Capítulo 24

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Peter cerró los dedos en torno al borde del escritorio y miró el reloj de pared mientras los pensamientos bullían en su mente. ¿Debía dejar que su matrimonio con Lali siguiese siendo solo algo temporal? ¿Quería tener con ella algo más que un matrimonio con fecha de caducidad?

No estaba seguro. Lo único que sabía a ciencia cierta era que en ese momento preferiría estar con Lali a estar allí, en la oficina.

Capítulo 24

El mañana estaba demasiado lejos como para preocuparse de él, se dijo, y el ayer demasiado vacío como para recordarlo.

—Rochi, creo que estoy volviéndome loca.

Lali no hacía más que andar arriba y abajo por el saloncito de la casita de invitados donde vivía su prima Rochi. Era verdaderamente una casa muy pequeña, pero todas las habitaciones eran muy acogedoras. Estaba construida en piedra y madera, y de niña Lali había creído que era una casa como las cabañas de los cuentos, habitadas por hadas, enanitos, y otros seres fantásticos de los que pueblan la imaginación de los niños.

Ahora que ya había crecido, sin embargo, aunque ya sabía que no era más que la casa de su prima, seguía pareciéndole especial. A Rochi nunca le había gustado la casa principal de la finca, así que siempre había preferido vivir en aquella pequeña cabaña. Además, los invernaderos estaban justo detrás de la casita, lo cual era muy cómodo para ella, pues se dedicaba a hacer arreglos florales para los eventos que se celebraban en la finca.

—Vas a gastar el suelo —le dijo quedamente.

—Perdona —murmuró Lali deteniéndose—. Es sólo que…

—Lo sé, no puedes quedarte quieta cuando estás nerviosa.

Rochi estaba acurrucada en un sofá de color granate con un cojín de terciopelo abrazado al pecho, y la larga cabellera rubia le caía por los hombros como una capa de seda. Era paciente y siempre pensaba las cosas antes de hablar, todo lo contrario que Lali.

Quizá por eso se llevaban tan bien.

Lali inspiró profundamente, expiró, y se dejó caer sobre un sillón de orejas verde oscuro. Era tan mullido, que el sentarse en él era como recibir un cálido abrazo.

—En todos los periódicos hablan de mi padre y de su último… ni siquiera sé cómo llamarlo.

—¿De la última entrega hasta ahora de su… azarosa vida sentimental? —sugirió Rochi.

—Sí, supongo que es una manera tan buena como cualquier otra de describirlo —dijo Lali sacudiendo la cabeza. Remetió tras su oreja un mechón que había escapado de su coleta—. Hay reporteros apostados a las puertas de la finca que asaltan a preguntas a los coches que llegan o salen; no hacen más que llamar a la casa, le dan la lata a los clientes —hizo una pausa para tomar aliento—, y justo ayer un par de tipos de un canal de televisión hicieron llorar a una chica que celebraba en la mansión su cumpleaños —contrajo el rostro al recordar a la muchacha y sus amigas huyendo por el camino de grava con el reportero y el cámara detrás de ellas—. Madre no quiere hablar de ello, Agus se refugia en su trabajo, Cande hace como que todo es normal, y padre se niega a decir nada al respecto… De hecho, esta misma mañana me dijo que ya que había decidido ponerme de parte de mi marido y en contra de él, no me debía nada, ni siquiera una explicación.

Contrajo el rostro de nuevo, rememorando la escena en el despacho de su padre aquella mañana, y se preguntó cómo había podido pensar siquiera que habría querido saber su opinión. Apartó esos pensamientos de su mente, y añadió:

—Y Peter…

—¿Qué pasa con Peter?

—Pues, no lo sé… —admitió Lali.

En realidad era eso lo que más la preocupaba. Peter no había dicho nada sobre aquel escándalo que había surgido en torno a su padre, no desde aquella noche en que se lo había contado y habían… Sintió que su cuerpo ardía al recordarlo, pero las preocupaciones retornaron a su mente, devolviéndola a la realidad.

—Dios, Rochi, no sé qué puedo hacer. ¿Qué harías tú? Esto es un completo desastre.

El rostro de su prima se ensombreció.

—Bueno, ya sabes que no siento afecto precisamente por tu padre, Lali —le dijo.

—Lo sé, y quizá sea ése el motivo por el que he acudido a ti. En casa es como si todos fuéramos de puntillas, como si tuviésemos miedo de traspasar una línea imaginaria e irritar al todopoderoso Espósito, pero ¿cómo podemos saber dónde está esa línea cuando él siempre está moviéndola?

—Lo dices como si esto te hubiese sorprendido —murmuró Rochi inclinándose hacia delante para tomar su taza de té de la mesita redonda que había frente al sofá.

—¿Y tú crees que no debería haberme sorprendido?

Rochi se encogió de hombros y tornó un sorbo de té.

—No puedo culparte por no querer ver la verdad sobre Carlos Espósito; es tu padre al fin y al cabo, pero, Lali, lo conoces: es un hombre en el que no se puede confiar; en absoluto.

Debería sentirse insultada, pensó Lali, debería haber saltado y salido en defensa de su padre, como siempre había hecho. Había pasado tantos años intentando justificar el comportamiento de su padre, su actitud, su forma de tratar a los demás…, pero la triste verdad era que ya no sentía el más mínimo deseo de hacerlo.

Ya ni siquiera podía convencerse a sí misma de que Carlos era la clase de padre que siempre había querido que hubiese sido. En las últimas dos semanas era como si se le hubiese caído una venda que había tenido puesta en los ojos, y lo estuviese viendo no como querría que fuese, sino como era en realidad.

Un hombre que había sido infiel a todas las esposas que había tenido; un hombre que las había dejado embarazadas a todas para luego abandonarlas a sus hijos y a ellas; un hombre que no le había dirigido la palabra desde la noche en que la había acusado de haberlo desafiado. No, ya no sentía el menor deseo de defender a su padre, ni lo haría nunca más.

—Supongo que tienes razón —murmuró.

Era una admisión que nunca había hecho en voz alta. Quizá para sus adentros lo hubiese pensado, pero nunca se había permitido ser desleal con su padre reconociéndolo ante otras personas.

Parecía que las últimas dos semanas habían cambiado algo más que su vida amorosa, y de pronto se encontró sonriendo al darse cuenta de que, por alguna razón, había dejado de preocuparle conseguir la aprobación de su padre.

Quizá fuese que finalmente había comprendido que nunca la conseguiría, o quizá que para ella ya no era tan importante la aprobación de su padre como el sentirse contenta consigo misma. Se irguió en el asiento y meditó sobre eso durante un momento.

Rochi la miró por encima del borde de su taza de té, con el sol del atardecer arrancando destellos de sus ojos castaños.

—¿Te encuentras mejor?

—Sí, creo sí —murmuró Lali lentamente.

—Me alegro.

—Gracias.

—Y me alegro porque hay algo que quería decirte, y ahora que parece que has aceptado la verdad sobre tu padre, creo que puedo decírtelo.

Su voz sonaba muy seria, y sus facciones se habían puesto tensas. Lali se inclinó hacia ella.

—¿Qué ocurre, Rochi? ¿Ha pasado algo?

—No, es sólo que…

—Rochi…

Su prima inspiró profundamente, y tomó otro sorbo de té, como para reunir fuerzas para decirle lo que le tenía que decir.

—Sabes que tu padre siempre ha dicho que mi madre murió hace años, ¿verdad?

—Sí —asintió Lali sin saber adonde quería llegar.

Rochi era hija de Juan, el hermano pequeño de su padre, y de una india sioux llamada Mar y «Pequeña Paloma», y según le habían dicho, al morir los dos su padre se había llevado a Rochi y a su hermano Jaime a vivir a la finca.

—Pues no me lo creo —dijo Rochi quedamente.

—¿Crees que tu madre está viva?

—Tengo que averiguarlo —dijo su prima—. Sea como sea. Jaime cree que estoy loca, pero algo en mi interior me dice que no crea la versión de tu padre.

¿Les habría mentido sobre la muerte de la madre de Rochi y Jaime?, se preguntó Lali. Sí, podía haberles mentido, se respondió al cabo de un rato. Si servía a sus propósitos sería capaz de haberlo hecho.

Lali extendió una mano por encima de la mesa y esperó a que su prima la apretase. Y entonces le dijo:

—Si puedo ayudarte en algo, no tienes más que decírmelo.

Continuará...