Capítulo 29

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—Claro que es lo mismo —insistió Peter rodeando el escritorio para sentarse—. He vencido en negociaciones que eran mucho más complicadas que esto, así que espera y verás. Estoy enamorado de Lali, y sé que ella también lo está de mí —se quedó callado un momento, como pensando en ello, y asintió con la cabeza—. Sí, estoy seguro. Lo único que tengo que hacer es conseguir que lo admita antes que yo. No puede ser tan difícil.

Gaston enarcó las cejas.

—Sólo te ha faltado decir eso de «o moriré en el intento»…

Capítulo 29

—Es nuestro padre, Lali —le dijo Cande a su hermana mientras cruzaban uno de los salones de la mansión—. Por supuesto que voy a apoyarlo en esto; y tú también deberías hacerlo.

—Lo he intentado; sabes que lo he intentado - le dijo Lali sacudiendo la cabeza.

Sabía que Cande no la escucharía, que no quería escucharla… y la apenaba. Siempre habían estado muy unidas, pero con el escándalo del hijo ilegítimo de su padre era como si todos en la familia estuviesen poniéndose de parte de un bando u otro, y según parecía esa vez su hermana y ella estaban cada una en uno.

—En serio, Lali —masculló Cande irritada—: oyéndoos hablar a Agus y a ti cualquiera pensaría que nuestro padre es un monstruo.

El dolor de cabeza de Lali estaba aumentando por momentos. En fin, al menos Agus opinaba igual que ella.

Mientras cruzaban el salón, Lali miró en derredor, asegurándose de que todo estuviese dispuesto para el banquete de boda que se iba a celebrar allí el día siguiente. Las mesas redondas estaban cubiertas con manteles de color melocotón claro, a juego con las sillas, y sobre cada una de ellas había un jarrón de cristal vacío, donde colocarían las rosas blancas que llegarían por la mañana.

Alineadas junto a la pared más alejada, había varias mesas un poco más pequeñas para los novios y la familia más allegada, y en el otro extremo un área despejada para que la gente pudiese bailar.

Por las puertas abiertas de los balcones a ambos lados del salón se filtraba una suave brisa que transportaba el perfume de las rosas de los jardines.

Todo estaba perfecto.

Cande se había detenido a apuntar algo en la carpeta que llevaba, y ella se paró también. La expresión tozuda en el rostro de su hermana hizo que le entraran ganas de tirarle de los pelos. Era obvio que Cande, a diferencia de ella, no había aceptado aún la verdad sobre su padre, y seguía obcecada en defenderlo.

Su madre, Lilah, se negaba a hablar siquiera sobre el asunto del hijo ilegítimo de su marido. De hecho, Lali tenía la impresión de que, no hablando de ello, pretendía fingir que no pasaba nada, que su vida era tan perfecta como quería hacerle creer a la gente que era.

A su prima Rochi nunca le había caído bien su padre, pero su hermano Jaime, en cambio, era su mano derecha. Cande y él insistían en que todo se solucionaría, en que el hombre al que se obstinaban en defender no necesitaba ser defendido porque no era culpable, y Lali estaba empezando a cansarse de discutir.

—Está bien, lo siento —le dijo a su hermana poniéndole una mano en el brazo—. No volveremos a hablar de papá, ¿de acuerdo?

Cande suspiró, esbozó una sonrisa, y apretó la mano de Lali sobre su brazo.

—Gracias. Antes o después papá dará una explicación a todo esto, ya lo verás, y los rumores se disiparán —le dijo.

—Espero que tengas razón —murmuró Lali.

Ella no contaba con que ocurriera. De hecho, tenía la impresión de que, por lo que se refería a su padre, las cosas no mejorarían, sino que empeorarían. Sólo esperaba que el golpe no fuese demasiado duro para Cande cuando se topara de bruces con la realidad; cuando finalmente viera a su padre como lo que era.

Durante los días siguientes Lali se sentía… inquieta. Tenía la sensación de que algo iba a ocurrir.

Con el sol calentándole la espalda, continuó caminando por los viñedos. Le encantaba el olor de las vides y el olor de la tierra removida, y le en—cantaba pasear por entre las ordenadas filas. Le daba una sensación de arraigo, de calma, pero aquella mañana ni siquiera eso parecía poder disipar la sensación de que algo terrible iba a suceder.

—Te estás poniendo un poco dramática; tienes que relajarte —se reprochó en voz alta, mirando en derredor para asegurarse de que no había nadie que pudiese pensar que estaba loca al verla hablar sola.

Pero, ¿cómo iba a relajarse? Aunque no leyese los periódicos ni viese la televisión, los problemas por los que estaba atravesando su familia seguían estando ahí. Y cada vez era más consciente de quién era el responsable de todo aquel desastre: su padre.

—Eh, hablar cuando se está solo no es buena señal.

Lali se volvió tan rápido al oír la voz de su hermano, que el tacón de uno de sus zapatos se engancho en una raíz y habría caído al suelo de bruces si él no la hubiese sostenido.

—Gracias —murmuró—, pero la próxima vez, si vas a darme un susto, al menos hazlo cuando esté descalza.

Agus sonrió, y Lali no pudo evitar sonreír también. Su hermano medía sus buenos dos metros, tenía una constitución musculosa, ojos como los suyos, y el cabello castaño claro. Era un verdadero imán con las mujeres.

—No hace falta que me des las gracias —le dijo él socarrón—; en realidad te he sujetado porque me preocupaba que pudieses cargarte las raíces de esta vid —añadió agachándose para asegurarse de que no se habían partido.

—Vaya, qué bien. Ahora resulta que las vides son más importantes para ti que tu hermana.

—Bueno, si pudiésemos hacer vino exprimiendo tu cabecita sería otra historia —bromeó él, poniéndose de pie y le dio un toque en la nariz con el índice.

Lali miró con cariño a su hermano mayor, por quien siempre había sentido verdadera adoración, aunque de pequeños le hubiese quitado y escondido los juguetes para hacerla rabiar.

Agus siempre había estado a su lado, dispuesto a escucharla, a darle consejo… incluso aunque no lo quisiera, pensó reprimiendo una sonrisa.

Ese día, en cambio, no le iría mal tener su opinión. Quizá por eso había ido a pasear por los viñedos, porque inconscientemente había ido al lugar donde sabía que podría encontrar a Agus, porque su corazón le había susurrado que necesitaba hablar con alguien que pudiese comprenderla.

—¿Por qué te has puesto tan seria de repente? —le preguntó él mirándola—. Ah… has visto lo que publican hoy en el periódico.

—No, hace casi dos semanas que no leo los periódicos.

Agus contrajo el rostro.

—Ah. Entonces no lo sabes.

A Lali le dio un vuelco el corazón.

—Oh, Dios —murmuró—. ¿Qué ha pasado ahora?

Agus le rodeó los hombros con el brazo, y comenzó a andar con ella.

—Uno de esos reporteros que andan a la caza de cualquier cosa que pueda ser noticia parece que se había cansado ya de repetir la misma historia sobre nuestro pequeño hermanastro…

—¿Y? —inquirió Lali.

No quería saberlo, pero la ansiedad la estaba matando.

—Y parece que nuestro padre guarda más secretos en su armario de lo que habríamos podido imaginar —dijo Agus con un suspiro que Lali no supo muy bien si era de repulsa o de frustración.

Continuará...