su asiento. Miraba al frente y, por alguna razón, iba muy serio. Aferraba el volante con fuerza y Lali se preguntó en qué estaría pensando.
-¿Te pasa algo, Peter?
-No.
-Entonces, ¿por qué miras fijamente hacia delante?
-Sólo intento mantener la camioneta dentro de la carretera, pero es jodidamente difícil porque sólo pienso en meterte la ma­no entre las bragas. -La miró fugazmente y volvió a fijar la aten­ción en la oscura carretera-. No quiero tener que pararme en el arcén y saltarte encima antes de llegar a casa.
Ella rió y él sacudió la cabeza.
-No tiene gracia -dijo.
-Quizá tendrías que pensar en algo aburrido y monótono.
-Ya lo he intentado. No funciona.
-Te ayudaré. -Lali se quitó el casco y se deslizó por el asiento-. Vamos a probar algo nada sexual. -Se puso de ro­dillas al lado de él-. Algo como: hace doscientos años, los pa­dres fundadores dieron a luz una nueva nación en este conti­nente. -Lali arrojó el sombrero de paja al lado del casco y comenzó a hurgar en la pechera de su camisa, desabrochándole los botones, uno a uno, hasta dejarla del todo abierta. Deslizó la mano en el interior y él contuvo la respiración. Sus músculos se tensaron bajo su mano-. Concebida en libertad. Consagrada a la idea de que todos los hombres son creados iguales. -Le aca­rició el vello del pecho. Los padres fundadores se habían equi­vocado. No todos los hombres eran creados iguales. Algunos tenían más que otros. Además de encantos y buena planta, tenían un no sé qué escurridizo. Fuera lo que fuese, Peter lo tenía en grado sumo.
A continuación medio se incorporó y le besó el cuello y des­lizó la boca abierta hasta la garganta, saboreando su loción de afeitado y el calor de su piel.
-Lali, por Dios, casi no veo...
-No te hace falta ver. -Le cogió una mano y guió la palma hasta su pecho-. Ya eres mayorcito, toca tú solito -musitó an­tes de succionarle el cuello.
-Dios...
Los dedos de Dylan se cerraron sobre aquel pecho y el aire que había estado reteniendo escapó atropelladamente de sus pul­mones.
Lali tenía los pechos cada vez más firmes y los pezones erectos. Tiró de la camisa de Peter para sacársela de los vaque­ros. Observó su vello pectoral. El tenue resplandor que venia de la carretera brillaba sobre su tersa piel. Mientras la camioneta avanzaba, ella peinó con sus dedos la fina línea de vello que cru­zaba el vientre plano del sheriff.
-¿Te estoy ayudando? -Bajó la mano a la bragueta y, por encima de la gruesa tela vaquera, presionó con la palma la impre­sionante largura de aquella erección pétrea-. No me has con­testado -insistió.
-He olvidado la pregunta -graznó él.
Ella siguió besándole la clavícula.
-¿Aún te cuesta mantener la camioneta en la carretera?
-¡Vaya si me cuesta!
Lali tuvo la vaga impresión de que la camioneta se desviaba. Lo siguiente que supo fue que habían parado y que estaba tum­bada boca arriba en el asiento, mirando el rostro de Peter. Y que él la besó. Un beso largo y ardoroso, con la lengua explorándo­le la boca. Tenía la falda subida hasta la cintura y él estaba enca­jado entre sus piernas. Lali entrelazó las piernas alrededor de la cintura del sheriff y le agarró la cabeza con las manos, besán­dolo como él la besaba a ella, como si no pudieran saciarse. Ya fuera por las bocas, las lenguas o el calor, sus cuerpos empapados rezumaban efluvios.
Peter tocó el claxon con el pie y se separó de ella, jadeando para tomar aire. Tenía la camisa abierta y la mirada encendida.
-Salgamos de aquí-dijo, y de algún modo se las apañó para apearse de la camioneta. Antes de enfilar el sendero que llevaba a la puerta trasera, cogió una caja de preservativos de la guantera.
Lali miró la camioneta por encima del hombro, aparcada de cualquier manera. No recordaba si habían derrapado o no. No recordaba mucho más que el sabor de la piel de Peter.
Al entrar en la cocina, Peter encendió la luz y lanzó las lla­ves y la caja de preservativos sobre la encimera. Hope entornó los ojos para protegerse del resplandor y fue captando imágenes de paredes azules, suelos blancos y electrodomésticos, superfi­cies de mármol y una mesa de madera encima de la cual había una tarta blanca con rodajas de melocotón confitado, pero entonces Peter se quitó la camisa y ella se olvidó por completo de la tar­ta. El sheriff lanzó la camisa a un lado y, sin mediar palabra, tiró de Lali, cuyas manos aterrizaron en el viril pecho desnudo, cu­briéndole los pezones con las palmas. Ella levantó la vista del ve­llo castaño que se enredaba entre sus dedos y le besó la marca que le había dejado antes, mientras deslizaba las manos hacia la enor­me hebilla del cinturón.
-Podrías matar a alguien con esto -susurró mientras le desabrochaba el cinturón y se lo quitaba. Entonces lo miró y añadió-: Según cómo, podría considerarse un arma letal.
Los ojos del hombre la miraron con ardiente deseo y en sus labios se dibujó una sonrisa lasciva.
-Tienes toda la razón -murmuró, arrastrando las palabras. Lali tuvo la ligera impresión de que no estaba hablando de la hebilla. El cinturón se escurrió entre sus dedos y cayó al suelo con un golpe seco.
Peter le puso las manos en la cintura y tiró de la camiseta. -Levanta los brazos -le pidió, y lentamente le descubrió el estómago.
Luego se la quitó por la cabeza. La larga cabellera de Lali le resbaló sobre los hombros y ella dejó caer los brazos a los lados. Peter lanzó la camiseta junto a su camisa, mientras Lali permanecía erguida ante él, con su sujetador negro y su falda caqui.
De repente ella se preguntó si podría continuar en esas con­diciones; con la brillante luz de la cocina magnificando todas sus imperfecciones, no. Cuando le quitara las bragas, le vería la fina cicatriz en el bajo vientre. Y le preguntaría de qué era.
Lo miró, repasando la perfección de su estómago moldeado y la amplitud de su pecho adornado por el fino vello y los fuer­tes músculos. Repasó la columna de su garganta, su barbilla y las líneas perfectamente definidas de sus sensuales labios. Allí, bajo aquella luz descarnada, con sólo las botas y los vaqueros pues­tos, era perfecto. Absolutamente perfecto, y ella tenía una vieja cicatriz.
Él fue a desabrocharle el botón de la falda, pero ella le sujetó la muñeca. Quizá no le viera la cicatriz, pero vería que no llevaba bragas de seda rosa. Durante unos segundos no recordó si lleva­ba bragas finas o de andar por casa. Cuando se acordó, se relajó un poco. Blancas. Braguitas blancas. Eran nuevas, pero no hacían juego con el sujetador. Tenía que haberlo previsto. Tenía que ha­ber llevado algo de seda. Tenía que haber llevado algo que quita­ra el aliento al sheriff, pero ni siquiera le había pasado por la cabe­za que él pudiera estar en la feria.
-Quizá deberíamos apagar las luces -sugirió Lali.
-¿Por qué?
Pronto iba a descubrirlo.
-Porque no llevo bragas a juego.
Él la miró como si le hablara en chino.
-¿A juego con qué?
-Con el sujetador.
Peter parpadeó y arrugó el entrecejo.
-¿Bromeas?
-No; llevo bragas blancas y...
Peter se inclinó y le susurró ante los labios:
-Me importa un pimiento tu ropa interior. Sólo me importa lo que contiene. -Trazó a besos un cálido rastro entre su me­jilla y la oreja-. Eso tan suave y calentito. -La húmeda punta de su lengua la acarició bajo la oreja y con las manos le desa­brochó el sujetador-. Haremos una cosa. -Le bajó las tiras de los hombros y la prenda cayó al suelo-. Problema soluciona­do. -Sus manos calientes se cerraron en torno a los pechos de Lali, y volvió a acercarle la boca.
De repente ella se olvidó de todo lo que no fuera el tacto de aquellas manos ásperas frotando sus pezones duros y sensibles. Ella le metió la lengua en la boca y él retrocedió, arrastrándola hacia la barra de la cocina. El deseo de Lali estalló, humedeciéndola entre los muslos e hinchando sus senos. De tan intensas, las sensaciones eran casi dolorosas. Maravillosas y arrolladoras. Gimió profundamente y lo acarició con las manos. El pelo, las mejillas, el cuello, los hombros... Lo acarició hasta donde alcan­zaba: la espalda, los costados y el vientre.
La ávida boca de Peter se aferró a sus labios y la besó con ardor y lujuria. Sus besos sabían a hombre excitado. A sexo. Lali se arqueó sobre el cálido muro de su pecho, sus hacendosas manos y su erección. Notaba contra el vientre el turgente miem­bro, duro como un mástil, y se restregó más, ansiosa del contac­to íntimo. Deseosa de aquello, de lo único que él podía darle, le desabrochó el botón de la cintura y, al bajar la cremallera, vio que debajo de los vaqueros no llevaba nada. El palpitante pene brincó fuera y Lali lo envolvió con su mano, apretándole el glande.
Peter aulló como una bestia liberada y Lali le miró el ros­tro. Sus ojos eran apenas dos finas líneas verdes y resollaba co­mo un corredor de fondo. Ella bajó la vista al oscuro vello pú­bico que asomaba entre los bordes de la cremallera y aquel enorme pene. Deslizó la palma por la suave piel para acariciarle el aterciopelado capullo con el pulgar, extendiendo una gota de fluido sobre la hendidura y captando la esencia y textura de aquel hombre.
-¡Lali! -graznó él con aspereza, como si ella lo estuviera torturando. Le apartó la mano y la puso sobre su hombro.
Entonces la agarró por la cara posterior de los muslos y la le­vantó hasta sentarla en la barra. Retrocedió un paso y, en menos de un minuto, se apretó contra ella completamente desnudo. Ella hubiera preferido observarlo un momento para apreciar la be­lleza de su cuerpo, la solidez de sus músculos y sus increíbles proporciones, pero él no le dio oportunidad. Se metió entre sus piernas y le dio un tierno beso en un lado del cuello.
-Te deseo, Lali... -dijo, mientras le dejaba un reguero de besos en la clavícula-. Me has vuelto loco de deseo. -La besó en el pliegue del pecho. Ella arqueó la espalda-. Loco pensan­do en esto...
Le besó entonces la punta del pezón y lo rodeó con su len­gua inquieta. Lali cerró los ojos al sentir un escalofrío que le recorrió la columna. Peter la lamió como había prometido, co­mo si ella fuera un helado, y luego empezó a chuparle la piel fir­me con su boca caliente y húmeda. Continuó besándola mien­tras con la mano la acariciaba bajo la falda, entre los muslos. La detuvo ahí y, presionando la palma contra su entrepierna, apre­tó ligeramente. Pasó al otro pecho y le chupó el pezón. Deslizó la mano por el interior del muslo y metió los dedos por los bor­des de sus bragas.
-Estás mojada -susurró, tocándole la hinchada vulva, so­bándola allí donde ella tanto deseaba, donde tan rápido reaccio­naba, donde su mano la hacía anhelar más-. Quiero penetrar­te... -Con cada caricia, con cada movimiento de su mano, la llevaba cada vez más cerca del orgasmo. Le bajó las bragas len­tamente y le dijo-: Tú estás mojada y yo estoy demasiado tie­so. -Dejó caer la arrugada prenda al suelo-. Me parece que es el momento.
Mientras ella se deshacía de la falda, Peter cogió un preser­vativo de la caja que había dejado en la encimera. Lali se quitó la falda por los pies y observó cómo él encajaba la fina capa de lá­tex a lo largo de su grueso miembro.
-Ven -le pidió, y ella le envolvió el cuello con los brazos y la cintura con las piernas. Él la bajó de la barra hasta hacerla to­car el ardiente glande. Abriéndose paso hasta el orificio, se hincó en ella con una leve presión entre sus muslos. No pudo llegar muy lejos antes de que Lali soltara un grito de dolor ante aque­lla brusca intrusión.
-¡Chist!, tranquila -le susurró él, y estrechándola contra su pecho se acercó a la mesa de la cocina-. Lo haré bien. Haré que te guste.
La tumbó en la superficie de madera y la mano de Lali fue a dar contra la tarta blanca, que resbaló hasta la otra punta de la mesa, sin que ninguno le prestara atención. Él se inclinó y le be­só el cuello y los pechos, mientras le apoyaba los pies en la mesa y le abría las piernas. Entonces acercó las caderas y la penetró suavemente, abriéndose camino hasta el fondo. El gemido de Peter fue tan profundo que sólo pudo salirle del alma.
-Joder -se desahogó, y hundió sus dedos en el pelo de Lali-. ¿Estás bien?
Lali podía haber dicho que no lo sabía. Nunca había pro­bado nada como Peter Lanzani, pero cuando se movió, fue como si una descarga eléctrica le recorriese toda la piel. Cada vez que él se retiraba para embestirla hasta el fondo, los jadeos de Lali se convertían en gemidos. El calor se concentraba en su entre­pierna y se le extendía por el vientre y los pechos como un regue­ro de fuego. Aquel pene la llenaba tanto y llegaba tan adentro que se sentía consumida.
Lali le puso las manos a los lados de la cabeza, sobre las me­jillas y el pelo, y lo atrajo hacia sí.
-Estoy mejor que bien -dijo, y lo besó en la boca.
Él la besó intensamente mientras seguía penetrándola con un ritmo suave y acompasado que fue creciendo hasta que ninguno de los dos podía casi respirar. Él se separó de ella lo suficiente para mirarla a los ojos y sus jadeos dejaron de puntuar sus gol­pes de cadera. Todas las terminaciones nerviosas de Lali vibra­ban de cálido placer líquido, acercándola cada vez más al orgas­mo. El placer que le subía por las pantorrillas era cada vez más intenso y ardiente. Y de repente la anegó por completo. Olas y olas de placer la cubrieron de la cabeza a los pies, y gritó el nom­bre de su amante.
Se agarró a los hombros desnudos de Peter y se colgó de él mientras las paredes de su vagina se contraían alrededor de el. Aquello duró y duró como ella nunca antes había experi­mentado. Él se movía más rápido y con más fuerza, bombeando sin parar hasta que el aire se le escapó de los pulmones como si alguien le hubiera golpeado el pecho y los músculos se le pusie­ron rígidos como rocas.
Después, él único sonido que se oyó fue el de respiraciones pesadas. Se les había pegado la piel húmeda y ninguno de los dos parecía tener fuerzas para levantarse de la mesa. Peter descan­saba la frente contra la oreja derecha de Lali, y tenía los dedos enredados en sus cabellos. A Lali la invadió una sensación de bienestar cálida y palpitante, y volvió la cabeza para besarle la sien.
-Dios -balbució-. Ha sido increíble.
Lali sonrió. A ella también se lo había parecido. Acababa de experimentar el sexo más asombroso de su vida. Eso no era amor. Lali sabía diferenciar entre sexo y hacer el amor. Lo que él le había proporcionado era el orgasmo más increíble de toda su vida. No, no era amor, pero había sido maravilloso. Y él tam­bién lo era.

Continuará...

19 comentarios:

  1. Lina (@Lina_AR12)29 de junio de 2012, 1:22

    Q capitulito,eh!Increible!Al fin,eso es lo q se logra cdo se ponen las cosas a fuego lento y se espera con paciencia...hierven !

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  2. Alfin llego la hora me encanto valio pena la espera

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  3. Que bien que lo disfrutaron los dos

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  4. mee encanto estubo super padrisimoo :3 JAJA' laas ganaas que se teniaan por fin se les hiso, estupendo el caap maas maas maas :DD!!

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  5. Ndjskskiskaja hermosos

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  6. Me encanto me fascnino ya era hora que llegara ese momento magico

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  7. Por fin y fue increíble, me encantó.
    Masi_ruth

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  8. Por fin se sacaron la ganas ajajaja
    me encanta!!

    Mas nove

    @Teen_Angels94

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  9. Casi que No Ya Se Sacaron Las Ganas
    Me Encanto
    Mas Nove
    Besos
    @DaniiVasqueez

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  10. me encanto! por fin--------------- @ConEllosSiempre

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  11. wau wau.... quiero otro cap

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  12. Por dios que capítulo !!! me encanto empezaron a sacarse las ganas que se tienen, ya quiero otro para saber como sigue esto
    besos

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  13. aaaaaaaah quiero saber YA como sigue esto! me muero me muero! que calentura dios!
    Ame el temita de los detalles..muy bueno..

    Segui subiendo y seguime avisando por favor! @YoSoyLalita

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  14. estan a full eh... quiero más! porfaaa

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  15. X fin se estan sacando las ganas y con todo.

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  16. sii claro eso solamente fue sexo... no fue amor... ni ella se lo cree! jajajaja @LuciaVega14

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