jueves, 20 de septiembre de 2012

Capítulo 9



Disfruten y comenten.. quiero saber que les parece :) Poco a poco van a ir entendiendo mejor la historia. Besos ♥ @siempreconlyp



 

Lo único que sabía era que a Lali no podía ocurrirle nada. No se había parado todavía a considerar si sentía algo por ella. No había tenido la posibilidad de pensar si la decisión que tomó nueve meses antes fue acertada o no, pero no había vuelto a verla sonreír, ni a discutir con ella, ni a hacerle de nuevo el amor... Y no permitiría que nadie le robara la posibilidad de hacerlo de nuevo.
En especial, alguien cercano a la antigua organización de Carlos, el difunto padre de Lali.

Capítulo 9
 Hagerstonm, Maryland
Notaba una extraña sensación en la nuca.
Lali se frotó el cuello por debajo de la espesa melena de rizos que le caía en cascada sobre la espalda. Lanzó una mirada de soslayo a su alrededor, los estrechos confines de Friendly’s, y apretó los labios con irritación.
Parecía que nueve meses fuera de la Unidad de Fuerzas Especiales no eran suficientes para perder los viejos hábitos. La paranoia que formó parte de su vida antes de que Peter la hubiera aceptado en la Unidad había regresado.
—Tu turno, La. —La áspera voz de su contrincante hizo que volviera a centrar la atención en la mesa de billar.
—Ya eres mío, Casey —murmuró, consciente de que la música de la gramola ahogaría su voz. Metió la bola número ocho y brindó a su adversario una sonrisa de suficiencia antes de coger el dinero que habían apostado.
—Quiero la revancha —anunció Casey mirando hacia la mesa de billar lleno de frustración.
—Otro día. —Sacudió la cabeza con rapidez y volvió a mirar a su alrededor—. Cuando estés sobrio ¿te parece?
Juraría que notaba unos ojos sobre ella, que alguien la vigilaba. Llevaba semanas sintiendo lo mismo. Dondequiera que fuera, hiciera lo que hiciera, tenía la sensación de tener una espada de Damocles sobre el cuello.
Sin embargo, no era posible que la acechara ningún peligro.
Seguía siendo cuidadosa, igual que lo había sido la mayor parte de su vida. Jamás había pillado a nadie siguiéndola de cerca ni vigilándola.
Tampoco había saltado la alarma del coche ni había detectado nada raro en la de su casa. Nadie la había abordado ni tratado de entrar en su propiedad.
Pero seguía notando un hormigueo en la nuca. Algo en su interior le decía que tenía que ser precavida y se sentía extrañamente inquieta.
Cruzó la pequeña pista de baile vacía y regresó a la barra. Pidió otra cerveza y puso varios dólares sobre el gastado mostrador.
Kyle, el camarero, deslizó un botellín frío hacia ella. Lo cogió y se lo llevó a los labios mientas lanzaba otra rápida mirada a su alrededor.
Había pocas personas a esas horas de la noche. Casi todas clientes habituales. Gente que solía coincidir con ella y a la que había investigado a fondo. Incluido el propio Casey. A primera vista no había detectado nada peligroso en él.
Entonces, ¿por qué demonios notaba ese hormigueo en la nuca?
—La, necesitas tener una aventura. —Julieta Espósito, una de las pocas jóvenes presentes esa noche, le brindó una sonrisa y se sentó en una de las mesas pegadas a la pared—. Es viernes por la noche, ¿no crees que deberías buscarte un rollo o lo que sea que se tenga a tu avanzada edad?
Lali disimuló una sonrisa, pero sus ojos verdes brillaron de diversión. Se le rompía el corazón cada vez que miraba a aquella muchacha. Le pasaba desde el día que la contrató. Julieta Espósito era su prima segunda. Se había dirigido a Hagerstown con idea de relacionarse con ella, pero nunca había imaginado que llegaría a conocerla tan bien.
—¿Mi avanzada edad? —Lali arqueó una ceja y contuvo el pesar que la inundó al pensar que jamás podría revelar su identidad a la joven—. Se llama experiencia, jovencita, y ya aprenderás lo bueno que es dormir sola.
Julieta alzó su cerveza con una breve carcajada. Parecía un poco más extrovertida ahora que cuando había comenzado a trabajar en el negocio, poco después de que Lali lo hubiese comprado.
—Joder, daría lo que fuera por acostarme con una de vosotras —gruñó Casey con expresión de borracho.
—Has bebido tanto que mañana no te acordarías —bromeo Julieta al tiempo que se echaba el pelo por encima del hombro.
Casey parecía tener la misma edad que su prima, quizá algún año más. Era apuesto, fuerte como un tanque, y actuaba con educada cordialidad.
Era un nuevo cliente del bar. El día anterior había comenzado a trabajar en un almacén de madera cercano a las oficinas de la empresa de ajardinamiento que ella había adquirido unos meses antes.
Llevaba dos noches dejándose caer por allí. Había tenido que abandonar los Rangers por razones médicas, aunque era difícil imaginar que el musculoso brazo izquierdo contuviera en su interior los tornillos y soportes que tenía. La noche anterior le había investigado más a fondo que a los demás, sólo por su historial militar.
—Mujeres... —gruñó Casey mientras se pasaba la mano por la mejilla y se sentaba al lado de Julieta—. Son crueles e insensibles. —Clavó en ellas unos ojos color chocolate y esbozó una ebria y encantadora sonrisa.
Lali puso los ojos en blanco y Julieta casi escupió la cerveza que estaba tomando cuando le dio un ataque de risa.
—Bueno, ha llegado el momento de que me despida por hoy —dijo al tiempo que se levantaba del taburete. La sensación en su nuca se estaba convirtiendo en un irritante pinchazo.
Casey suspiró con fuerza.
—La me abandona, Juli. Acabará por romperme el corazón.
—Tu corazón acabará ahogándose en cerveza, Casey —se rió Julieta—. Vamos, juguemos una última partida de billar.
Casey se tambaleó al ponerse en pie con las pupilas dilatadas de placer.
—Como quieras. —La amplia sonrisa masculina resultó ligeramente torcida.
Antes de dirigirse a la salida, Lali volvió la mirada hacia la barra y escrutó de nuevo a los presentes en busca de algo que le llamara la atención. Todo inútil.
—Buenas noches, Mar —gritó el camarero cuando se acercó a la puerta.
La joven no se detuvo hasta el último momento, casi traicionándose a sí misma al no reaccionar ante su nuevo nombre.
Mar. Todavía no se había acostumbrado a que la llamaran así. No le resultaba familiar, no se terminaba de hacer a la idea, pero era el nombre que Peter había elegido, la identidad que él había creado para ella, así que intentaba aceptarla.
—Buenas noches. —Levantó la mano para despedirse y atravesó la puerta trasera, pasando ante la pequeña lavandería antes de llegar al aparcamiento.
Era una zona pequeña, apenas capaz de albergar una docena de vehículos. No se atrevía a aparcar allí el Viper, ya que le aterraba que alguno de los clientes saliera demasiado bebido y le diera un golpe.
Era su orgullo y su alegría. Lo único que le quedaba de Peter. Lo único que tenía para recordar el tiempo pasado con él.
Un maldito coche. ¿No era una pena? Y lo que resultaba aún más triste era pensar lo mucho que le reconfortaba tenerlo.
Cruzó a paso rápido al otro lado de la calle y se dirigió hacia las sombras donde había aparcado el deportivo con la llave entre los dedos.
Apretó el botón del control remoto del Viper cuando pisó la acera. Se encendieron las luces del vehículo y el motor empezó a ronronear. Rodeó la parte trasera del coche y en unos segundos estaba sentada detrás del volante.
Antes de meter la marcha, desactivó la alarma y esperó la confirmación de que no había nada extraño en la parte inferior del automóvil.
Ni un localizador ni una bomba. Cualquiera de las dos cosas hubiera servido para confirmar que la picazón que notaba en la nuca estaba justificada.
No había nada. «Todo en orden.» Las palabras brillaron intermitentes en la pantalla digital, informándole de que el coche era seguro.
Había vivido demasiado tiempo huyendo, demasiados años escondiéndose y preocupándose antes de que Peter la hubiera aceptado en la Unidad. Esa era la razón de su creciente paranoia actual. No estaba acostumbrada a la sensación de libertad.
Aceleró y salió del aparcamiento. Una vez en la calzada, se dijo a sí misma que aquellos años habían quedado atrás. Tenía que aprender a relajarse en vez de vivir pendiente de luchar y huir. Pero, sencillamente, no sabía cómo ser libre. Incluso camino de casa, con las carreteras casi desiertas, seguía buscando entre las sombras.
El trayecto era corto, y el escaso de tráfico en las calles le aseguró que nadie la perseguía. Pero seguía notando aquel hormigueo en la nuca y sus sentidos continuaban alerta.
En el pasado, habría confiado en su instinto y se habría alejado de esa zona como alma que lleva el diablo. Habría empaquetado todas sus pertenencias y huido a cualquier otra parte. Aquél era el período más largo de su vida viviendo en un mismo lugar, a excepción del apartamento en la base de la Unidad. Allí había permanecido ocho años. Durante ese tiempo tuvo la sensación de que tenía casa y familia; sin embargo, no se dio cuenta de que eso era lo que sentía hasta que todo hubo acabado.
Una vez que el equipo se disolvió, no había vuelto a tener contacto con nadie. Cada uno siguió su camino y, aunque conservaba el teléfono vía satélite de la extinta Unidad, no había recibido ninguna llamada. La habían olvidado.
¿Realmente esperaba otra cosa?, se burló para sus adentros. Era la hija del proxeneta que ordenó la tortura de Yeyo. Del monstruo que había mandado secuestrar a una joven que acabó convirtiéndose en la esposa de Victorio. Del despiadado ser que asesinó a los padres de Ian.
Había días en los que incluso le asombraba que la hubieran dejado vivir. Por supuesto, el que hubiera sido ella la que propició la muerte de su padre contribuyó a que la toleraran y la dejaran formad parte del equipo. La protegieron y le proporcionaron una vida seguirá mientras permaneció en la Unidad.
Y ahora tenía que admitir que no se esperaba que la abandonaran una vez que todo acabó. Había esperado recibir al menos alguna llamada de Dani, o de Rochi. No que la relegaran al olvido más absoluto.
Cuando salió de la base por última vez se dio cuenta de que huir no era una opción. Estaba cansada de hacerlo incluso antes de unirse a las Fuerzas Especiales. Así que, finalmente, echó raíces, pero hasta ese momento no había sabido lo profunda y firmemente que éstas habían arraigado. Hasta que comenzó a presentir que le acechaba el peligro y decidió que, en esta ocasión, se enfrentaría a lo que fuera en vez de huir.
Cuando llegó al camino de acceso a su casa, la puerta del garaje se deslizó con suavidad para permitirle entrar. Esperó a que la puerta se cerrara a su espalda y luego la pantalla luminosa del coche le indicó de nuevo que todo estaba en orden. Entonces apagó el motor, y tiró del freno de mano.
A su puerta no se acercaba ninguna girl scout vendiendo galletas. Los vecinos no la visitaban a menudo, pero la saludaban con la mano al verla pasar y, algunas veces, cuando cortaba la hierba o podaba las flores, se detenían a charlar con ella. Una vez, una pareja la había invitado a una fiesta en su casa. No asistió. Se limitó a observarles escondida en las sombras de su patio, dividida entre el asombro y la envidia ante la inocente diversión que estaba presenciando. En aquella ocasión, pensó que estar allí fuera era casi como estar dentro.
La ilusión le sirvió para contenerse y permanecer agazapada. Las lecciones del pasado estaban demasiado arraigadas: permanecer escondida, mantener la distancia con todo el mundo, protegerse de un desconocido enemigo que podría atacarla en cualquier momento.
Era mucho más conveniente no tener amigos, aunque se sentía satisfecha teniendo vecinos. Veía la rutina de otras personas y eso le bastaba.
El barrio donde vivía era tranquilo y su nueva vida se desarrollaba de forma serena y apacible. Le gustaba pensar que en los meses transcurridos desde que se había mudado a aquella casa se había curado una parte de su alma.
Entonces, ¿por qué demonios estaba tan inquieta?
Salió del coche y lo cerró con suavidad antes de dirigirse a la puerta que comunicaba el garaje con la cocina.
El sistema de programación encendió las luces al instante. Odiaba entrar en una casa a oscuras, igual que odiaba entrar en una casa vacía.
Quizá había llegado el momento de tener un gato. O mejor todavía, uno de esos perrillos falderos que siempre había deseado. Porque si continuaba dejándose llevar la soledad que la atenazaba, iba a terminar por volverse loca.
Cerró la puerta con llave y conectó la alarma antes de darse la vuelta y observar la cocina americana, el comedor y la sala de la casita que se había comprado.
¡Había comprado una casa! Marianella Rinaldi tenía una hipoteca. No podía huir. Tenía un negocio con empleados y responsabilidades. No quería huir. No quería regresar a aquel tiempo en el que su vida era un completo infierno.
Para variar, ansiaba vivir.
Le había llevado un tiempo decidir qué tipo de casa le gustaba y dónde desearía vivir. Pero en el instante que vio aquella casita con su patio, se enamoró de ella.
Se había decidido a trasladarse a Hagerstown por Julieta. Había vigilado a la joven desde que ésta llegó, procedente de Inglaterra, para asistir a la universidad de Maryland. Era una tradición familiar que los Espósito enviaran a sus hijos a las mejores universidades americanas para completar su educación antes de casarse.
Había observado desde lejos a su prima, pero no llegó a imaginar que surgiera la oportunidad de conocerla. Julieta había llegado a Hagerstown poco antes de que la Unidad hubiera sido desmantelada, se alojó en el apartamento que dispuso su familia y, a diferencia de sus otras primas Espósito, buscó de inmediato trabajo a tiempo parcial. Cuando Lali la contrató para trabajar en la empresa que había adquirido, la joven le confesó que jamás había tenido un empleo.
Julieta era de su familia; algo que ella nunca había tenido. No había esperado nunca llegar a relacionarse con su prima; de hecho, ni siquiera lo había pensado. Fue la propia Julieta quien la encontró. Solicitó trabajo la misma semana que Lali asumió la dirección de la pequeña empresa de proyectos para jardines, y no pudo negarse a contratarla. A partir de ahí siguió tratando con la simpática muchacha y haciéndose su amiga, aunque le preocupaba que esa amistad pudiera poner en peligro a su prima. Y tenía que admitirlo, Julieta era una buena diseñadora. Estudiaban juntas los proyectos de ajardinamiento antes de que ella hiciera los presupuestos, y luego era Julieta quien supervisaba la realización.
Formaban un equipo fabuloso. Odiaba pensar que el talento de su prima llegara a verse desperdiciado si la familia se enteraba de que estaba trabajando.
Emitió un suspiro de cansancio. A pesar de todo eso, Juli no fue la única razón de que se hubiese establecido allí. Uno de los miembros de la antigua Unidad vivía cerca con su esposa y los otros visitaban Washington D.C. a menudo. Se había preguntado si quizá alguno se pondría en contacto con ella, pero nadie la llamó y Lali tenía demasiado orgullo para dar el primer paso.
Suspiró de nuevo y atravesó el terrazo del suelo de la cocina hasta la brillante madera de la salita. Los colores cálidos eran siempre una agradable bienvenida en noches como ésa, en las que le parecía que jamás se libraría del miedo que la había perseguido durante la mayor f parte de su vida.
Las tonalidades anaranjadas del sofá, el sillón y las sillas armonizaban a la perfección con los tonos terrosos de los cojines y la manta ligera. Alfombras de colores intensos cubrían el suelo y las vibrantes cortinas impedían que ojos indiscretos la espiaran por las ventanas. Era su casa; perderla la destrozaría.
Esa noche no se detuvo a ver la televisión ni a coger otra cerveza. No se entretuvo en el ordenador para comprobar el correo electrónico y una simple mirada de reojo al teléfono le indicó que no tenía mensajes ni llamadas perdidas.
Santo Dios, qué vida tan patética. En los ocho meses que llevaba allí no había hecho demasiados amigos ni se había acostado con nadie. Cada parte de su cuerpo le impelía a huir, pero otra, mucho más importante, le obligaba a quedarse y luchar.
Nada más entrar en el dormitorio comenzó a desabrocharse la blusa de seda blanca que había combinado con unos pantalones vaqueros. Sólo quería darse una ducha e ignorar los intensos latidos de su corazón. Le palpitaba con tanta fuerza que apenas podía respirar a causa el terror que inundaba su cuerpo. Dios, aquellos ataques de pánico comenzaban a volverla loca.
Debería haber hecho caso a su instinto.

Continuará...

22 comentarios:

  1. noooooooooooooooooooooooo
    massssssssssssssssssss
    porfis m,as
    esta re interesante ke
    intuitiva ke resulto ser
    jejejeje
    massssssssssssssssssssssss
    =)

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  2. Muy bueno!Q fea esa sensacion q tiene!

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  3. Q complicado q es su pasado!Realmente vivir en la Unidad todos esos años le deben haber servido para sentirse segura peroo ahora se encuentra nuevamente con ese pasado q la persigue!Q llegue Peter!

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  4. LALI pobre sentir k te vigilan y no poder hacer nada.

    LALI ojala no le pase nada y logre seguir adelante.

    ME ENCANTOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO

    MASSSSSSSSSSSSSSSSSS

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  5. me encanto!!!!!! ya quiero saber como va hacer ese reecuentro laliter!!
    espero más nove

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  6. Es peter??? o agustín el que siente que la vigila Pobre lali se siente sola!! más!!

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  7. Después d la experiencia ,me da k está más k capacitada ,pero el miedo es libre .Buenísimo k sienta k la siguen y aunque ella se crea paranoica,es muy intuitiva.

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  8. K joya d padre,menos mal k está muerto ,xk mejor perderlo k encontrarlo.

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  9. Quien será quien la vigila?? Acaso será el equipo de Peter o será de los malos???
    Su prima si en buena????
    Tengo muchas preguntas :) espero el próx. Cap gracias!!!!
    @Titel842

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  10. Feliz día internacional d LA PAZ.

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  11. Casey no sera uno de las Fuerzas Especiales que Peter mando para controlar a Lali? Espero que sea Pitt o alguien de la F.E. y no uno de los quieren matarla!!
    Espero el proximo
    Besos

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  12. maaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaas =)
    @RochiMyWorld_

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  13. Hahahahaha esta buenísima uuu lali es súper negativa espero q pronto cambie la actitud hahah q intriga mas mad

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  14. maaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaas

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  15. chan espero que no le pase nada malo :/ @LuciaVega14

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