Capítulo 20

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—¿Confiar en mi instinto? —repitió.

—Nunca te engañará —dijo él apartándole el cabello del rostro con ternura. Era tan suave y brillante…

La deseaba más de lo que había deseado ninguna otra cosa en su vida.

—Entonces confiaré en lo que me está diciendo ahora mismo —dijo Lali.

  

Capítulo 20

Se puso de puntillas, le rodeó el cuello con los brazos, y le dio un beso tan apasionado que Peter casi creyó que iba a estallar en llamas.

La semana no había acabado… pero a Lali no podía importarle menos. Se aferró a Peter y lo besó con avidez, casi con desesperación. Se entregó a ese beso en corazón y alma para hacerle saber sin palabras hasta qué punto lo deseaba y cuánto lo necesitaba.

Al cabo de un rato, sin embargo, se dio cuenta de que Peter no estaba respondiéndole. Ni siquiera le había rodeado la cintura con los brazos. De hecho, se había quedado quieto y estaba muy rígido, como si… como si fuese una estatua de cera.

Lali despegó sus labios de los de él y echó la cabeza hacia atrás para mirarlo. A la luz de la lámpara de araña que colgaba del techo sus ojos grises tenía un brillo extraño, y el estómago le dio un vuelco.

Su respiración se había tornado jadeante por el beso y los latidos de su corazón resonaban ensordecedores en sus oídos, pero Peter estaba mirando más allá de ella, y sus facciones estaban tensas.

—¿Hola?, ¿hay alguien en casa? —lo llamó Lali con voz ronca.

Peter tragó saliva y bajó la vista lentamente hacia ella. Sus ojos se habían tornado de repente del color que adquiere el cielo antes de que descargue la tormenta, pero no dijo nada, ni se movió, ni la tocó, mientras que Lali permanecía colgada de sus hombros como si fuese una capa humana.

—¿Sabes?, te has perdido un beso de los buenos —le dijo ella sin apartar sus ojos de los suyos.

—No me lo he perdido, te lo aseguro.

Lali ladeó la cabeza y estrechó los brazos en torno a su cuello.

—Mmm. ¿Y por qué no te has unido a mí? Es más divertido si no es uno solamente el que besa.

Peter inspiró profundamente y Lali sintió los fuertes latidos de su corazón contra su pecho.

—La semana aún no ha terminado —apuntó él entre dientes.

—¿Qué?

Lali lo había oído, pero no podía creer lo que le había dicho.

—He dicho que la semana no ha acabado; de hecho no acabará hasta mañana —murmuró Peter. Su mandíbula se contrajo—. Hicimos un trato.

—Así que no vas a hacer nada hasta que oficialmente haya pasado la semana.

—Ése fue el trato.

No le daba la impresión de que aquello lo hiciera muy feliz, pero sí parecía decidido a mantener ese trato. Una parte de Lali apreció el gesto, porque demostraba que podía confiar en que mantendría su palabra, pero…

Le peinó el pelo con los dedos, rascándole suavemente el cuero cabelludo con las uñas, y se sonrió cuando lo vio cerrar los ojos y apretar los dientes.

—La cuestión es… que no… Quiero… esperar… —le susurró, imprimiendo pequeños besos por la línea de su mandíbula con cada palabra.

Peter emitió un gruñido, un gemido casi animal, y algo dentro de Lali se estremeció. Nunca había deseado a nadie como lo deseaba a él en ese momento. Era tan alto, tan fuerte, tan seguro de sí mismo… tenía un carácter un poco difícil a veces, pero era un hombre honorable. Quizá aquélla fuese una palabra anticuada, pero era la palabra que mejor lo definía. Además, Peter no le tenía miedo a su padre, lo cual también le gustaba, y la trataba de igual a igual, algo que le resultaba muy sexy en un hombre.

Por no hablar de las cosas que sabía hacer con sus manos, añadió. Con un sólo dedo había conseguido hacerle sentir cosas que ningún otro hombre le había hecho sentir antes.

—Lali… —murmuró con una voz tan tensa como lo estaba en ese momento el resto de su cuerpo—. Has tenido un día difícil… estás disgustada…

—Peter, deja de ser tan condenadamente… comprensivo —suspiró ella dejando que su aliento acariciase la base de su cuello.

La vena que había en ese punto palpitó con fuerza ante el estímulo, y sonrió satisfecha.

Lo miró a los ojos, y el fuego que había en ellos prendió en ella, propagándose por cada centímetro de su cuerpo.

—Más vale que estés segura —murmuró Peter con voz ronca.

Lali sonrió y sacudió la cabeza.

—Si estuviera más segura habría saltado sobre ti.

Peter inclinó la cabeza, posó sus labios sobre los de ella, y la besó con el mismo ardor con que ella lo había besado momentos antes.

Lali se aferró a sus hombros, y sin pensarlo se tiró de cabeza a las aguas del río de la pasión. Los labios de Peter devoraron los suyos mientras sus lenguas se enredaban, y le rodeó la cintura con los brazos apretándola contra sí de tal modo que Lali casi temió no poder respirar, aunque a una parte de sí no le habría importado con tal de que el beso no terminase nunca.

Una semana atrás no habría creído que pudiera llegar a sentir lo que estaba sintiendo en ese momento. Claro que una semana atrás para ella Peter había sido tan sólo un extraño, y la solución al problema de Benjamin Amadeo. Pero aquella noche no, aquella noche Peter era para ella mucho más.

Sabía que podía contar con él, que formaban un equipo. La había reconfortado, se habían reído juntos, la había irritado… Ocupaba su mente todo el tiempo, y por las noches estaba en sus sueños.

Las manos de Peter subían y bajaban por su espalda, y Lali se dijo que quería sentirlas sobre su piel. Quería sentir su calor, que dejara en ella la impronta invisible de cada uno de sus dedos, que la acariciara llevándola más y más alto.

Peter despegó sus labios de los de ella y bajó la cabeza al hueco de su cuello. Su boca y sus dientes estimularon esa zona, haciendo que deliciosos escalofríos, como pequeñas descargas eléctricas, le recorrieran la espina dorsal.

—Peter…

—No más palabras —murmuró él contra su garganta—. Esta noche vamos a concentrarnos sólo en las sensaciones.

—Sólo en las sensaciones —repitió ella asintiendo—. No pares, quiero que sigas.

—Bien, porque yo tampoco quiero parar.

Sus labios descendieron en un reguero de besos hasta la base en el lateral de su cuello, y Lali echó la cabeza hacia atrás rogando para que su boca permaneciese allí un minuto más, o dos… o eternamente.

—Te deseo tanto… —murmuró Peter en un susurro jadeante, cargado de deseo.

—Yo también te deseo —respondió ella, frotando sus manos arriba y abajo por su espalda.

Le habría gustado tener poderes para quitarle la chaqueta y la camisa con un parpadeo.

Las manos de Peter se deslizaron entre sus cuerpos, y sin dejar de besarle y mordisquearle el cuello comenzó a desabrocharle la blusa.

—Date prisa —le susurró Lali ansiosa.

Peter, que tampoco podía esperar, los satisfizo a ambos pegando un tirón y haciendo que salieran disparados los botones restantes por todo el salón. Le bajó la camisa por los hombros, le sacó las mangas, y finalmente todo lo que quedó entre Lali y sus manos fue el sostén. También de esa prenda se deshizo en un instante, y al momento siguiente estaba apretando las palmas de las manos contra las circunferencias de sus senos. Estimuló los pezones con el pulgar y el índice de ambas manos, tirando luego suavemente de ellos, y pronto a Lali le fallaba el aliento y sólo podía rogarle entre jadeos que siguiera.

—Con la boca… —susurró—… usa la boca…

Peter no se hizo de rogar. Llevaba días sin pensar en otra cosa más que en ese momento, y parecía que hubiesen sido años.

Cada noche la había tenido a su lado, a sólo unos centímetros, pero se había propuesto firmemente respetarla, como le había prometido. Por eso se había esforzado por centrarse en el trabajo, pero le había resultado casi imposible, porque a cada hora, a cada minuto, se acordaba de ella.

Se había dicho que al día siguiente por fin la tortura habría acabado, que una vez hubiese yacido con ella, que una vez la hubiese hecho suya, se sentiría satisfecho, y que su mundo volvería a la normalidad, pero en ese momento dudó que eso fuese a ocurrir.

Sus suspiros, sus besos, y sus caricias no hacían sino aumentar su deseo de ella, y no creía que fuese a saciarse jamás.

Cayendo de rodillas frente a ella, recorrió su cuerpo con las manos, de arriba abajo, y cuando sus manos alcanzaron la cinturilla de la falda, bajó la cremallera y tiró hacia abajo de la prenda, llevándose con ella las braguitas negras de encaje. Luego, se quedó admirándola, allí de pie frente a él, desnuda, dispuesta, y tan ansiosa como él.

Las rodillas le temblaron, pero Peter la sujetó por las nalgas y la sostuvo al tiempo que le abría las piernas lentamente a pesar del deseo que lo sacudía por dentro.

Se inclinó hacia delante, y comenzó a estimular con la boca su monte de Venus, saboreándola mientras ella jadeaba y se balanceaba hacia delante y hacia atrás. La lengua de Peter lamió suavemente entre sus pliegues, concentrándose en el punto más sensible.

—¡Peter!

Los dedos de Lali asieron su cabello, y la joven cerró las piernas al tiempo que se inclinaba hacia delante, como temerosa de que fuese a parar.

Pero Peter no podía parar; no quería parar. No hasta que la sintiese derretirse, no hasta que se rindiese a él y saborease los jugos de su placer. Siguió estimulando a lametazos su volcán, y sus manos le apretaron las nalgas cuando ella empegó a sollozar, diciéndole que no parara, para finalmente gritar su nombre y estremecerse entera.

Cuando el último de los temblores hubo pasado, la tendió en el suelo, sobre la mullida alfombra oriental. Lali se quedó allí tumbada, jadeante, y lo observó mientras se quitaba la ropa y luego se colocaba sobre ella. La joven sonrió débilmente, y levantó las manos para acariciarle el rostro.

—Oh, Peter, ha sido…

Se quedó callada, como si no pudiera encontrar el adjetivo adecuado, y él terminó la frase por ella:

—…ha sido sólo el principio.

Continuará...