miércoles, 20 de junio de 2012

Capítulo 16


+ comentarios = + caps ♥ besosss!



Llegó a la puerta de la cocina y se detuvo.
-Lali...
Ella se fijó en sus anchos hombros y el cabello castaño que apenas le cubría la nuca. Abrió la boca pero no dijo nada.
-Mantente alejada del Buckhorn -añadió él, y se fue.

Capítulo 16

A las nueve en punto de la mañana siguiente, Lali puso el punto final a su historia sobre alienígenas. La introducción era más bien indefinida y no entraba en materia hasta el tercer pá­rrafo, pero creía que el artículo había quedado bastante bien.
Había creado un pueblo perdido habitado por alienígenas que, víctimas de una accidente estelar, se disfrazaban de huma­nos para hacerse pasar por pueblerinos excéntricos, mientras es­peraban a que la nave nodriza viniese a recogerlos. Entretanto engañaban a los turistas y se aprovechaban de ellos mediante una serie de apuestas.
Había trabajado en el artículo desde el amanecer, cuando se levantó de la cama con la historia ya esbozada en su dolorida ca­beza. Se había tomado unas tabletas de Tylenol con café y aún no se había duchado. Llevaba el pelo recogido en lo alto de la cabe­za con dos bolígrafos Bic, y todavía lucía su pijama de estam­pado vacuno y un par de gruesos calcetines. Suponía que no de­bía de oler muy bien, pero sabía que era mejor no obcecarse con esas minucias cuando estaba en racha. Mientras trabajaba, nun­ca respondía al teléfono, y sólo un incendio podría haberla obli­gado a abrir la puerta de la casa.
Le había enviado a Walter por correo electrónico la idea para el nuevo artículo. A él le había encantado, pero quería fotogra­fías que acompañasen la narración. Imágenes creíbles. Lo cual significaba que Lali tendría que sacar su Minolta y hacer unas cuantas fotos de la zona. Más tarde, las escanearía y superpon­dría la imagen de los alienígenas disfrazados de paletos pueble­rinos. Eso le llevaría su tiempo, pero no era imposible. Sin du­da no sería tan difícil como cuando dotó a Micky el Duende Mágico de un razonable parecido con el príncipe Carlos de In­glaterra.
A eso de las nueve y media hizo finalmente un alto. Enton­ces sonó el teléfono. Llamaba una tal Hazle Avery, de la oficina del sheriff, para preguntarle si tenía pensado pasarse por la ofi­cina para firmar el informe de la agresión. Lali contestó que es­taría allí en una hora.
No es que hubiese olvidado que tenía que acudir a la oficina del sheriff. Más bien había pretendido olvidarlo. Deseaba olvi­dar todo lo sucedido la noche anterior, desde que puso el pie en el Buckhorn hasta que Peter Lanzani se marchó de su casa.
Pulsó «guardar» y hizo una copia de seguridad del artículo. Bueno, tal vez no se trataba de olvidar la noche al completo, pero sin duda tendría que haberse marchado del bar cuando se ente­ró de las apuestas sobre los excursionistas y antes de que Emmett Barnes se metiese con ella. Sus problemas empezaron en cuanto aquel tipo echó un vistazo a lo que escribía en las servilletas y ella le dedicó una sonrisita de reconocimiento.
No, se corrigió, empezaron en cuanto pidió las dos cervezas. De no haber sido por el interés que despertó en ella la historia de los alienígenas, habría prestado más atención a los efectos del alcohol. De no haber sido por las cervezas, habría sabido mane­jar a Emmett. Con toda probabilidad, se habría ahorrado el co­mentario sobre enanos con polla flácida.
Se quitó la ropa y se metió bajo la ducha. De no haber sido porque estaba achispada, habría mantenido las manos y la boca alejadas del sheriff.
Dejó que el chorro caliente le recorriese el cuerpo. No sabía qué encuentro había sido peor, si con Emmett o con Peter. Uno la había atemorizado. El otro la había humillado. Se había equi­vocado con Peter. No la deseaba del modo que ella lo deseaba a él. Él no quería poseerla por completo. Lo que él quería era marcharse, y fue exactamente lo que hizo. Le había, visto salir por la puerta con su sabor todavía en la boca.
«Mantente alejada del Buckhorn», le había dicho. Nada de disculpas. Nada de «lamento tener que marcharme». Nada de excusas. Nada.
Se lavó el pelo y después salió de la ducha. Había pasado mu­cho tiempo desde la última vez que un hombre la había hecho es­tremecer. Mucho tiempo desde la última vez que permitió que un hombre se le acercase tanto como para sentir su calor en el bajo vientre. Mucho tiempo desde la última vez que había de­seado sentir el cuerpo de un hombre.
Lali no creía en el sexo sin amor. Lo había probado en la universidad. Pero ahora tenía treinta y cinco años y sabía que el sexo por el sexo no existía, siempre había algo más. De lo con­trario, la gente no sentiría dolor alguno o un tremendo vacío a la mañana siguiente. Y no había nada más triste ni más solitario que despertarse por la mañana tras una noche de sexo esporádico. Nada resultaba más ilusorio que una mujer diciéndose que lo de la noche anterior no había significado nada.
Pero el sexo con amor requería una relación. Y una relación requería esfuerzo y confianza. Y si bien creía que había llegado el momento de volver a intentarlo, sabía que no iba a dejar que nadie volviese a estar tan cerca de sus sentimientos. A nivel in­telectual le constaba que la mayoría de hombres no engañaban a sus mujeres ni tenían hijos con su mejor amiga, pero saberlo con la cabeza y saberlo con el corazón eran dos cosas muy diferentes.
Acallar las oscuras reticencias que se habían adueñado de su corazón era una labor casi imposible. Su mirada se había vuelto crítica y conocía a la perfección sus puntos débiles.
Desde la pubertad, Lali había sufrido endometriosis, y en la primavera de su último año en la universidad los síntomas se agudizaron tanto que le quedaron muy pocas opciones aparte de la cirugía. A los veintiún años se había sometido a una histerec­tomía total que la libró de aquellos terribles dolores. Libre para disfrutar de la vida. Libre para disfrutar de las relaciones con hombres. También eliminó su capacidad para concebir, pero eso no la hundió. Siempre había imaginado que, llegado el momen­to, adoptaría a un niño que la necesitase. La ausencia de útero nunca la había hecho sentir menos mujer que cualquier otra.
Hasta el día en que su marido le entregó los papeles del di­vorcio y descubrió que iba a tener un hijo con otra mujer. Ese de­talle había precipitado su autoestima al nivel del suelo. Ahora no estaba segura de nada, ni siquiera sabía si encajaba en el mundo.
Se secó vigorosamente y se peinó. Tres años atrás creía que sabría arreglárselas muy bien sola, que podría salir adelante. Re­tomó su carrera y gastó la mitad del dinero de Blaine en su ado­rado Porsche. Simplemente había eludido la realidad. No había sabido arreglárselas sola, sólo se había limitado a mantenerse en una posición en la que nadie pudiese volver a hacerle daño.
La noche anterior se había permitido volver a sentir pasión. Se había permitido que le ardiese la sangre, y también que la ri­diculizasen.
Abrió las puertas del armario ropero. Aunque tal vez decir que «se había permitido» no fuese lo más adecuado. Esa expre­sión denotaba pasividad. En cuanto él la besó, no se limitó a «per­mitir» que ocurriese. Ella también había puesto de su parte. En cuanto él la besó y ella palpó su musculoso pecho, el deseo la ha­bía embargado. Llegados a ese punto, tendría que haber parado. Claro que tendría que haberse detenido, pero fue él quien la de­tuvo, como si fuese la cosa más sencilla del mundo. Y se había marchado sin siquiera mirar atrás. Por eso Peter era en ese mo­mento la última persona en la tierra a la que quería ver. Tal vez estuviese dispuesta encararlo al día siguiente. O a la semana si­guiente.
Tratándose de un pueblo tan pequeño, el único modo de evi­tarlo sería encerrarse en casa, pero tenía dos buenas razones para no hacerlo. La primera, necesitaba su ayuda para conseguir viejos archivos policiales; y la segunda, no quería darle un moti­vo para que pensase que estaba arrepentida por lo de la noche an­terior.
Mientras rebuscaba en el armario, se dijo que no se pondría el vestido perfecto para que el sheriff se relamiese. Iba a vestirse con lo que habría descrito como el encuentro entre la chica de ciudad y la de pueblo. Se puso una falda corta turquesa, una blu­sa de seda turquesa y sus botas Tony Lama color azul pavo real.
Cuando salió de casa, su maquillaje había adquirido una tonalidad natural y su pelo tenía ya volumen, con las puntas li­geramente sueltas, como si no hubiese tenido que rizárselo y moldearlo con laca.
La oficina del sheriff del condado de Pearl estaba en el cruce de las calles Mercy y Main, y a excepción del cartel de una tien­da que rezaba «Enfoca y dispara - Fotos en una hora», el edificio ocupaba toda la manzana. Se notaba el paso del tiempo en la fa­chada de arenisca, y las ventanas que daban a la parte de atrás te­nían barrotes. Sin embargo, había un aparcamiento nuevo en un lado y el interior había sufrido una completa remodelación. Olía a pintura reciente y a moqueta, y la luz del sol penetraba gene­rosamente a través de amplios ventanales.
Una mujer de blusa beige y con una estrella dorada prendida sobre el seno izquierdo levantó la vista del ordenador cuando Lali se aproximó al mostrador tras el que estaba sentada. Le in­dicó a Lali una puerta de cristal de dos hojas con una gran es­trella dorada en medio y la inscripción «Sheriff Peter Lanzani» de­bajo. Dentro de la oficina había otra mujer, vestida exactamente igual que la primera. Lucía una permanente excesivamente rígi­da, y la placa que había sobre su mesa, junto a una figurita de Jesucrito de plástico, anunciaba que su nombre era Hazle Avery. Su escritorio estaba en medio de la estancia, justo frente al pasi­llo. Lali se preguntó si, al igual que san Pedro, estaba allí para negarle la entrada a los paganos.
-Usted debe de ser Lali Espósito -dijo Hazle al verla-. Ada ya me ha hablado de sus botas.
Lali se miró los pies.
-Las compré en una tienda de ropa vaquera en Malibú.
-Vaya, vaya. -Hazel dejó su bolígrafo sobre una carpeta manila y se puso en pie-. Acompáñeme, por favor.
Lali la siguió por el pasillo hasta el despacho del sheriff. La sólida puerta de madera estaba medio abierta, y podía leerse el nombre de Peter pintado en letras negras y destacado con un filete dorado. Lali sintió un cosquilleo en la boca del estóma­go, y mantuvo la mirada fija en las dos arrugas que recorrían la espalda de la almidonada camisa de Hazel.
Una vez dentro del antedespacho, la mujer le indicó cómo re­llenar la denuncia, y le pidió que definiese lo sucedido lo mejor posible. Lali se sentó frente a un inmaculado escritorio y estu­dió el impreso. Ciertos momentos de lo sucedido anoche ha­bían quedado envueltos en una curiosa bruma. Otros habría de­seado olvidarlos por completo.
-Si tiene alguna duda, pregúnteme. -Y añadió antes de sa­lir-: Así no incomodará al sheriff con su provocativa minifalda.
¿Provocativa minifalda? Lali se preguntó si todo el mundo en aquel pueblo tenía ideas tan retrógradas o si sólo pretendían ofenderla. Sacudió la cabeza y se sentó. En cualquier caso, ¿qué era lo que Hazel creía que iba a hacer?
Escribió su nombre, dirección y la fecha, y con la cabeza in­clinada sobre la carpeta alzó la vista hacia la puerta medio abier­ta del despacho de Peter. Entrevió el extremo de un escritorio negro, un teléfono y media pantalla de ordenador. Centró la atención en las manos de dedos largos que escribían en el tecla­do. Las mismas manos que anoche le habían ceñido la cintura y acariciado las mejillas. Vio partes de su camisa beige y el deste­llo de su reloj de pulsera. Lali cogió un bolígrafo, apoyó el an­tebrazo en la mesa y, con un elegante gesto, escribió algo en un papel.
Peter era zurdo. Descolgó el teléfono y empezó a dar gol­pecitos con el bolígrafo en la mesa. Lali oyó el timbre apagado de su voz y su suave risa.
Volvió a concentrarse en el impreso y rememoró todo lo ocu­rrido en el Buckhorn. Recordaba haber entrado, pedir cerveza y escuchar a hurtadillas. Luego había tomado notas para un nue­vo artículo y el tiempo se le pasó volando. Emmett Barnes había insistido en pagarle otra cerveza y no había aceptado un no por respuesta. Se había puesto pesado. Ella le contestó de mala ma­nera. Entonces estalló la pelea y ella saltó encima de la mesa para apartarse. Lo siguiente que recordaba era a Peter entrando en el bar para recibir un puñetazo en la cara y tumbar a Emmett con un par de golpes. Luego la había ayudado a bajar de la mesa.
Volvió a mirar hacia el despacho del sheriff. Se fijó en los de­dos que sostenían aquel bolígrafo. Él le había tocado el vientre con esos mismos dedos. La había tocado y le había pregunta­do si se encontraba bien, y por primera vez en mucho tiempo ella sintió lo que era sentirse protegida por un hombre. Pero no ha­bía sido algo real. Ella había tomado unas cervezas de más y él se limitaba a hacer su trabajo.
Firmó el impreso con una floritura y regresó a la oficina. Le entregó el formulario a Hazle, que lo leyó.
-Que Dios nos asista -dijo Hazel antes de cerrar la carpe­ta-. Si el fiscal necesita algo, se pondrá en contacto con usted.
Lali le echó un último vistazo al pasillo antes de irse. Sin volver la vista atrás, salió a la calle. Pero mientras se dirigía hacia su coche algo la detuvo. Tuvo la intuición de... ¿de qué?
Se abrió una puerta lateral y ella miró por encima del hom­bro.

Continuará...

13 comentarios:

  1. Me Encanto Quiero Mas
    Mas Laliter
    Besos
    @DaniiVasqueez

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  2. Jummmm quien esta ahí? Jajaja espero que laliter llegue antes de mi ciaje eh? Estas avisada! Jajajajaja
    Provocativa minifalda, ya me las imagino es ese pueblo todas vestidas reliadas en pieles de animales de tonillos a cabeza jajajaja

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  3. seguro es peter (? noseeeeeeeee, jajaja, tiene que seguir laliter♥ quiero mas!

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  4. WAA, DEMASIADO BUENOOO... QUIERO MAS LALITERR =)
    @BelenCorbera

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  5. Bien ahi lali. ESO ES LO QUE HAY QUE HACER, si te rechaza hay que ponerce bien provocativa para que se arrepienta. YO HUBIERA HECHO LO MISMOO

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  6. me encanta esta novela jajaja. ESPERO SEA EL SHERIFF .

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  7. Q buen cap!Es Peter,decime q sí y la ve así femme fatal y se quiere morir!Q agria la secretaria,en ese pueblo todas desayunan con vinagre,JEJE

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  8. Va a tener k enfrentarlo antes d lo k hubiera deseado.

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  9. Viste que te dijeee una mujer se siente humillada si la dejan así!!!! :/ @LuciaVega14

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