Capítulo 33

3 capítulos para el final... seguimos con el maratón?? Comenten muchooo!!

Permanecieron allí sentadas charlando durante más de una hora, como si se conocieran de toda la vida, y aunque no podían proceder de mundos más distintos, Lali tuvo la impresión de que había encontrado en la madre de Peter a una amiga.

Aunque no pudiera tener la seguridad de que él estaría ahí para el bebé y para ella, sabía que la señora Lanzani nunca le fallaría, y eso la hizo sentirse menos sola. 

Capítulo 33

A Peter le pareció que las cosas empezaron a ponerse muy raras tras la llegada de su madre. O quizá lo que estaba ocurriendo era lo normal… pero para él era raro porque no era lo que había esperado que ocurriese.

Al contrario de lo que se había temido, por el momento su madre y él no habían tenido un solo encontronazo, y Lali y ella se habían vuelto prácticamente inseparables. Las dos salían juntas a dar largos paseos por los jardines, iban de compras a la ciudad, y su madre hasta había acompañado a Lali a su revisión con el ginecólogo en el séptimo y el octavo mes de su embarazo.

Más aún; como su madre tenía pensado quedarse hasta que diera a luz, había apuntado a Lali a unas clases de preparación para el parto dos veces por semana, y la acompañaba sin faltar ni un solo día.

Eran capaces de pasarse horas charlando las dos, y Peter no sólo no podía imaginar qué podían tener en común, sino que le maravillaba que nunca se les agotasen los temas de conversación.

Su madre incluso había logrado que los medios de comunicación los dejasen tranquilos. Un día unos reporteros las habían acorralado a Lali y a ella en un centro comercial y tras plantarle los micrófonos y las cámaras delante le habían preguntado: «¿Cómo se siente ahora que va a ser abuela?».

Su madre había entrelazado su brazo con el de Lali, y con una sonrisa radiante y sincera había contestado: «Mi marido y yo estamos encantados, y nos sentimos muy felices por nuestro hijo y por Lali. Y ahora si nos disculpan tenemos aún muchas compras por hacer».

Siempre había tenido una gran facilidad para ganarse a los medios.

En un principio Peter se había sentido algo aturdido por el modo en que había llegado y lo había revolucionado todo, pero en el fondo le gustaba tenerla allí, y estaba disfrutando con el hecho de estar experimentando por primera vez lo que era tener una verdadera vida en familia.

Claro que aquello no duraría para siempre. Tres semanas después, cuando el bebé naciese, todo cambiaría, y tenía la sensación de que él se quedaría solo mientras que Lali le «robaría» a su madre.

Incluso la señora Garcia había estado inusualmente amable con ella últimamente.

Tal vez debería sentirse irritado por las circunstancias, o incluso dolido de que su madre y el ama de llaves prefiriesen a Lali, pero se veía a la joven tan feliz…

Una noche, después de hacer el amor, le había dicho que era la primera vez en su vida que se sentía querida. Incluso le había dado las gracias por compartir a su madre con ella.

Y entonces… entonces había empezado a preguntarse una vez más si no habría quizá un modo de hacer que aquello funcionase, si…

De pronto la puerta de su despacho se abrió con brusquedad, y tras ella apareció su madre, blanca como una sábana.

—¡Lali se ha caído!

El corazón le dio un vuelco a Peter, que se levantó de la silla como un resorte y la siguió fuera. Al llegar al rellano de las escaleras en el piso de abajo vio a Lali sentada en el suelo de mármol con ambas manos cerradas en torno a su tobillo izquierdo y el rostro contraído de dolor. La señora Garcia estaba acuclillada a su lado, visiblemente preocupada.

No había sangre; Lali no estaba inconsciente; parecía que no se había roto nada. Estaba bien.

Respiró aliviado, y con el corazón latiéndole aún como un loco se arrodilló junto a ella.

—¿Qué ha ocurrido?

—Ha sido el tobillo que me operaron —respondió ella—. Se me torció cuando estaba bajando las escaleras.

—Tienes que tener más cuidado —la reprendió él.

No había sido su intención hacerlo, ni enfadarse con ella cuando lo que necesitaba Lali era que la reconfortasen, pero las palabras habían abandonado sus labios antes de que pudiera retenerlas.

Su madre y la señora Garcia lo miraron como si fuera un ogro.

—No ha sido culpa mía —protestó Lali, más dolida que enfadada—. Supongo que ha sido por mi peso y porque lo tengo hinchado por la retención de líquidos.

—¿Puede caminar? —le preguntó la señora Garcia.

—Creo que s… —comenzó a decir Lali, pero antes siquiera de que intentara levantarse se inclinó hacia delante y se llevó las manos al vientre con un gemido de dolor.

Peter sintió una punzada en el pecho.

—¿Qué pasa?

—El vientre… —murmuró ella—. ¿También vas a echarme la culpa de que me duela?

La madre de Peter cruzó con éste una mirada preocupada.

Al cabo de unos instantes Lali se irguió con el entrecejo ligeramente fruncido.

—Qué raro… Se me ha pasado.

—¿Te sientes mejor? —inquirió la señora Lanzani.

Lali asintió.

—Parece que sí.

—Espera, te ayudaremos a levantarte —le dijo la madre de Peter.

Miró a su hijo en un gesto mudo para que la ayudara, pero Peter se sentía como si se hubiese convertido en piedra y no pudiese moverse.

Todo aquello era culpa suya. No debería haber dejado que subiera y bajara las escaleras. Debería haberle insistido en que usara el ascensor. Si perdiera al bebé no se lo perdonaría.

No, no iba a perderlo, se dijo intentando tranquilizarse. Lali estaba bien; su reacción estaba siendo desproporcionada.

Su madre y la señora Garcia ayudaron a Lali a ponerse en pie, y Peter vio a la joven hacer una mueca de dolor cuando apoyó el peso en el tobillo.

—¿Puede andar? —le preguntó la señora Garcia.

—Creo que sí —respondió Lali.

Sin embargo, apenas había intentado dar un paso cuando volvió a inclinarse hacia delante agarrándose el vientre con ambas manos.

—¡Ay!, ¡me duele!

No podía haberse puesto de parto; era demasiado pronto, se dijo Peter angustiado. Todavía faltaban tres semanas para que saliese de cuentas.

—Quizá deberíamos llevarte a que te viera el médico —dijo Peter.

Habría querido que su madre y la señora Garcia le dijeran que no se preocupara, que Lali estaba bien, que aquel dolor no era nada anormal, pero ambas permanecieron en silencio con expresión preocupada y Lali alzó el rostro hacia él, visiblemente asustada, y le respondió:

—Sí, no sería mala idea.

Continuará...