lunes, 10 de diciembre de 2012

Capítulo 52


Terminamos la nove hoy? Solo depende de ustedes.. :)  +comentarios = +capítulos 




—¡Te advirtieron que tenías que mantener esa estúpida boca cerrada!
Lali no había visto a nadie, no había detectado ningún cambio en las sombras, pero conocía perfectamente esa voz. Había escuchado su maldad susurrada muchas veces y supo que, sin lugar a dudas, acababa de ser atrapada por sus enemigos.
Separó los labios para lanzar un grito que nunca llegó a emitir. Una pesada tela cayó sobre su cara, un fuerte olor inundó sus fosas nasales y, sólo unos segundos después, la oscuridad la envolvió.

Capítulo 52
Lali recuperó la conciencia lentamente, con el sonido de la tos y la entrecortada respiración de Juli a su lado. Parecía que su prima también empezaba a recuperarse de los efectos del cloroformo.
Se sentó en el duro colchón, dispuesto sobre una burda plataforma a poca distancia del suelo, y apoyó los pies mientras tragaba saliva para contener las náuseas.
No era su primera experiencia con somníferos y, al mirar a su alrededor, se temió que no fuera la última.
—¿Mar? —La voz de Juli era débil y temblorosa—. Dios mío, ¿qué ha ocurrido?
—Nos han secuestrado. —Lali siguió estudiando el lugar donde se encontraban. No era demasiado grande y las difusas luces en las paredes de metal estaban alimentadas por una batería eléctrica.
—¿Dónde estamos? —El terror inundaba la expresión de su prima, así como su voz.
Lali espiró hondo.
—En un contenedor de transporte marítimo. De los que se usan para trasladar mercancías por ultramar.
El ahogado sollozo que emitió Juli retumbó estruendosamente en el reducido espacio.
Augusto. ¿Era él quien estaba detrás de todo? Santo Dios, tenía que estarlo. No... Algo no cuadraba. No tenía la edad suficiente para haber sido uno de los socios de Carlos.
—Mar, ¿qué ocurre? —susurró Juli.
Lali intentó aclararse las ideas. Necesitaba pensar; encontrar una manera de salir de allí.
Recordaba haber oído la voz de Gregor Ascarti cuando le cubrieron la cabeza con una capucha. Estaba involucrado, pero no era el único.
Justo cuando ese pensamiento atravesaba su mente, escuchó el sonido metálico y la pesada puerta del contenedor se abrió lentamente.
—Vamos. —Ascarti, Mark Tenneyson e Ira Arthur estaban en la entrada, armados hasta los dientes.
Tehya se puso en pie muy despacio sin apartar la vista de Ascarti.
—Pensaba que habías muerto —murmuró la joven.
Ascarti emitió un gruñido. Tenía el ceño fruncido y los ojos brillantes.
—Así sería si tú te hubieras salido con la tuya. Por fortuna para mí, sobreviví. —Sus labios se torcieron en una sonrisa repulsiva que provocó que a Lali le bajara un escalofrío por la espalda—. Vamos, moveos. —Señaló la oscuridad exterior con la pistola.
—¿Cómo lograste entrar en los jardines? —preguntó la joven mientras avanzaba despacio por la estructura metálica.
—Tuve algo de ayuda desde el interior —respondió él con un tinte de ironía en la voz—. Ahora pórtate como una niña buena y pongamos fin a este asunto. Así podré cobrar mi dinero de una vez y encargarme de recuperar el alijo que me arrebataron tus amigos.
—¿De qué alijo hablas? —inquirió haciéndose la tonta. Era algo que había perfeccionado durante años.
El se rió en voz alta, negándose a picar el anzuelo.
—Vamos, no te entretengas. Hay alguien muy interesado en hablar contigo.
Lali se mantuvo cerca de Juli e ignoró la confusión de la otra chica mientras seguían a Ascarti.
Estaba en lo cierto. Las habían mantenido encerradas en un enorme contenedor metálico, dentro de un almacén en los muelles. Los motores de los barcos y los gritos de los estibadores eran perfectamente audibles desde el lugar donde se encontraban.
A empujones y entre risas, las condujeron a la oficina que había justo frente al contenedor.
Lali entró en la bien iluminada estancia con el corazón desbocado, la boca seca por el miedo y las rodillas débiles. Su instinto la había prevenido de que algo no encajaba en todo aquel asunto, pero nada podría haberla preparado para enfrentarse a lo que la esperaba allí. Algo murió en lo más profundo de su ser al saber por fin quién había estado tras su pista todos aquellos años.
Juli les vio casi al mismo tiempo que ella y se quedó paralizada, negando lo que le decían sus ojos. Un par de segundos después recuperó la movilidad y echó a correr hacia su padre, pero uno de los mercenarios se lo impidió empujándola hacia un andrajoso sofá de cuero.
Stephen y Craig Espósito, acompañados por Augusto Grant, las observaban con distintas expresiones. Stephen estaba apoyado en el borde de un gastado escritorio con los brazos cruzados sobre el pecho; todavía vestía el esmoquin y su rostro mostraba su verdadera naturaleza, dura y brutal. El padre de Juli había hecho una mueca de desdén cuando su hija corrió hacia él y ahora mantenía una actitud despreciativa.
Sólo Augusto parecía no estar afectado por la situación y las miraba con serena frialdad.
Lali se sentó lentamente en el otro extremo del sofá, luchando contra la sensación de irrealidad e intentando asimilar lo que veía.
—Ah, recuerdo muy bien esa mirada. —La sonrisa de Stephen fue fría y cruel—. Es la misma que tenía tu madre antes de que la torturáramos. —El placer impreso en la voz de su tío abuelo le provocó náuseas—. Te creíamos perdida para siempre hasta que nos llegó la información de que te habías instalado en la misma localidad que Juli. Supongo que no es necesario que te diga lo mucho que nos alegramos al saber que no habías muerto ¿verdad? —Lanzó una carcajada llena de sarcasmo—. Nos facilitaste mucho la tarea, ¿sabes? Lo único que tuvimos que hacer fue ampliar el dispositivo de vigilancia que habíamos dispuesto para mi nieta e incluirte a ti en la ecuación. Por cierto, el camarero de ese bar que frecuentabais os manda saludos a ambas.
Hizo una pausa para mirar el rostro aterrado de su nieta y el desafiante de Lali, y luego siguió hablando.
—Pensaba que a estas alturas ya le habrías revelado a tu prima quién eres en realidad: la hija de nuestra querida Majo, Lali Espósito.
—Eso no es verdad —gritó Juli con voz ronca.
—Sí que lo es —le confirmó Lali con un murmullo.
—¿Qué es lo que pasa? —sollozó Juli antes de que Lali pudiera seguir hablando—. ¿Papá? ¿Abuelo? ¿Os habéis vuelto locos?
Stephen clavó en ella una furiosa mirada.
—Si vuelve a abrir la boca, amordázala —le ordenó al mercenario que custodiaba la puerta—. No quiero oír más estupideces.
Lali no quiso mirar a su prima, no quería enfrentarse a lo que sabía que vería en sus ojos. Puede que Craig no hubiera sido un padre generoso, pero Juli había crecido confiando en él y no podía entender su traición.
—¿Pensáis amordazarme a mí también? —les espetó Lali a los tres individuos.
Stephen curvó los labios en un gesto de divertida tolerancia.
—Si te amordazara a ti, Lali, no podría oír la respuesta a la pregunta que te voy a hacer. —Sonrió con condescendencia a su nieta—. Y vas a responder o será Juli quien pague por tu silencio.
Fue entonces cuando Lali percibió un ligero cambio en la actitud de Augusto. Un extraño brillo atravesó su mirada y tensó los brazos doblados antes de dejarlos caer a los costados.
—Matasteis a mi madre. —Estaba entumecida. Todo aquello era demasiado espantoso. ¡Qué aterrada debía de haberse sentido su pobre madre cuando supo las verdaderas intenciones de su tío y su primo!
Stephen se rió entre dientes.
—Pensó que habíamos ido a ayudarla. Que su padre nos envió después de que ella se pusiera en contacto con él. —Sonrió con satisfacción—. Creo recordar que incluso lloró. —Miró a su hijo—. Disfrutamos mucho de sus últimas horas de vida, ¿verdad?
Craig esbozó una sonrisa petulante mientras Lali dejaba escapar un gemido horrorizado.
—Bueno, querida, ésta es la situación. —Stephen endureció la expresión, convirtiéndose en el monstruo que realmente era, y centró su atención en ella—. Si quieres asegurarte de que tu querida prima pueda seguir disfrutando de una vida razonablemente feliz, responderás a mi pregunta sin darnos ningún tipo de problema. Pero si te niegas a contestar o te atreves a mentirme, ella morirá contigo.
—¡Prefiero morir! —gritó Juli con ferocidad, poniéndose en pie.
El mercenario la agarró, tal y como les indicaron que hiciera, y forcejeó con ella hasta que Augusto atravesó la estancia a grandes zancadas para inmovilizarle los brazos en la espalda.
Los gritos de odio y de furia que surgieron de los labios de Juli impactaron en el corazón de Lali como si fueran balas, pero se obligó a observar cómo, con extraña suavidad, Augusto le ataba las manos y le colocaba una ancha tira de cinta gris sobre los labios.
Sin dejar de llorar, Juli levantó el pie y logró dar una patada a su novio en la pierna, sin embargo, él no mostró reacción alguna que pudiera otorgar a la joven un poco de satisfacción.
—Ahora que nos hemos encargado de ella. —Stephen suspiró y ladeó la cabeza hacia Lali—, dime, ¿tienes alguna pregunta? ¿Has comprendido las reglas para que tu prima siga con vida? —Aguzó la mirada—. ¿O vas a ser tan estúpida como tu madre? —Se dirigía a ella como si tuviera la inteligencia de una niña de dos años, haciendo gala de ese aire de superioridad que le caracterizaba.
¿Realmente permitiría Augusto Grant que la familia de Juli la matara? No, Lali no lo creía. Aquel hombre había intervenido para impedir que el gorila de Ascarti le hiciera daño, y la había maniatado y amordazado con suavidad a pesar de los vanos intentos de la joven de luchar contra él.
—¿Estuviste detrás del secuestro de mi madre?
Stephen puso los ojos en blanco y negó con la cabeza como si aquella pregunta le divirtiera.
—¿De verdad vamos a remontarnos tan atrás en el tiempo, querida? —Lanzó una carcajada—. Sí, secuestré a tu madre para Carlos y el muy estúpido la dejó escapar. Me juró que ella no sabía nada, pero estoy seguro de que mentía y que pretendía quedarse con todo el botín.
—¿Eras socio de Carlos?
El anciano esbozó una sonrisa de orgullo.
—Sí. Pero ahora seré yo quien dirija la organización, tal y como debería haber hecho hace desde el principio. Armas, drogas, trata de blancas... No hay límite. —Lanzó a su nieta una mirada molesta—. Dime, ¿Juli vivirá o morirá?
Lali estaba segura de que matarían a Juli de todas maneras. Augusto podía creer que Stephen Espósito mantendría su palabra, pero ella sabía que no lo haría. Lo leía en su cara. Juli tendría suerte si llegaba viva al día siguiente.
—¿Qué es lo que quieres? —Necesitaba saber por qué había muerto su madre.
—Majo te dio un número de cuenta —dijo él—. Una especie de clave. Eso es lo que quiero.
¿Cómo no se lo había imaginado? ¿Por qué no lo había descubierto su madre?
Quizá pesara el hecho de que Majo jamás sospechó que su propia familia estaba detrás de su secuestro y de las muertes de todos los que intentaron ayudarla. Es más, Lali tampoco lo habría creído si no lo hubiera visto con sus propios ojos.
La sorpresa había sido brutal. Dolía como un hachazo y destruía partes de su ser que temía que nunca se curarían.
Se estremeció sin poder evitarlo y contuvo los sollozos que le hacían arder el pecho.
—Dinero —logró decir con voz ronca—. ¿Se trata de eso?
—¿No te parece razón suficiente? —respondió Craig con sarcasmo—. Según mis cálculos, tu madre sólo gastó unos cuatrocientos mil dólares, así que ahora debemos estar hablando de una cantidad cercana a los dos billones de dólares si tenemos en cuenta el oro, el dinero en efectivo, los bonos y las participaciones en las industrias Espósito. Un legado que Bernard puso a nombre de su hija cuando nació y al que no podremos acceder hasta que aparezca la heredera de Majo. Un legado que reunió durante todo el tiempo que estuvo a cargo de los negocios familiares.
—Un legado que corresponde también en parte a nuestro trabajo vendiendo, comerciando y traficando para ofrecer a los clientes de Carlos las mujeres que preferían. Bernard jamás lo supo; nunca imaginó nuestros manejos... —concluyó Stephen en un tono cada vez más furioso y con los ojos encendidos de cólera—. Salvo él, todos los Espósito han trabajado codo con codo con Carlos y su familia, pero hemos sido lo suficientemente inteligentes para que nadie nos atrapara.
Todo por dinero.
Stephen había acabado con todos los que intentaron ayudar a su madre y a ella... por dinero.
—Carlos pensó que podría convencer a Majo de que le facilitara la clave para adueñarse del dinero —continuó Craig—. Le prometió a tu madre que la pondría en libertad. —Sonrió—. Supongo que no confió en él.
No, Majo no habría confiado en el hombre que la había secuestrado, encarcelado y violado repetidamente durante años. Y Lali lo habría hecho menos todavía.
—Y ahora, ¿qué? ¿Mueres sola —Stephen volvió la mirada a Juli— o acompañada?
Lali se giró sin mirar a su prima, clavando los ojos en Augusto Grant. Estaba apoyado contra la pared, tenía los brazos cruzados sobre el pecho y le sostenía la mirada con dureza.
Una vez más, Lali se preguntó si aquel hombre permitiría que Stephen y Craig las mataran. Había algo en él que le decía que no; pero admitió que no lo conocía lo suficientemente bien como para asegurarlo. No le había prestado atención porque era imposible que hubiera trabajado con Carlos y, además, tampoco figuraba en ninguna de las informaciones relativas a su padre.
¿Quién sería?
Lanzó una mirada preocupada a Juli y vio que ya no había miedo en sus ojos, sólo furia y dolor. Las lágrimas se deslizaban por su cara y Lali reconoció una angustiada súplica en los ojos de su prima. Le pedía que no dijera a sus parientes lo que estos le exigían.
Lali siempre había conocido la existencia del legado que su abuelo dejó a su madre y sabía cómo acceder a él desde que era niña. Disponía de una clave que abriría una cámara acorazada en un banco en Suiza que proporcionaría al poseedor una fortuna inimaginable.
Pero nadie merecía morir por ello. Y de cualquier forma, su suerte estaba echada. Les dijera o no la clave, aquellos hombres tenían pensado matarla. Era demasiado peligroso para ellos mantenerla con vida.
Observó detenidamente a su primo y su tío abuelo, lamentando profundamente haber deseado formar parte de la familia Espósito.
—No conozco la clave —dijo con voz firme—. Jamás pude recordarla.
La cara de Stephen brilló de cólera.
—No te atrevas a mentirme, zorra —gruñó, apretando los puños como si estuviera conteniendo el deseo de estrangularla—. Majo jamás habría dejado que renunciaras a esa fortuna.
—¿Porque tú no lo harías? —le espetó—. Para ella no había nada más importante que mi seguridad y la de su familia. En caso contrario, se habría quedado con lo que le correspondía y hubiera contratado a los guardaespaldas necesarios para asegurarse de que nadie volvía a tocarla.
Majo le había hecho jurar que jamás trataría de acceder al dinero hasta que tuviera la certeza de que no sólo ella, sino toda la familia, estaba a salvo.
La muerte de Bernard Espósito sumió a su madre en un estado de terror y pensó que el resto de sus parientes podían también correr peligro. Nunca imaginó quién estaba realmente detrás de todo lo que ocurría.
Stephen suspiró y se acercó con los puños apretados, pero Augusto se apresuró a interponerse en su camino.
—Juli es mía —advirtió al anciano—. Si le pones un dedo encima podría afectar a mis intereses.
Stephen puso cara de asombro y Lali se tensó, preparándose para el enfrentamiento y, si Dios quería, la oportunidad de escapar.

Continuará...

27 comentarios:

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  7. Si terminemos la nove hoy dale!! asi subis otra

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  8. Hace maraton!! dale me quedo con dudas

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  9. mas noveeee! que aparesca peterrr!

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  10. muy bueno el cap de hoy eh!! al fina sale todo a la luz

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  11. ay por dios!! no me podes dejar quiero saber como sigue esto!! que piensa peter al respecto!!!!!!!

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  12. Cuantos capítulos faltan?

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  13. Subiiiiiiiiiiiiii el final Ahoraaaaaaaaaaa :DD

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  14. Me encantoooo, grande lalii!!!! Obvio que quiero maraton!!

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  15. QUE MEJOR FORMA de esperar que sean las doce que leyendo todos estos capss! por dios , espero más novee yaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa

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  16. Más novela por favor me muero de la intriga!!!!!!

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