martes, 19 de junio de 2012

Capítulo 12


Hola Hola, de ahora hasta el capítulo 15 es como que "la misma escena" pero como es muuuuy larga, la dividi. Espero los comentarios.. si yo fuera ustedes, iba a firmar mucho para que llegue pronto el capítulo 15. JAJAJAJAJA besitooos ♥  


-Te quiero, colega.
-Yo también a ti, papi.

Capítulo 12

Lali miró por la ventana del número 2 de Timberline hacia la luna creciente que colgaba de lo alto de las montañas Saw­tooth como si fuese un ornamento en lo alto del árbol navideño. Su pálido resplandor se extendía sobre la superficie del lago Gospel. Las estrellas abigarraban el oscuro cielo, casi se amon­tonaban unas sobre otras, y Lali pensó que jamás había visto tantas estrellas. Al igual que la noche anterior, se sentía conmo­vida por el silencio de aquel lugar. Nada de coches, sirenas o he­licópteros zumbando sobre su cabeza. Ni siquiera el ladrido del perro de algún vecino que la sacase de quicio.
Centró la mirada en su propio reflejo en el cristal de la ven­tana y en la luz de la casa que se vertía en el porche y el polvo­riento jardín. Gospel, Idaho, parecía el lugar más solitario del planeta.
Dejó que la pesada cortina verde volviese a su lugar. Había adelantado mucho trabajo desde que se había instalado. La plan­ta baja estaba limpia, y había descolgado la piel de oso de la pared para cubrir la mancha de sangre del suelo. Había desempaqueta­do algunas de las cajas con sus cosas, que ya habían llegado, y limpiado a conciencia el dormitorio de enfrente a la habitación de los murciélagos. Le había dado un toque personal a la casa y también había colgado su ropa en el armario. Todavía le queda­ba mucho por hacer, pero tiempo era precisamente lo que le so­braba.
Fue al comedor y encendió su ordenador portátil y también el de escritorio, que había llegado esa misma tarde. Colocó un cojín en la dura silla y se sentó a la mesa. Después de haber es­crito la historia de los huesos de pollo, suponía que su musa ha­bía regresado. Con los dedos apoyados ligeramente sobre el te­clado, cerró los ojos y despejó la mente.
Media hora después, se puso en pie bruscamente.
-¡Mierda! -rezongó antes de coger un bote de limpiaho­gar y un trapo.
Tras pasar otra hora limpiando la casa y descubrir que ni si­quiera así recuperaba a su musa, sacó su neceser de manicura. Es­cogió un poco de laca para mejorar su ánimo y se pintó las uñas de un profundo rojo.
Rojo profundo. Miró por encima del hombro hacia la chi­menea de la otra habitación. Ella no escribía historias relaciona­das con crímenes reales. No escribía sobre gente real ni sobre los secretos o los demonios que dominaban sus vidas.
Se puso en pie y se sopló las uñas mientras iba hacia el salón. Con el pie apartó la piel de oso y se fijó en la oscura mancha ma­rrón. Se preguntó qué era eso tan horrible que había provocado que el sheriff no encontrase más opción que pegarse un tiro en la cabeza.
Rochi había hablado de perversiones sexuales. La gente no se suicidaba porque le gustase que la azotasen. Así pues, ¿hasta dónde habrían llegado las perversiones perpetradas en aquella casa y cuánto de todo ello sabría realmente la gente del pueblo?
El bar Buckhorn era el establecimiento más antiguo de Gos­pel. Reconstruido tras el incendio de 1932 y sede durante mu­chos años de la Iglesia de Jesus Cristo Nuestro Salvador, actual­mente congregaba entre sus gruesas paredes a un buen número de otro tipo de fieles. Los viernes por la noche era el momen­to del «dos por dos» hasta las diez, y no había muchos devotos del Buckhorn que dejasen pasar la oferta de dos cervezas por dos dólares.
Tal vez el Buckhorn era tan popular entre la gente de Gospel porque, al igual que ellos mismos, nunca había pretendido ser al­go que no era. El Buckhorn era simplemente un lugar donde to­mar unos tragos o jugar al billar en la sala del fondo. Durante los meses de verano, los habituales compartían espacio con los tu­ristas en la medida de lo posible, pero no cabía culpar a nadie si algún dominguero era obligado a levantarse de un taburete ad­judicado a uno de los parroquianos.
La gama musical de la máquina de discos se centraba en el country, un country puro, y sonaba lo bastante fuerte para aho­gar el ruido del aparato de aire acondicionado. El año anterior, un  listillo se había colado en el bar fuera de horas y cambiado los discos de George Jones por los de Barry Manilow. Barry no lle­gó a cantar ni la mitad de I Write the Songs antes de que Hayden Dean agarrase un taburete y le arrease un buen golpe a la máqui­na de discos. Ahora los taburetes estaban fijados al suelo.
El dueño del Buckhorn, Burley Morton, nunca había teni­do muy buen ojo para la decoración, pero se las había ingeniado para que la nueva máquina de discos destellase con el sonido de las guitarras al mismo tiempo que el rótulo de neón de cervezas Coors colocado detrás de la barra. Exceptuando el salón de atrás con el billar, entrar en el Buckhorn era como adentrarse en una cueva en penumbra. A los parroquianos que lo consideraban su segundo hogar les gustaba así.
Lali permaneció unos segundos en la entrada, dejando que sus ojos se adaptasen a la escasa luz. A pesar de ver poco más allá de las sombras y los brillantes carteles de neón, el local le recor­dó el bar de Las Vegas donde había encontrado a Micky el Duen­de Mágico, Myron Lambardo. Olía a cerveza, a décadas de hu­mo de cigarrillo acumulado y a madera envejecida. Eso tendría que haberla puesto sobre aviso para dar media vuelta y largarse de allí, pero a esas alturas estaba ya un poco desesperada. Se sa­có los auriculares, los guardó en la riñonera y se apartó un par de pasos para dejar pasar a un corpulento vaquero. Su hombro topó con un panel de anuncios y alzó la mirada. Una tarjeta engancha­da en el corcho ponía: «Reunión anual del mes de julio - Con­curso de comedores de ostras de las montañas Rocosas - Y lan­zamiento de váteres.
Por supuesto, conocía las ostras. Cuando era pequeña, su fa­milia había organizado más de una parrillada de marisco. Pero lo del lanzamiento de váteres... Eso era nuevo, aunque por lo que sabía del pueblo no le extrañó demasiado. En los cinco días que llevaba en Gospel había descubierto muchas rarezas. La can­tidad de armas que podían verse por la calle, por ejemplo. Por lo visto existía una regla tácita según la cual, si tenías una camione­ta, debías disponer de dos rifles que resultaran bien visibles en la ventanilla trasera de tu vehículo. Si llevabas un cinturón, la he­billa tenía que ser del tamaño de un plato, como mínimo, y si tenías una cornamenta, debías exhibirla en casa, en el granero o en la camioneta. Todas esas cosas parecían poder resumirse en una única frase: si no eres un vaquero, que te den por saco.
Lali echó un vistazo a su reloj y supuso que disponía de una hora antes de que cayese la noche. No había planeado acudir al Buckhorn, simplemente se había fijado en él mientras hacía jog­ging. No lograba escribir nada decente desde la historia de los huesos de pollo. Walter le había enviado un e-mail esa misma mañana pidiéndole algo bueno, a ser posible relacionado con Bigfoot, extraterrestres o Elvis. Su jefe empezaba a perder la paciencia, de ahí que Lali esperase encontrar una encarnación de Bigfoot o de Elvis en el interior del Buckhorn.
Una vez sus ojos se adaptaron a la luz, se abrió paso hacia un reservado vacío en el otro extremo del local. Era muy consciente de las miradas que suscitaba, como si ninguno de los presentes hubiese visto nunca unos pantalones cortos de licra o un sujeta­dor deportivo. Llevaba el pelo recogido en una coleta y no se ha­bía maquillado.
Pidió una cerveza Corona pero tuvo que conformarse con una Bud Lite, y se puso a escuchar los ruidos procedentes del billar. Por encima de las guitarras country de la máquina de dis­cos, oyó la conversación que mantenía una pareja en el reserva­do de al lado, algo relacionado con los excursionistas. Al parecer se referían a algún tipo de apuesta. Por lo visto, tras el último accidente, Otis Winkler era el mejor situado con tres casos de intoxicación, dos roturas de ligamentos de tobillo, un pulgar roto y una costilla astillada.
Lali escuchó con interés y al poco le pidió un bolígrafo a la camarera. Mientras tomaba su cerveza en un vaso de plásti­co rojo, agarró una servilleta de papel y anotó: «Saboteadores alienígenas ocultos en las montañas de Idaho. En una tranquila localidad con reminiscencias a población de la clásica serie te­levisiva Mayberry, los alienígenas engañan a los ingenuos turistas.........


Peter abrió la puerta del Buckhorn de un empellón, hacién­dola rebotar contra la pared. No estaba de humor para tonte­rías. Dos de sus ayudantes estaban ocupados con un accidente de tráfico al sur de Banner Summit, otro estaba de vacaciones y Lewis aún se encontraba a media hora de camino de allí. Eso lo había obligado a ponerse el cinturón de servicio sobre sus Levi's, prenderse la estrella de sheriff en el bolsillo de la camisa y acer­carse al Buckhorn para lidiar con unos cuantos idiotas.
El ruido de los puños, los gritos de los apostadores y el tema Helio Darlin' de Conway Twitty se mezclaban en el ambiente del local.
Peter se abrió paso entre los mirones y a duras penas evitó uno de los puñetazos que lanzaba Emmett Barnes.
Alguien hizo callar a Conway y encendió las luces justo cuando el otro contendiente, Hayden Dean, acertó un directo a la mandíbula de Emmett para enviarlo tambaleante hacia la mul­titud. A Peter no le sorprendió que uno de los implicados fue­se Emmett. En sus mejores días, Emmett era un cabronazo con complejo de bajito, y ése no parecía uno de sus días buenos. Rondaba el metro sesenta y cinco cuando llevaba sus botas con alzas, pero tenía la constitución de un pitbull. Si al conjunto se le añadía suficiente alcohol, Emmett se convertía en un gran mús­culo cervecero esperando ser flexionado.
Peter señaló al dueño del bar, que inmovilizó a Hayden con una llave de oso. Fortachón Morton no tenía ese sobrenombre por ser esmirriado.
Peter se colocó frente a Emmett y le apoyó una mano en el pecho.
-La diversión ha acabado -dijo.
-¡Apártate de mi camino, sheriff! -bramó Emmett con los ojos encendidos de ira-. No pararé hasta patearle su huesudo culo.
-Será mejor que te calmes.
En lugar de eso, Emmett le soltó un puñetazo justo debajo del ojo izquierdo. El impacto hizo que Peter retrocediese, que se le cayese el sombrero y que agujas de dolor le atravesasen la cabeza. Detuvo el siguiente golpe con el antebrazo y golpeó a Emmett en el vientre. El tipo vació sus pulmones y se dobló por la mitad. Entonces Peter le propinó un uppercut en la cara que le llevó directamente al suelo. Sin darle oportunidad a reincorporarse, lo volvió y le esposó las manos a la espalda.
-Ahora quédate quietecito y ejerce tu derecho a permane­cer en silencio -le dijo mientras lo cacheaba.
Se puso en pie, apoyó un pie en medio de la espalda de Em­mett y le lanzó otras esposas a Morton, que no tuvo problema en inmovilizar al mucho menos corpulento Hayden.
-Bien -dijo Peter dirigiéndose a la multitud, ahora en si­lencio-, ¿qué ha pasado aquí?
Varias personas hablaron a la vez.
-Emmett la invitó a una ronda.
-Ella le dijo algo y él empezó a molestarla.
-Entonces se presentó Hayden.
Emmett se removió en el suelo y Peter pisó con más fuerza.
 -¿Quién es ella? -Se tocó el pómulo. No sangraba, pero por la mañana se le habría inflamado.
Todo el mundo señaló hacia un reservado a pocos metros de distancia.
-Ella.

Continuará...

12 comentarios:

  1. Ella? Lali? aaaaaaasdhsjkdhskjfhks capitulo quinceeeeee! más!!!!!!!!!!

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  2. Oooooh ell jajajajaja naaah deberías haber dejado el largoooo!!!
    El proximo promto eh? Que de uno al otro se me olvida jajaja besoos

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  3. MAS MAS MAS MAS MAS MAS

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  4. MAS MAS MAS ELLA' ES LALI'
    QUIERO MAS
    ESPERO YA EL CAP 15'
    BESOS
    @DaniiVasqueez

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  5. Ella! y quien sino lali,no...vamos por el 15!

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  6. MÁS MÁS MÁS . Quiero el cap 15 yaaa!

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  7. EL Cap 155555555555555555555

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  8. Y lali le dijo que no iba a notar su presencia(? Jajajajja @LuciaVega14

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