viernes, 22 de junio de 2012

Capítulo 19


No queda mucho para más Laliter. :) Disfruten. + comentarios = + caps. BESOS ♥ 

Capítulo 19

-Eh.. Saca el dedo del chorro de agua.-dijo Peter mientras enjabonaba la cabeza de su hi­jo.
-Puedo hacerlo solo, papá -se quejó Adam de pie en la ba­ra, con el agua corriendo hacia el desagüe.
-Ya lo sé. -A veces Adam se olvidaba de frotarse bien la ca­beza, y a Peter le gustaba asegurarse de que, al menos una vez a la semana, su hijo tuviese el pelo limpio de verdad-. ¿Qué es esto? -preguntó Peter-. ¿Gravilla?
-No. Wally y yo peleamos en la arena delante de su casa.
Como hacía siempre, Peter recogió el corto cabello de Adam en lo alto de la cabeza y después lo fue echando hacia atrás a me­dida que aclaraba el champú.
-Me sorprende que Rochi no os diese unos azotes.
-Lali estaba allí -dijo Adam cerrando los ojos y rela­jándose-. Rochi nunca hace esas cosas si hay otras personas delante.
-¿Lali fue con vosotros al lago?
-Sí. -Adam se quitó el agua de los ojos.
-¿En bañador?
-Sí, claro. Llevaba uno azul y verde.
-¿Bañador o bikini?
-Bañador.
Estuvo a punto de preguntarle qué aspecto tenía, pero sabía de sobra el aspecto que podía tener. Lali Espósito habría tenido buena pinta incluso enfundada en una bolsa de basura.
-¿Qué hicisteis?
-Lali tomó fotos, y después nos ayudó a mí y a Wally a hacer un castillo de arena. Pero lo destruyó sin querer cuando un escarabajo le subió por el brazo.
Peter lo sentó y le escurrió el agua de la cabeza. 
-¿Se puso a gritar?
Adam soltó una carcajada.
-Sí, y a dar saltos.
Le habría gustado ver a Lali dando saltos en bañador. Co­locó el tapón en el desagüe y vertió gel de baño con aroma de plá­tano en el agua que empezó a acumularse.
-Bien, ahí tienes el jabón y la esponja -dijo-. Frótate bien. -Dejó en el borde de la bañera una cesta con unas gafas y un tu­bo de buceo, así como varios muñecos-. Y no te olvides de tus partes. Y -añadió ya de camino hacia la puerta- lávate bien las orejas. Están tan negras que podrías sembrar patatas.
Fue a la cocina para ocuparse de la pila de platos sucios que le estaba esperando. Abrió la nevera y sacó una botella de Bud; cerró la puerta con un golpe de cadera. Abrió la botella, sujetó la chapa entre el dedo corazón y el pulgar y la lanzó. La chapa fue a parar bajo la mesa de la cocina, en lugar de al cubo de la basu­ra, impactando contra la perrita de Adam, que levantó la cabeza un instante antes de seguir durmiendo.
Peter bebió un sorbo y le echó un vistazo a los platos su­cios amontonados en el fregadero. A veces pensaba que todo se­ría más sencillo si estuviese casado. Si encontrase a alguien con quien compartir las cosas y que fuese al mismo tiempo una bue­na madre para Adam. Alguien que pudiese lavar los platos en su lugar y quedarse en casa cuando él tuviese que atender alguna emergencia. Alguien con quien hablar cuando llegaba la noche. Alguien que lo acariciase con delicadeza.
Pero Peter sabía por propia experiencia que no hay nada por la que convivir con una mujer por motivos equivocados. Era noble compartir casa con una mujer a la que no se puede amar a siempre. Dormir con ella, follar con ella sólo porque está disponible, aunque ya no haya amor.
Así había sido con Eugenia. De no haber sido por aquel preservativo en mal estado, su relación probablemente no habría pasado del primer año. A excepción de haber crecido ambos en senos ranchos y de que los dos odiaban ese tipo de vida, no tenían nada en común. De no haber sido por Adam, la relación no ha­bría durado tanto. Él quería a su hijo y sentía que era una bendi­ción tenerlo a su lado. Eran colegas, pero criar solo a un niño no era tarea fácil. Ni para él ni para Adam, y a Peter le habría gus­tado que las cosas fuesen de otro modo. Si hubiese podido escoger, no habría optado por la responsabilidad de criar solo a su hijo para que fuese un buen chico y un hombre decente el día de mañana.
No habría escogido ser testigo del dolor y la confusión en la mirada de su hijo cuando hablaban de por qué su madre no vivía con ellos o por qué ellos no vivían con ella.
Cada mes de julio, cuando Peter llevaba a Adam al aero­puerto para entregárselo a su madre, tenía que escuchar la mis­ma pregunta: «¿Por qué no vienes con mamá y conmigo?» Y en cada ocasión, Peter tenía que contarle alguna media verdad. No quería pasar ni un minuto junto a Eugenia, y aún más importante, no quería que Adam barajase la posibilidad de vivir en familia. Adam ya se había formado por su cuenta la extraña idea de que cuando su madre dejase de trabajar en televisión se trasladaría a Gospel para vivir con ellos. Pero aunque el programa de Eugenia de­jase de emitirse al día siguiente, el sueño de Adam jamás se cum­pliría.
Cada año, Adam se iba con su madre, y cada año Peter acampaba en el rancho Doble T durante las dos semanas que su hijo estaba fuera, para leer, echar una mano en lo que pudiese y sacar de sus casillas a su cuñado Nico. Éste era un buen ganade­ro y sabía llevar el negocio, pero a pesar de que Peter no tenía interés en dirigir el rancho, la mitad del mismo le pertenecía, y algún día sería de Adam.
Peter pasaba las dos primeras semanas de julio poniéndose al día del precio del grano y el pienso y haciendo mil cosas. Pero en realidad hacía todo eso para no estar en su propia casa vacía.
Adam cerró el grifo del lavabo y Peter dejó la cerveza sobre la encimera. Mientras colocaba los platos sucios en el lavaplatos, sus pensamientos pasaron de sus problemas con Adam a sus pro­blemas con Lali Espósito.
Lali era una mujer preciosa, y no tenía sentido ne­gar que le encantaba cómo las curvas de su cuerpo moldeaban la ropa que vestía. A pesar de que jamás llegaría a decírselo, tam­bién le gustaba que fuese irónica e incluso un poco mal hablada. Le gustaba que lo hiciese reír, aunque nunca sabía de qué se reía.
Besarla había sido un tremendo error. Lo supo antes incluso de que sus labios se tocasen. Como si de un trago de whisky ca­ro se tratase, ella calentó todo su interior. El roce de sus manos le había cortado la respiración. Lo que sus ojos refleja­ban, la pasión con que lo había mirado, casi le había obligado a arrodillarse. Casi le había suplicado que le dejase tocar su cuer­po desnudo y besarla entre los muslos, allí donde su cuerpo era sin duda más cálido y húmedo. De haber llevado un preservati­vo en la cartera, probablemente no se habría detenido. Muy po­siblemente le habría hecho el amor allí mismo, contra la puerta de la nevera.
Peter cerró los ojos y presionó con una mano la bragueta de sus Levi's. Con toda probabilidad le habría arrancado aquellos pantalones de licra y se habría adentrado en lo más profundo de su ser. La lengua dentro de su boca, las manos en sus pechos y su pene bien dentro, allí donde ella ardía. La hubiese embestido hasta que las húmedas paredes vaginales se contrajesen de placer.
Notó la dureza bajo su mano, y no supo qué hacer. Bueno, sí lo supo. Podía no hacer nada o aliviarse por cuenta propia. Peter alargó la mano y cogió la cerveza.
Besarla había sido como verse atravesado por un rayo. Le ha­bía erizado la nuca y revuelto las tripas, pero lo que realmente le preocupaba respecto a la noche anterior era que, después de be­sarla, no había vuelto a pensar en su profesión. Ella era escrito­ra, y resultaba que él conocía una de las historias más potencialmente sensacionales desde la caída en desgracia de Jim y Tammy Faye Baker. El ángel de América, la novia del país, China Ban­croft, tenía un hijo ilegítimo.
Se trataba de algo muy delicado, y él se había olvidado en cuanto introdujo la lengua en la boca de aquella mujer. Le asus­taba pensar que lo único que le había detenido fuese la posibili­dad de traer al mundo otro hijo no deseado. Bajo ningún con­cepto deseaba tener otro hijo en semejantes circunstancias.
Peter miró por la ventana del fregadero. En el camino de en­trada, el sol arrojaba largas sombras sobre su camioneta Ford, aparcada junto al Chevy del sheriff. Se preguntó qué estaría ha­ciendo Lali en esos momentos en Timberline Road. Tal vez viendo la televisión o preparándose para meterse en la cama. Adam le había dicho que había tomado unas fotografías. Tal vez estaba escribiendo realmente un artículo sobre flora y fauna. Tal vez no mentía sobre ese tema. Sí, tal vez, pero en cualquier caso seguía siendo escritora.
Siempre podía repasar su historial. Podía pedir un informe y comprobar si Lali había cometido algún delito en el pasado. También podía introducir la matrícula de su coche en el ordena­dor y ver si encontraba algo interesante respecto a MZBHAVN... Pero no iba a hacerlo: violentaba la ética policial y también las convicciones de Peter. A menos que hiciese algo ilegal, ella tenía todo el derecho a conservar su intimidad y a que nadie supiese de sus asuntos.
Peter sabía muy bien lo que suponía el derecho a la privaci­dad. Por desgracia, en Gospel él era el único que parecía tenerlo claro.

Lali esperó hasta el lunes por la tarde para ir hasta el M&S para comprar un ejemplar de Weekly News of the Universe. Aga­rró una cesta de plástico azul y metió un ejemplar dentro. El titular del artículo sobre los huesos de pollo aparecía debajo de la foto de una gallina enloquecida en el extremo inferior izquier­do de la portada. Alzó la vista un segundo de la revista y pasó las páginas hasta llegar a la quince. El artículo se publicaba en la sec­ción «Cotilleos de pueblo». Ocupaba toda una página y estaba acompañado por la fotografía de una mujer aparentemente nor­mal bailando rodeada de gallinas, y en el pie de foto ponía: «Un extraño culto propone la ingestión de huesos de pollo.» Mien­tras iba hacia la sección de alimentación, pasó las páginas hasta llegar al artículo central. A la historia de Clive Freeman sobre mu­tilación de vacas por parte de extraterrestres le habían dado el puesto de honor.
Bien, las historias sobre alienígenas seguían siendo un plato fuerte. Ella había enviado su artículo sobre extraterrestres el día anterior, completado con las imágenes, ligeramente distorsiona­das, de la playa del lago Gospel en la que se veían unos aliení­genas ligeramente peludos que había sacado de su CD-ROM de documentación. Los había situado sentados tras una mesa rústica, y en el pie había escrito: «Lugar donde los alienígenas apuestan sobre los ingenuos turistas en una agreste zona del noroeste.» Estaba muy satisfecha de cómo había quedado el con­junto, y ya estaba lista para trabajar en su siguiente artículo.
También había leído las crónicas fotocopiadas en la bibliote­ca, y estaba convencida de que podría escribir una historia ju­gosa. No centrada en el carácter morboso del asunto, a pesar de que había material de sobra al respecto, sino sobre las dos vidas, diametralmente opuestas, de un hombre aparentemente corrien­te. Sobre cómo sus obsesiones personales le habían ido consu­miendo poco a poco hasta convertirlo en alguien moralmente destrozado.
Lali dejó la revista en la cesta y le echó un vistazo a los aguacates más tristes que jamás había visto. La habían invitado a la barbacoa que los Dalmau celebraban esa misma noche con motivo de que los gemelos cumplían dieciocho años, y pensaba hacerle a Rochi unas cuantas preguntas sobre Hiram Donnelly.
Los melones no es que estuviesen mucho mejor que los aguacates, pero las lechugas parecían decentes. Rochi le había dicho que comerían salchichas, hamburguesas y el plato favorito de los chicos: ostras de las montañas Rocosas. Lali llevaría una en­salada con aliño especial, ideal para comer con marisco. No re­cordaba la última vez que había preparado su famosa ensalada. Bueno, si lo pensaba bien, sí podía recordarlo, pero hacía mucho tiempo de ello y conllevaba tristes reflexiones relacionadas con su nula vida social. Le hizo gracia pensar, mientras escogía algu­nos utensilios para la casa, cómo el hecho de encontrarse en un pequeño pueblo había subrayado el vacío en que se había con­vertido su vida. Le hizo gracia pensar cómo el hecho de haber compartido un poco de comida con una mujer a la que apenas co­nocía, o de haber sido invitada a una barbacoa con sus vecinos, ha­bía despertado en ella el ansia por relacionarse más.
Pensó en llevar una botella de vino para hacer que Rochi sol­tase la lengua, pero Peter y Adam también asistirían, y no que­ría que el sheriff pensase que era una alcohólica. No sabía por qué le preocupaban esos detalles, y tampoco sabía qué pensar de aquel hombre cuya mirada la hacía desfallecer. Tal vez lo más adecuado era no pensar en ello en absoluto.
Lali ocupó su lugar en la cola detrás de una pareja de mo­chileros. Tras el mostrador, Stanley Caldwell marcaba las com­pras y luego su esposa Melba metía las cosas en bolsas.
Cuando le llegó el turno a Lali, dejó su cesta sobre el mos­trador.
-¿Cómo van las cosas en la casa de Donnelly? -preguntó Stanley.
-Van bien. ¿Y a usted, señor Caldwell, cómo le va?
-Tengo un poco de lumbago, pero voy tirando. -Sacó los aguacates de la cesta y los marcó-. He oído decir que es usted escritora.
Lali alzó la vista de la cesta y miró a Stanley. 
-¿Dónde lo ha oído decir?
-Me lo dijo Regina Cladis -respondió pasándole los agua­cates a su esposa para que los metiese en la bolsa-. Me dijo que está usted escribiendo sobre Hiram Donnelly.
Ella miró a Melba y después de nuevo a Stanley. 
-Así es. ¿Le conocieron?
-Por supuesto que le conocimos. Era el sheriff -replicó Melba-. Su mujer era una buena cristiana que jamás cometió pecado alguno.
-Al menos eso le dijo ella a todo el mundo -masculló Stan­ley mientras marcaba el precio del pequeño melón-. Sin em­bargo, uno no puede evitar pensar...
-¿Pensar qué, señor Caldwell? -preguntó Lali. Melba cogió el melón y lo metió en la bolsa.
-Bueno, no creo que por el mero hecho de quedarse viudo un hombre se despierte de repente con ansias de ponerse ropa in­terior de cuero y de que le azoten el trasero.
Melba apoyó una mano en la cadera.
-¿Pretendes dar a entender que Minnie era como Hiram? Por el amor de Dios, su padre era predicador.
-Sí, y ya sabes cómo eran. -Le pasó a Melba el ejemplar de Weekly News of the Universe.
Melba alzó las cejas, pero después hizo un gesto de admi­sión.
-Bueno, eso es verdad. -Se encogió de hombros y le echó un vistazo a la revista-. Hay un artículo realmente bueno sobre una mujer de treinta y cinco kilos de peso que dio a luz a un be­bé de ocho kilos.
Por fin alguien que reconocía leer prensa sensacionalista.
-También hay otro artículo -añadió Stanley- sobre alie­nígenas que mutilan vacas en Nuevo México. Por suerte, no hay alienígenas de esos por aquí.
«Oh, pero los habrá», pensó Lali, y se preguntó si se reco­nocerían a sí mismos al leer su historia sobre extraterrestres.
-¿Has leído el de ese culto de mujeres que comen huesos de pollo? Una de ellas murió asfixiada e intentaron resucitarla me­diante una ceremonia ritual con pollos.
-Eso no me lo trago. -Stanley sonrió y sacudió la cabe­za-. ¿Quién escribirá esas cosas?
Lali también sonrió.
-Alguien con mucha imaginación.
-O alguien que está loco -dijo Melba cuando Stanley apre­tó el botón de «total» en la caja registradora.

Continuará... 

17 comentarios:

  1. "Le habría gustado ver a Lali dando saltos en bañador."
    ajajajaajaja
    me matoooooooooooooo
    masssssssssssss
    sdjfnsfklsdklf

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  2. Barbacoa y vino jumm jajajaja aqui el pan y el agua va a durar poco me da a mi jajajajaja quiero leer esooo!! Otro otro otro (8)

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  3. MAS MAS MAS MAS MAS MAS MAS MAS MAS MAS MAS MAS MAS MAS MAS MAS MAS MAS MAS MAS MAS MAS MAS MAS MAS MAS MAS MAS

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  5. Si Peter supiera k esa ocasión k desperdició x no llevar condón,no le habría hecho falta,se volvería loquito,si solo d recordarlo se puso cuenchi,bastante calentito.

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    1. Q observadora,tenes razón si lo detenía el hecho de no tener otro hijo no deseado(q feo suena)con ella esta seguro,Pobre lali!

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    2. tienen razon que pena que peter no lo supiera:(

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  6. Q largo y lindo cap,sigo pensando q es un pueblo de locos!

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  7. son mas chusmas ahi jajaja
    quiero mas
    besos

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  8. Chusmas hay en todas partes ,quien mas,quien menos somos chusmas,jajaja.

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  9. Ya sabe k los bichitos,la ponen a dar saltos y correr,jajaja,les tiene pánico,quizás utilice esa información ,en algún momento.Leyendo el cap me vinieron a la mente unas imágenes en las k el le ponía sapos,para ver como reaccionaba ,ya k le gusta tanto meterse con ella.

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  10. Si,lo reconozco ,soy un tanto traviesa como una adolescente,pero me divertiría una situación similar,o igual a la k digo con sapos,k Peter hiciera a posta,para provocarla.

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  11. Cómo dicen en todos lugar hay gente chismosa.
    Me gusta lo que escribe Lali.
    Peter está con las hormonas a ful.
    Masi_ruth

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  12. me gusta me gusta
    Peter me hace reir con su pensamientos xD
    Me podes avisar cuando subas?
    Soy @Teen_Angels94

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  13. Siiiiiiii se van a volver a ver!!! Ya quiero que sea de noche de :D @LuciaVega14

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