Capítulo 10

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Alargó la mano para alcanzar el pomo, pero el ama de llaves se interpuso entre la puerta y ella.

—No va a entrar; ya le he dicho que el señorito Peter no quiere que lo molesten.

Capítulo  10

—Pero, Juanzito… ¡hace tanto que no nos vemos…!

Peter suspiró y sacudió la cabeza. Dios, cómo odiaba que su madre lo llamara así. A los diez años aquel diminutivo había empezado a parecerle odioso; en su adolescencia le había resultaba de lo más embarazoso; y estaba convencido de que su madre seguía llamándolo de ese modo sólo para fastidiarle.

—Lo siento, mamá, pero es que no es un buen momento para que vengas de visita.

Ni lo sería hasta que Lali diese a luz y se fuese. ¿Por qué sería que no había tenido noticias de sus padres desde hacía meses y de repente tenía que llamarlo su madre, diciéndole que quería ir a verlo?

Decididamente el problema entre su madre y él era que siempre iban a destiempo. No había estado a su lado en ninguno de los momentos que para él habían sido importantes porque siempre estaba ocupada con el rodaje de alguna película, y a veces se decía que si hubiese podido pagar a otra mujer para que diese a luz por ella, lo habría hecho.

—Te prometo que no me entrometeré en tus cosas. Ni siquiera notarás mi presencia.

—Mamá, no puede ser, de verdad —le dijo Peter una vez más—. Tengo tanto trabajo que no creo que pudiera pasar mucho tiempo contigo, y además lo más probable es que tenga que pasar una temporada en Los Ángeles —por supuesto era mentira; no tenía ninguna intención de salir de la ciudad… ni de la casa, de hecho—, y ya sabes cómo detestas Los Angeles.

Cuando oyó a su madre suspirar decepcionada se sintió mal consigo mismo, y eso lo irritó. ¿Por qué tendría que sentirse mal cuando a ella no le había importado dejarlo atrás para irse fuera durante varias semanas por un rodaje, o para acudir a algún estreno en distintas ciudades del mundo?

No, no tenía ningún derecho a esperar nada de él… pero aun así se sentía culpable por haberle dicho que no podía ir a verlo.

De pronto oyó voces en el pasillo. Dios, ¿ya estaban discutiendo otra vez la señora Garcia y la cocinera?

—Mamá, tengo que dejarte.

—Pero, Juanzito…

—Lo siento, en serio; es que ha surgido algo de repente. Te llamaré más tarde, te lo prometo.

«Sí, unos cinco meses más tarde», se dijo colgando el aparato antes de que su madre siguiera insistiéndole.

Se levantó, y para su sorpresa cuando abrió la puerta se encontró a la señora Garcia de espaldas a él con los brazos extendidos como si estuviese haciendo guardia frente a su despacho. ¿Qué diablos…?

Lali estaba al otro lado del pasillo, frente a ella, con las mejillas encendidas de pura irritación y los puños apretados.

—Le he dicho que no quiere que lo molesten —le estaba diciendo la señora Garcia a Lali con aspereza—. ¿Por qué insiste en ponerle las cosas aún más difíciles al señorito Peter? Va a darle una vida decente a ese niño bastardo que lleva en su vientre. ¿Acaso no es suficiente con eso?

Lali abrió la boca para responder, y fue entonces cuando se percató de su presencia. Por la expresión de su rostro Peter supo exactamente lo que estaba pensando: estaba preguntándose si habría oído lo que la señora Garcia había dicho de «ese niño bastardo».

—¿Qué está pasando aquí?

La señora Garcia dejó escapar un gemido de sorpresa y se volvió hacia él con el rostro pálido.

—Yo… le estaba diciendo que no le gusta que lo molesten cuando está trabajando. La pillé merodeando por aquí.

—No estaba merodeando —replicó Lali mirándola irritada.

—Le dije a Lali que viniera a verme cuando se levantase —le dijo Peter a la señora Garcia—. Le prometí que le enseñaría la casa.

El ama de llaves esbozó una sonrisa forzada.

—Si lo único que quería era que viera la casa podía habérmelo dicho, señorito, yo se la habría enseñado con mucho gusto.

Peter se apoyó en el marco de la puerta y suspiró.

—Lali, ¿nos disculpas un momento? Necesito tener una pequeña charla en privado con la señora Garcia.

Lali asintió, pero le lanzó al ama de llaves una mirada jactanciosa cuando pasó por delante de ella, y Peter tuvo que reprimir una sonrisa.

—Será sólo unos minutos —le dijo a Lali antes de entrar tras la señora Garcia y cerrar la puerta.

Una vez a solas en su despacho se sentó tras su escritorio y alzó la vista hacia el ama de llaves.

—Siéntese —le dijo.

—Prefiero quedarme de pie.

—Lucia… por favor.

La señora Garcia por fin dio su brazo a torcer y tomó asiento en la silla que había frente a su mesa.

—Sé que desconfía de Lali, pero querría que dejase de entrometerse.

—Sólo quiero lo mejor para usted, señorito —le dijo la mujer, como si eso justificara su comportamiento.

—En cualquier caso quiero que ponga fin a esto. Ni siquiera conoce a Lali.

—Ni usted tampoco.

—Cierto, pero ese «niño bastardo» que lleva en su vientre es hijo mío.

Avergonzada, la señora Garcia bajó la vista a su regazo.

—¿Acaso ha olvidado que mis padres no estaban casados cuando me tuvieron? —apuntó Peter.

—Lo siento, señorito Peter, me dejé llevar por la ira.

—Mire, Lucia, para mí usted es casi de la familia, y le tengo muchísimo aprecio, pero aunque entiendo que sólo quiere protegerme no es necesario, y querría que dejara de tener estas riñas absurdas con Lali —le dijo él—. Sé que aún culpa a Maria por lo que ocurrió.

La señora Garcia alzó la vista.

—¿Y es eso peor que el que usted se culpe a sí mismo, señorito Peter?

Peter dejó escapar un suspiro.

—Supongo que la conclusión que los dos deberíamos sacar es que querer buscar culpables no nos ha llevado a ninguna parte, ¿no cree? —le dijo—. Sé que Maria no le caía bien, y no voy a negar que tenía sus defectos, pero… ¿quién no los tiene? A pesar de sus faltas era mi esposa y yo la quería.

—Sí, pero no sabe nada de esa joven —apuntó la señora Garcia.

—¿Qué ha hecho Lali para que le tenga esa manía? Creo que ha dejado bastante claro que no quiere nada de mí.

—Eso dice… por ahora.

—En cualquier caso, como Lali me recordó, no concibió a ese bebé sola. Yo soy tan responsable como ella —le dijo Peter—. Intenta hacerse la dura, pero estoy seguro de que esto es tan difícil para ella como lo es para mí, y creo que si le da usted tiempo al tiempo acabará cayéndole bien.

La señora Garcia permaneció callada.

—¿Me promete entonces que dejará de entrometerse?

La mujer asintió.

—Quiero oírselo decir.

El ama de llaves puso los ojos en blanco.

—Le prometo que no me entrometeré más —masculló irritada.

Peter esbozó una sonrisa maliciosa.

—¿Lo ve?, no era tan difícil.

—¿Puedo irme ya?

—Puede irse. Y por favor, cuando salga dígale a Lali que pase.

La señora Garcia se levantó, y cuando fue a salir Lali casi se cayó encima de ella… como si hubiera estado con la oreja pegada a la puerta, intentando escuchar su conversación.

—Vaya. Lo… lo siento —balbució la joven azorada—. Es que estaba… um… apoyada en la puerta.

Continuará...